Prólogo

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—¡Teodoro! —Exclamé. —¿Dónde estás?

¿Y si ya está muerto? No, Teodoro no puede estar muerto, ¡no puede!

—Pan, pan...—Susurraban los demás prisioneros.

Quise ayudarlos, pero sabía que cada uno de ellos estaba ahí por sus propios crímenes. O al menos esa excusa usaba para justificarme. Las atrocidades que cometían los hombres que terminaban en las mugrosas celdas, eran tan viles y despiadadas, que nadie se atrevía a decirlas en voz alta.

—¡Teodoro!

—Las aves danzan en el valle, la luna canta tu nombre, las estrellas...

¡Teodoro! Amaba el sonido de su canto. Observé cómo sacaba sus pequeñas manitas por los barrotes de la celda. Teodoro es un pequeño de ocho años condenado a una vida encerrado por haber nacido con aquel don que todos temían: la magia.

—Es hoy. —Me informa.

—Sabes lo que tienes que hacer, no te arrepientas ahora.

—Las estrellas me lo han contado, no se preocupe princesa, está escrito.

Canto de una estrella Where stories live. Discover now