PRÓLOGO

52 12 2
                                    


—Vamos a empezar —dice una voz masculina desde la penumbra.

La mujer de mi lado se aclara la garganta y se estira. Está nerviosa.

—¿Qué tal te encuentras? —me pregunta mientras se desabotona la americana azul. En su frente diviso unas diminutas gotas de sudor. Al instante, la chica pelirroja con gafas de pasta y aspecto hippy que aguarda en la oscuridad cruza el foco para retocarle el maquillaje. No deja de mirarme.

—Estoy bien —respondo de forma automática.

La maquilladora se vuelve hacia mí, pero no tengo calor, sino frío, un frío espantoso.

—De acuerdo.

Sé que no me cree y me parece que tampoco le importa mucho. Ella arregla un cabello rubio que parece haberse librado de la tiranía de su moño italiano y estira la espalda de nuevo para salir mejor ante la cámara.

—Sé que solo tienes unas horas antes de partir, así que te agradecemos esta oportunidad. Seré directa. Si hay algún problema, lo arreglaremos en posproducción. Preocúpate solo de responder a todas las preguntas. Esto va a ser importante.

Un hombre coloca un aparato delante de mi cara y hace una medición de la luz. Asiente con la cabeza y regresa a su sitio.

—¿Victoria? —insiste la mujer.

Reacciono ante lo extraño que me resulta que me llame por mi nombre. Muy pocos lo hacen ya.

Respiro hondo por la nariz, con disimulo, y aprieto los dedos para que nadie note que están temblando. Por mi nuca desciende una gota de sudor frío.

—Entendido —respondo.

—Maravilloso. —Ella sonríe un instante y carraspea.

Miro hacia la puerta e intento aflojar el cuello de la chaqueta. Me falta el aire, llevo horas sintiéndome así.

—Haremos la entradilla más tarde. Abrimos ángulo y enfocamos a la chica —dice el realizador—. Prevenidos, 3, 2, 1.

El hombre hace una señal y la mujer alta, esbelta y rubia se gira hacia mí. Ya no sonríe. Su cara ahora es seria. Me pregunto si es fingido, si de verdad yo le importo.

—¿Cuántos años tienes, Victoria?

—No debe llamarla por su nombre —interrumpe otra voz desde fondo.

—¡Corten! —grita el realizador.

—Lo siento —añade ella de inmediato.

Mis ojos están fijos en la zona oscura de la que ha brotado la voz. El marco luminoso de la puerta tras él envuelve ligeramente su figura trajeada.

—Conoce las condiciones —dice de nuevo dando un paso al frente para que el haz que proyectan los focos pueda iluminarlo—. No es una niña.

—De acuerdo todo el mundo. Seguimos donde nos hemos quedado —insiste el realizador—. Formula la pregunta y continuamos. Prevenidos, 3, 2, 1.

—¿Cuántos años tienes?

—Haré diecisiete en dos semanas.

—Diecisiete... —su voz vacila. Ladea instintivamente la vista hacia el realizador. Tengo la sensación de que ella desconocía ese dato, pero o ella es muy buena o yo no le importo nada, porque no tarda ni un segundo en recomponerse—. Unas semanas atrás, tu vida no era diferente a la de cualquier chica de dieciséis años. ¿Qué solías hacer en un día normal?

Me aclaro la garganta. La noto seca.

—Iba al instituto, quedaba con mis amigos, estudiaba...

—¿Recuerdas esa vida?

—Sí, constantemente.

—Sin embargo, todo ha cambiado, ¿verdad? ¿Qué es lo que se te pasa ahora mismo por la cabeza?

La miro y me doy cuenta de que lo único en lo que pienso, una y otra vez, es en cómo he acabado aquí, aunque sé que eso no es lo que quieren escuchar, así que....

—En la gran oportunidad que se me ha brindado —miento.

Parece nerviosa. Se acerca un poco más a mí.

—Pero... —juraría que su voz titubea de nuevo— ¿eres consciente de la responsabilidad que han puesto sobre tus hombros? ¿Crees que estás preparada? Es posible que tu cara de la vuelta al mundo en cuestión de unas pocas horas, ¿cómo te sientes al respecto?

—Creo que si mi cara da la vuelta al mundo no tendré que preocuparme por eso —le digo. Esa pregunta me molesta—. La idea es que nadie sepa nunca nada de esto. —Miro a la oscuridad, hacia el lugar donde creo que está el hombre trajeado. Imaginaba que interrumpiría, pero no lo hace.

—Por supuesto, por supuesto —se excusa echando un poco la espalda hacia atrás en la silla.

Está claro que ella piensa que la noticia verá la luz. Casi puedo asegurar que lo desea. Esa idea me revuelve las tripas.

—¿Has podido hablar con tu familia?

—Sí —respondo de manera cortante.

—¿Qué te ha dicho tu madre?

Cojo aire con disimulo. Quiero que termine. Odio esas preguntas. Odio que me estén haciendo pensar en ella, ahora. Noto la mirada fija del hombre junto la cámara y se la devuelvo en silencio durante varios segundos, hasta que me obligo a volver a la realidad y recordar que esto es lo que sabrá el mundo de mí si todo sale mal, incluida mi familia. Tengo un nudo en la garganta solo de pensarlo, pero no quiero que eso sea lo último que mi madre vea de mí.

—Que está orgullosa —respondo con naturalidad sin apartar la vista de él—, que es un honor para ella.

—¿Sientes que es así?

Esta vez miro desafiante a la mujer.

—¿Usted no?

La tensión se corta en el aire.

—Acabas de decir que tienes dieciséis años. Mucha gente jamás entendería que se cediera esta responsabilidad a alguien tan joven, ¿qué les dirías a ellos?

—A mi edad muchas chicas en el mundo son cabeza de familia y luchan por llevar comida a sus casas. —Recuerdo perfectamente quién me dijo esa misma frase—. Los tiempos han cambiado. Esto no es muy diferente.

—¿Tienes miedo?

Titubeo. No sé si esa pregunta está permitida, pero nadie interrumpe la entrevista, así que respiro, la miro y respondo:

—Sí.

—¿Te han informado de todas las posibles consecuencias?

—Sí.

—Solo una pregunta más —indica el hombre.

El realizador no corta la grabación. Ella aparta los papeles a un lado y enlaza los dedos temblorosos sobre las piernas cruzadas.

—Creo que lo que todos desde casa querrán saber es por qué. ¿Por qué acceder a algo tan terrible? ¿Qué lleva a alguien tan joven a aceptar esta responsabilidad?

Espero a propósito. Estoy segura de que no puede hacer esa pregunta. No quiero contestarla, pero el silencio pesa y nadie dice nada, así que cojo aire con fuerza una vez más, sonrío con pesar para mí misma y, antes de responder, alzo los ojos hacia ella para clavarlos en los suyos con toda la frialdad y dureza posible.

—¿Por qué

The Cool Kids #1Where stories live. Discover now