Lirios, pensad
que se halla de viaje
el que os mira.[1]
Unas semanas después, apareció en el monasterio un hombre llamado Juan de la Vega Casar, quien aseguraba ser el hermano de Liu. Lo reconocí en seguida: era idéntico al joven que ella había pintado en nuestra celda. El padre Miguel lo llevó a su estudio, y Diego me haló del brazo para ir a escucharlos. Salimos al huerto que daba a la habitación del padre y nos acurrucamos bajo el marco de la ventana.
–Sí, la encontraron en el vado del río; se hallaba desnuda y daba la impresión de llevar varios meses en las cercanías.
–Ya lo creo, reverendo. ¿Y qué ha hecho desde entonces?
–¿Qué ha hecho? Pues ayuda en el convento y va por las tardes a nadar en la playa. Cierta vez, nadó más de una legua hasta la capital, sin sufrir ningún daño. Por lo demás, no teníamos idea de su origen, hasta ahora.
El viajero rió a carcajadas.
–Verá, padre. Ahora mismo le voy a contar su origen –remarcó la palabra con desdén–. ¿Puede guardarme el secreto? Piense que me está confesando.
–Bueno. Sólo si es necesario.
–Para empezar, la niña se llama Elena y fue concebida en circunstancias fatales: nuestra madre se hallaba de paso por Cádiz y, una noche, andando por la playa, vino un hombre nadando hacia ella y la tomó por la fuerza…
Aquí volvió a reírse de una manera insensata.
–Este hombre tenía la apariencia de una persona normal, pero en realidad era una criatura nacida en las aguas.
–¿Quiere decir que no era de nuestra especie?
–En lo absoluto. Tal vez, uno de sus padres; pero él era como un animal, ¿comprende?
El prior debió asentir.
–De esa unión indigna, nació Elena. Como al principio tenía escamas a lo largo del cuerpo, mi padre renegó de ella y murió poco después, quizás de pena.
–Es lamentable...
–Cuando ella cumplió cinco años, la invité a navegar por el río. En un descuido, se inclinó demasiado sobre la borda y cayó estrepitosamente al agua. Jamás se había bañado en la corriente, por eso quedé admirado cuando la vi salir con rapidez y nadar hacia la orilla.
–Ahí habló con su madre y se enteró de todo.
–Exacto… Desde entonces, cada tarde, después de la escuela, Elena iba a nadar por su cuenta. Tendría que verla. Es una flecha bajo el agua y puede resistir bastante tiempo de ese modo. Comenzó a llamar la atención, y los vecinos se apretujaban en el puente a observar sus maniobras. Fuimos el hazmerreír; se burlaban de la niña.
–¿Y cuál era el motivo?
–Elena solía atrapar peces, los llevaba a la orilla y se los comía ahí mismo, mientras las gaviotas chillaban a su alrededor. Le aseguro que no era un buen espectáculo.
–Comprendo…
–Para colmo, esos bichos la seguían al pueblo y entraban a nuestra casa como si fueran gallinas, en busca de desechos.
–¿Y qué medidas tomó su madre?
–Estaba harta y le prohibió a Elena volver al río. La pobre deambulaba como un espectro, asediada por las aves. Estaba en los puros huesos. Un día, para distraerla, la llevamos a una fiesta en casa de unos amigos. El patio era amplio y en el centro había una fuente colmada de peces rojos. Apenas entramos, Elena olfateó el aire y, para nuestra vergüenza, corrió a meterse de cabeza en la piscina. Las damas lanzaron gritos y algunas se desmayaron al verla salir llena de sangre. Para evitar ese tipo de escenas, nuestra madre la dejó pescar. Eso sí, en lugares apartados, donde nadie podía verla.
–¿De manera que alimentándose de peces y rodeando la costa, su hermana llegó hasta Cádiz?
–No lo sé aún, pero le diré cómo desapareció. Elena tenía diez años cuando nuestra madre la envió a Bilbao junto a unos parientes ricos que prometieron cuidarla. Allí tomó la costumbre de bañarse en un brazo de mar que entra por la villa de Portugalete. Aunque nunca se atrevió a pescar a la vista de todos…
–Y en ese lugar se extravió.
–Así es. Un día, víspera de San Juan, salió a nadar con sus amigas a la ría. Se desnudó y escondió sus ropas en los arbustos; luego, entró al agua y se dejó llevar por la corriente, mar adentro. Nunca más volvimos a verla.
En ese momento, se abrió la puerta. Liu apareció en el umbral acompañada de Margre. Su hermano corrió a abrazarle, pero ella se mantuvo callada, con la mirada perdida. Los dejaron solos en el estudio.
Volamos a ocupar nuestros asientos en el comedor. Cuando llegó el padre, hasta los más revoltosos guardaron silencio.
–Liu regresará a su hogar. Este será el último día que pase con nosotros.
Las palabras del prior fueron recibidas en medio de un coro de protestas: nadie se resignaba a perderla.
[1]Io Sogui.

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Un talismán para Liu
RomanceUn relato sorprendente, que parece escrito a mediados del siglo XIX, bajo el paisaje marino de la costa andaluza. En medio de bajeles y pescadores rudos, se levanta el monasterio que sirve de escenario para esta historia original: una niña es hallad...