Mantiene un desafío
De miradas conmigo
La rana.[1]Cierta mañana, cuando conversaba con Diego en nuestra celda, vi que Liu se asomaba tímidamente a la puerta.
–Pasa, querida –ronroneó Diego, lleno de gozo–. Tengo una historia para ti.
Yo lo miré, extrañado:
–¿Qué tipo de historia?
–Una tan buena, que la sentirá en carne propia... Se trata de una historia que me contó el hermano Cristóbal, ¿quieren escucharla?
–Igual nos la vas a contar... –me resigné.
–Y a ti, Liu, ¿te interesa? –le preguntó Diego a la niña.
Ella asintió, gustosa, y se arrodilló al pie de su cama.
–Pues bien. Hace catorce años, un matrimonio joven y su primer hijo venían en un barco de pasajeros a las costas de Cádiz. Ya podían percibir el litoral, cuando uno de los guardas les llamó la atención sobre la figura de un hombre que apenas surgía de las olas. El capitán creyó que se trataba de un náufrago y ordenó a la tripulación virar el barco para lanzarle unas cuerdas. Sin embargo, cada vez que se acercaban, el hombre aquel se sumergía para volver a aparecer en un punto más distante, sin ánimo de ser rescatado. El capitán lo llamó varias veces y, como el otro no respondía, pensó estar ante una clase de ser irracional y mandó que lanzaran las redes de arrastre más unos cebos de pan y carne. El hombre marino emitió un gorjeo de júbilo y se aproximó a la nave.
Sólo entonces pudieron verlo de cerca. Era un hombre muy joven. Tenía una melena negra que le bajaba por la espalda y unos ojos brillantes que fosforecían como los de un tigre al ras del agua. Con gran habilidad, se arrimó a los anzuelos, desprendió los trozos de carne y los devoró, tranquilamente, mientras el cerco de redes se iba estrechando en torno a él. De pronto, dejó de comer y se quedó absorto, mirando fijamente la proa del barco. Ahí habían esculpido la imagen de una mujer bellísima...
–¿Se parecía a Liu? –musité, irritado, al ver cómo la observaba.
–Pues sí, en cierta forma. Esta figura tenía el cabello largo, de un rubio pálido y sus senos eran rosados y generosos. La parte inferior, que se veía entre dos aguas, era de pez y terminaba en una cola ancha y hendida.
–¿Y en qué se parecían? –insistí.
–¿No lo adivinas?... El hombre marino lanzó un grito de alegría y saltó sobre la mujer para arrastrarla. Durante esas tentativas, pudieron ver que era un hombre fuerte, bien proporcionado, de casi dos metros de estatura. Una cinta de escamas atravesaba su pecho, desde la nuez hasta el vientre, y otra le descendía a lo largo de la espalda. Aprovechando uno de esos saltos, el suboficial de a bordo le arrojó un grueso arpón y logró herirlo, levemente, en uno de los hombros. Aun así, hombre aquel consiguió sortear el cerco de redes y nadó como una flecha hasta la playa, donde se escondió en una cueva, tras unos roquedales. Poco después, llegaron los pasajeros y la tripulación. Algunos revisaron la cueva y los alrededores, mas sólo encontraron cangrejos y algas podridas... La joven esposa también participó de la búsqueda.
–¿Quién era ella? –le pregunté a Diego–. ¿Alguien que conocemos?
–Tal vez. ¡El mundo es tan pequeño...!
Liu, abrazada a sus rodillas, se balanceaba mirando al suelo.
–Ella se llamaba María; su esposo, Tomás; y Juan era el nombre del niño. Lo extraño era que ella no podía olvidar al hombre marino y, sin saber por qué, se sentía muy desdichada... ¿No es conmovedor?
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Un talismán para Liu
RomanceUn relato sorprendente, que parece escrito a mediados del siglo XIX, bajo el paisaje marino de la costa andaluza. En medio de bajeles y pescadores rudos, se levanta el monasterio que sirve de escenario para esta historia original: una niña es hallad...