Llevaba ciclos siguiéndolo.
Había aprendido a correr sin descanso, presionándose a ir cada vez más rápido, a saltar más alto y más lejos. Sus pies descalzos, al principio hinchados por los arañazos de la intemperie, se habían acabado endureciendo como las rocas por las que caminaba.
Todo mientras miraba al cielo, fijamente, a la serpentina dorada que surcaba las nubes. Era una escena hipnótica, contemplar a una criatura enorme volar por los cielos como si fuera parte de la brisa, y aún así dejar detrás una huella tan profunda de fuerza, de poder en la misma tierra que ni siquiera rozaba.
Había sido por eso que aún no se había atrevido a llevar a cabo el siguiente paso. Su mejor baza en la baraja era la observación y la precaución, esperar al momento justo.
El momento justo llegó algo antes de lo esperado, para su desgracia.
Si no hubiera sido por su inmensa concentración, no habría notado el levísimo cambio de rumbo que el dragón hizo.
Se detiene, saltaron todas las alarmas de su cabeza.
Confió en su pequeño pero propio poder. El polvo y la hierba alta la ocultarían de su vista. Sí. Esperaría allí hasta mitigar sospechas, a que la criatura retomara su rumbo y solo entonces ella podría proseguir su intrincado plan de acción.
Mas cuando parecía que el dragón aceleraba, este dio un giro voraz en el aire, subió hacia arriba unos metros y se precipitó con fuerza contra el suelo.
La tierra tembló. Todas y cada una de las piedras (incluso aquellas tan diminutas que se consideraban prácticamente arena) retumbaron en veneración.
Ella perdió el equilibrio y aterrizó de una forma no muy grácil sobre sus cuartos. Sin arriesgarse a sobar el impacto adolorido, corrió una cortina de polvo más densa sobre su figura.
Y desde allí, espió.
El dragón era gigantesco, la criatura más grande que jamás había visto. Pero también era majestuoso, y ahora que podía contemplarlo desde una distancia tan próxima, sus ojos bailaron por sus escamas como cobre fundido, su melena del color del sol crepuscular y sus cuernos sobresaliendo retorcidos, como dagas de oro macizo.
Letal, pero poseedor de cierta elegancia. Había belleza en monstruos así.
No miraba hacia aquí. En cambio, su larguísima cola se enrrollaba y se agitaba lentamente a escasa distancia del suelo, sin un interés particular.
Bien, se dijo aliviada. Solo un poco más.
—Esta es vuestra primera y última advertencia —retumbó una voz de ultratumba. Grave, monótona y feroz, cada sílaba rezumante de amenaza—. Mostraos.
Oh, oh.
El polvo a su alrededor comenzó a formar remolinos, reflejo de su angustia. Su mente se obnubiló, batallando. Todas las terribles historias que había escuchado. No. Chillaba. No salgas.
Ella suspiró. El estómago le dio un vuelco y deseó simplemente echarse al suelo y fingir que era otra piedra más.
Me devorará.
Pero no estaba haciendo esto por ella. Suspiró de nuevo.
Una parte de ella gritaba que se detuviera.
La otra desvaneció el señuelo de arena con un gesto de la mano.
Y sonrió.
—Es un honor finalmente conoceros —se presentó, haciendo una reverencia con ambas manos sobre su regazo. Las mangas largas de su vestido rozaron el suelo y sus tonos azulados adquirieron un tinte sucio—. Mi nombre es--
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La Noche Quebrada 🔶️Zhongli
Fanfic"𝐄𝐧 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐜𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐩𝐫𝐞𝐜𝐢𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐚𝐜𝐮𝐦𝐮𝐥𝐚𝐝𝐨𝐬, 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐚𝐦𝐚𝐛𝐥𝐞 𝐦𝐞𝐧𝐭𝐢𝐫𝐚, 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐭𝐫𝐢𝐬𝐭𝐞𝐳𝐚 𝐝𝐮𝐫𝐦𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐲 𝐞𝐧 𝐦𝐢𝐬 𝐚𝐥𝐚𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐬𝐮𝐞ñ𝐨𝐬 𝐚𝐫𝐫𝐞𝐛𝐚𝐭𝐚𝐝𝐨𝐬." Shiho ha viajado por casi t...