Capítulo 2

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 A Alberto le gustaba divagar en silencio por los rincones del lugar durante las noches, viendo el esplendor del paisaje, la elegancia de la casona bajo la luna llena u oír el sonido de las criaturas misteriosas que seguían despiertas en medio del campo.

Sentía en su caminar la suavidad del césped cual alfombra cubría la seca tierra chaqueña.

A su izquierda se apreciaba el lago sobre el cual la luna se reflejaba majestuosa. La quietud de sus aguas se veía entorpecido por las ranas que saltaban inquietas. Más alejado, las laderas eran planas y oscuras, que por las mañanas se mostraba nítido con su habitual verdor intenso y casi interminable.

De pronto oyó un sonido distinto, un toque de voz femenino que no reconoció. Por instinto buscó un lugar donde refugiarse.

Acurrucado detrás del arbusto la observaba, desde su escondite improvisado, resguardado por la oscura noche.

Allí la vió en el jardín como una ninfa, sentada en un sillón de mimbre, canturreando y con la mirada perdida en el cielo estrellado.

No lograba entender que canción entonaba porque lo hacía casi en un susurro, pero los sonidos suaves que llegaban hasta él eran como una dulce melodía inundándolo de una paz interior que jamás en su vida llegó a sentir.

El concierto era completado por los grillos, quienes desde los rincones oscuros se unían a la dulce sinfonía con su cantar sincronizado.

Aquella especie de ángel ante sus ojos, estaba sentada en la oscuridad del jardín con los ojos cerrados disfrutando de su canción.

Tenía puesto un leve vestido de algodón blanco que se movía al compás de la suave briza junto a una cabellera lisa oscura, aunque en aquel lugar no podría distinguir con claridad su color.

Sonrió para sí mismo sin saber en realidad el motivo, pero la aparición de aquella adolescente desconocida lo llenó de dicha.

Recordó las famosas leyendas de su abuela. Según una de ellas, su tribu nació de la unión de una especie mitad hombre y mitad animal que se enamoró de una mujer radiante como la estrella en las oscuras noches chaqueñas. Él tenía seria duda de que existiese una mujer que le resultara radiante como aquella que describía su tata, sin embargo, ahora se dió cuenta de cuan equivocado estaba.

Alberto es un hombre acostumbrado a las mujeres de campo, que tenían lo suyo. Pero aquella jovencita se le hizo deslumbrante e inalcanzable para un ser reprimido e incluso odiado por su gente.

Nunca antes la había visto. Bien podría ser hija o alguna parienta de su patrón, Don Fidel.

La familia Montes jamás habían venido al lugar, se rumoreaba que no les gustaba el aire del campo. El único que lo hacía cada tanto era el señor acompañado de su secretario, y cuando eso sucedía, los peones estaban inquietos porque el gran jefe era un tanto exigente con todos.

Luego de observarla desde la oscuridad por largos minutos, estudiándola detenidamente y memorizándola por completo, se alejó raudo sin dejar atisbo de su presencia.

Alberto o Goyk como todos lo llamaban, es un joven de veinte años, vive en el seno de una tribu dentro de la reserva privada con su abuela a quien llamaba su sy o su madre, una mujer sabia, médico naturalista indígena de la etnia Toba Qom, muy respetada en la aldea.

Doña Anastasia lo protegió y lo amó siempre, era la única en quien confía porque desde su nacimiento llevaba sufriendo la indiferencia, el miedo y el repudio de la comunidad donde vive, el cual ama a pesar de todas las malditas creencias que los envolvía.

Su madre murió al darle a luz; nunca supieron nada de su padre, pero se lo imaginaba parecido a èl.

Era alto, con los músculos del cuerpo marcados a consecuencia del trabajo duro que desde niño estaba acostumbrado a realizar. Su cabello de cortos rizos rubios como destellos dorados del sol, los ojos de un celeste profundo como el cielo despejado, y su piel ahora bronceada, lo hacia verse exótico en su comunidad.

Las mujeres lo adoraban. Por el contrario llegó a acostumbrarse con los desprecios de los hombres que vivían a su alrededor. Solo tenia un amigo, Julio, hijo del capataz de la estancia.

Lo consideraban el Jasy Jatere o Pedazo de luna, un ser mitológico del Paraguay, cuyos rasgos físicos eran descritos semejantes a los de Alberto, por eso lo llamaban Goyk, que es un pedazo de la palabra awogoyk que en la lengua toba significa luna. Incluso lo atribuían de poderes mágicos.

El era distinto al resto en físico y expectativas sobre la vida. Deseaba ser un profesional y abandonar la pobreza en la que estaban.

Soñaba con ser médico, profesión que lo atrajo por verle a su abuela en innumerables ocasiones ayudando a quienes lo necesitaban. O ingeniero agrónomo por el amor que sentía al trabajo del campo.

Durante años, todas las mañanas su abuela lo despertaba con una taza de leche recién ordeñada para luego irse a la escuela, caminando muchos kilómetros, con una mochila pulcra pero bastante deteriorada por el uso en su espalda.

Se empeñaba en estudiar.

Terminó la secundaria hace un año y medio con dificultad a causa de la pobreza, pero lo hizo con orgullo ya que fue el mejor de la promoción. Era un alumno aplicado.

Tenia la firme convicción que en el siguiente año iría a la capital a estudiar, ya había averiguado como hacerlo y estaba decidido a intentar.

Para él, tener genes indígenas es una bendición, aunque por otra parte deseaba alejarse de ahí. Amaba su cultura, sus tradiciones, pero por otra parte quería explorar otro mundo.

Su tribu Toba Qom, que antiguamente eran nómadas, hoy están asentados en comunidades en los bosques del chaco paraguayo y parte del argentino y laburaban en las estancias de los alrededores.

Fue así como llegó a trabajar desde pequeño, por las tardes y noches en la Estancia y Reserva Natural Los flamencos, propiedad de un acaudalado político y actual senador de la República del Paraguay.

La estancia es el mayor establecimiento de la región occidental, el cual ocupa miles de hectáreas. Una pequeña ciudad en medio de otra.

Se dedica a la cría de ganado vacuno, pero también albergaban muchas hectáreas destinadas a paseos turísticos y a parque natural.

Ubicado sobre una reserva de agua dulce que es como el mismo tesoro en la región. Rodeado de frondosos bosques, lagos y habitado por diversidad de animales salvajes, algunos incluso en peligro de extinción que trataban de preservar.

En este lugar se podía ver los más bellos amaneceres y sentir las cálidas noches. Sinónimo de máxima perfección de la naturaleza.

Todos los habitantes lo protegían con ahínco, evitando que cazadores furtivos o deforestadores entren al lugar a llevarse un trozo de ese paraíso.

Goyk, caminó con decisión por el sendero que conducía a su choza admirando todo a su alrededor como si se tratase de la primera vez que lo veía.

Sin hacer ruido para no despertar a la anciana que a esa hora debía estar descansando, abrió la puerta de su pequeña choza. Con una mueca en su rostro por no poder evitar el crujido de la antigua madera, ingresó dentro.

Se dirigió a su catre donde acostado fijó la vista el techo de paja pensando en ese mágico ser que apareció en su vida en medio de esta fresca noche.

Inolvidable     El poder del verdadero amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora