XXXIX

1.4K 112 12
                                    

—Cuando mi jefa acepta el trabajo, me pasa a mí los detalles y yo solo tengo que organizar al equipo.

—¿Ella los escoge y diseña y tú los montas?

—Eso es.

Asentí entendiendo como funcionaba su trabajo.

—¿Y te va bien?

—Bueno —contestó acomodándose la almohada—. No es que gane un millonada, pero lo suficiente como para no preocuparme al llegar a fin de mes.

—Eso es bueno, es muy bueno. ¿Te gusta?

—Me gusta mucho. Descubrí que me gustaba cuando reformamos tu casa.

—Me alegra haberte descubierto eso —susurré acariciando su brazo—. Y me alegra que te vaya tan bien. Te lo mereces todo.

Ella sonrió de una manera hermosa, acercándose lo poco que nos separaba para besarme. Estaba siendo mágico poder saber de ella, compartir nuestros días, nuestras vidas... Saber nuevamente todo lo que tenía que ver con Joana, era reconfortante.

—Voy al baño.

La dejé salir, quitando la sábana que nos cubría a ambas.

—¿No tenemos que preocuparnos por si alguien viene? —pregunté.

—Mi madre va a estar todo el día en casa de tu madre —contestó Joana desde el baño—. Y si tú dices que de tu marido no nos tenemos que preocupar hasta la noche, tenemos todo el día.

No contesté a eso, para mí fue más importante levantarme de la cama, ponerme mis bragas y coger la camiseta de Joana, con su olor y ponérmela yo. Después de eso, escuchando la cisterna del baño, miré en su escritorio; el reloj que Estela quería estaba allí, el portátil de Joana también y, por supuesto, su móvil. Todo de la misma marca, todo de una que costaba medio riñón y parte del otro. Era maravilloso, o a mí me lo parecía, que la fuera todo lo bien que ella se merecía.

—¿Qué miras? —preguntó abrazándome por detrás.

—Estela está muy pesada con este reloj —dije cogiéndolo, viendo que enseguida la pantalla se iluminó—. De hecho me dijo que hablara contigo sobre él, a ver si así me convencías.

—No es muy barato.

—Ya, ya lo sé. Por eso no se lo queremos comprar. Pero en plena adolescencia está ella como para entenderlo.

Dejé el reloj en su sitio, perfectamente colocado, como lo tenía ella. Y agarrando su mano, la llevé hasta el espejo que un día, hace quince años, le puso Pablo en la habitación. Vertical, lo suficientemente grande como para que las dos nos viéramos de pie, con sus brazos rodeando mi cintura y su barbilla apoyada en mi hombro.

Recordé la primera vez que se miró a ese espejo conmigo, cuando la pegaron en el pueblo de al lado, se miró para comprender el cromo de cara en ese momento tenía. Incluso en ese momento, llena de golpes, Joana seguía siendo la persona más hermosa que mis ojos habían visto jamás. Y es que toda su persona estaba marcada por una mirada profunda, atractiva e increíblemente traviesa. Esa mirada que tenía con veinte años, seguía existiendo en ese instante; mirándome a través de ese espejo, con treinta y cinco años, una madurez que jamás habría apostado por ver en ella.

Como si no hubiera pasado nada entre nosotras, deseando que esos quince años los hubiéramos pasado juntas; odiando el día que, sencillamente, iba a ir a Albacete y me mareé.

Todo hubiera sido tan distinto...

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí —susurré agarrando sus manos—. Solo pensaba.

La chica de la ciudad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora