Prólogo

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Hay días en los que no eres consciente de que vas a tener un día horrible, en cambio otros comienzan siendo un desastre y según avanzan las horas te das cuenta de que las cosas solo pueden ir a peor. Este es uno de esos. Aunque te aseguro que cuando ha sonado el despertador por la mañana no se me ha pasado por la mente que hoy iba a cambiar toda mi vida.

Salí de casa corriendo, ya que he tenido que regresar a mi piso porque de camino al coche uno de mis zapatos se ha quedado sin tacón al quedarse enganchado en una zanja. No creas que le he dado mucha importancia, no es la primera, ni será la última vez que llego tarde al trabajo por algún «accidente», la torpeza viene de serie. Pero claro ahí no se iba a quedar todo.

Al llegar a la redacción todo el mundo estaba como loco. Acababa de caerse el sistema al completo en el mismo momento en el que se cargaban las noticias de primera hora. Eso ha jugado en mi contra, porque todo el mundo se ha dado cuenta de que la responsable de contenidos no estaba para apagar el fuego. No he podido ni soltar el bolso, en cuanto he puesto un pie en la oficina he colaborado con los informáticos para que la red vuelva a estar en funcionamiento antes de que a Samuel, mi jefe, le explote la cabeza, cada segundo que pasaba estaba más rojo y más ansioso.

Nos ha costado encontrar el problema, una vez localizado ha sido fácil de solucionar. Una vez subidos los contenidos y todos respiramos con normalidad entre en mi despacho.

Tengo organizada la reunión con el equipo para debatir sobre los siguientes contenidos que vamos a publicar, pero antes tengo que revisar mi agenda con María, mi secretaria, que sin pedírselo viene con mi café en la mano.

María y yo estamos concentradas cuadrando la agenda de esta semana, que resulta ser complicada por la cantidad de citas y reuniones expuestas. Alguien toca con firmeza en la puerta, rompiendo nuestra concentración y acelerando mi corazón. Conecto mi mirada con María, sin saber quién puede ser.

— Adelante.

— Samanta, siento molestarte, sé que estás ocupada, pero tengo algo urgente que decirte— me comunicó mi jefe asomando la cabeza por la puerta.

María al ver la cara de preocupación de Samuel, ha decidido salir del despacho y dejarnos a solas. No se a que se debe la interrupción, pero no pinta demasiado bien.

— ¿Qué ha pasado?

— Tienes una llamada muy importante en mi línea y creo que es más conveniente que la respondas en mi despacho — mi jefe no dejaba de mirarme, sus ojos se habían quedado fijos en mi rostro.

— De acuerdo, dame un minuto y voy...

— No, es una llamada importante lo demás puede esperar.

Samuel es un hombre que vive para el trabajo. Lo conozco desde que comencé mis prácticas estando aún en la universidad. En todos estos años nunca, nada que no haya tenido que ver con el trabajo ha sido más importante que lo que estábamos haciendo entre estas cuatro paredes. Así que si hoy, el hombre que tiene el trabajo como prioridad número uno me dice que atender esa llamada es lo más importante, que lo demás puede esperar, no puedo hacer otra cosa que acudir a su despacho y descubrir qué es lo que está pasando. Al llegar al despacho de Samuel, Laura, la secretaria de mi jefe, me espera detrás de su escritorio.

— Hola Laura, Samuel me ha comentado que tengo una llamada en espera.

— Si cielo, está en la línea uno — su mirada es tierna, pero eso tampoco me da indicios de nada, ni siquiera para pensar que ella pueda saber lo que está pasando. Porque Laura es una mujer que nos trata a todos como si fuera una madre protegiendo a sus polluelos.

Tanto secretismo por parte de Samuel y la tierna mirada de Laura, me hacen desconfiar y ponerme al límite, ¿qué es lo que ocurre? ¿quién está al otro lado del teléfono?, pienso mientras me acerco al butacón de cuero de mi jefe para atender la llamada.

— Buenos días, soy Samanta, ¿en qué puedo ayudarle?

— Buenos días, soy el sargento López y necesito verla con urgencia, ¿Sigue ahí señora Samanta?

— Sí sargento, lo siento, ¿qué ha pasado?, ¿mi familia está bien?

— Sé que estará confusa, ¿podría salir ahora del trabajo?

— ¿No puede decirme qué ha pasado? — me estoy poniendo muy nerviosa, las manos me sudan, el corazón se me va a salir del pecho en cualquier momento, mi cabeza no dejaba de imaginar mil posibilidades en las que alguien que me importa termina herido. Porque, ¿qué otra razón podría llevar a la policía a reclamar mi presencia con tanta urgencia?, algo grave ha tenido que pasar, alguien ha tenido que sufrir un accidente.

— Señora Samanta, sé que es difícil, pero preferiría hablar con usted en persona, un coche le recogerá en cinco minutos, ¿le parece bien?

— ¿Alguien está herido?

— No se preocupe, no es algo que se pueda explicar por teléfono, la estaré esperando.

— De acuerdo.

Las únicas palabras que he conseguido decir antes de que la línea se haya cortado al otro lado, dejándome con la boca seca, el corazón en un puño y mil ideas revoloteando en mi mente y ninguna buena.  

La fuerza del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora