XXXV

1.4K 126 17
                                    

—Mamá, ¿me das los diez euros que te conté de la bebida?

—Están en el bolso, cógelos.

—Ten cuidado con la bebida, Estela —dijo su padre.

—Que sí. Solo beberé dos, os lo prometo.

Yo confiaba en ella totalmente, y en el fondo, Pablo también, pero tenía miedo que se le fuera de las manos.

—¿Cuántas se quedan a dormir al final?

—Carmen y Paula —respondió mi hija calzándose—. Al resto les recogen a las seis.

—Vale, si necesitas algo ya sabes. Papá se vendrá a dormir, pero yo quizás me quedé con Sandra.

—Vale. —Asintió dándome un beso en la mejilla. —Chao.

—¡Pásalo bien!

Los amigos de mi hija que venían, eran de su instituto; dado que en el pueblo no tenía a nadie de su edad. No era el primer año que se quedaban a dormir; al final tampoco nos podíamos negar sabiendo que, si no accedíamos, la arrastrábamos a la soledad más absoluta. Y ninguno queríamos eso.

En cuanto escuchamos la música, que empezó a las doce en punto; salimos de casa.

Igual que cada año, unas fiestas que se mantenían gracias a los malabares de Sandra con los números del ayuntamiento. Una única noche de música pero que disfrutaba todo el pueblo. Como todos los años, los mismos banderines reciclados para evitar derrochar dinero; el escenario montado entre Federico, Carlos y mi marido; un DJ contratado para cinco horas de música ininterrumpida; y una plaza, abarrotada de gente.

Mi hija ya se divertía bailando con seis de sus amigos, sabiendo que quedaban, según mis cálculos, cuatro por llegar. Nosotros fuimos a nuestro habitual sitio, la terraza del bar para tomarnos un par de copas antes de bailar un poco. No éramos los mismos jóvenes, pero las ganas de disfrutar una única noche, no nos las quitaba nadie.

Ya nos esperaban nuestros amigos, cada uno con una copa; mientras Sandra terminaba de hablar por teléfono con su madre, encargada esa noche del cuidado de su adorado nieto.

Pablo se encargó de pedir nuestras copas cuando, al otro lado de la plaza, por la cuesta que habituaba a bajar; asomaba Montse, agarrada al brazo de Joana.

Con unos vaqueros ajustados, una camisa blanca, ligeramente más grande de su talla, abotonada hasta la mitad, dejando a la vista un sujetador negro de encaje... Estaba increíblemente hermosa esa noche. Una larga melena que caía por sus hombros, me recordaba a lo que había sido captar todo su perfume el otro día.

—Pablo me ha contado el altercado del otro día —dijo Federico sorprendiéndome—. El del río.

—Ya... Se puso como loco.

—A mí me pasaría lo mismo si me entero que mi mujer y mi hija están en el río con la mujer que... Bueno, ya sabes.

—Es una vieja amiga, no tenía que ponerse así y menos delante de Estela.

—¿Ella dijo algo?

—Sí... Se lo conté.

—¿Y qué te dijo?

—Cosas de jóvenes —respondí recordando las palabras de mi hija—. Le da más importancia Pablo que ella.

—¿Y tú que importancia le das?

—Ten.

No pude responder a Federico debido a que Pablo y mi copa estaban de vuelta, mi respuesta, que no pasó inadvertida para él, fue beber y callarme.

La chica de la ciudad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora