Raquel y yo estábamos sentadas en una de las únicas mesas que quedaban libres en el local, hablando de todo y de nada en concreto. Porque con ella es así, salta de un tema a otro como un sapo en una charca. Me estaba contando algo sobre un proyecto que tiene que presentar, cuando ha saltado del taburete como si le hubieran pinchado el culo. En el momento que he sido consciente de que me había dejado sola, la he encontrado entre toda la gente que se amontona en la pista de baile ya estaba demasiado cerca de ese tío. Me quedé observándola como una loca con un morenazo al que acaba de atacar literalmente. Mi loca amiga dirá que el volumen de la música le impedía escucharle, aunque ya te digo yo que lo único en lo que está pensando ella en este momento es en tocar todo lo posible. Ahora están los dos dándolo todo en la pista, bien pegados, prácticamente están fundidos en uno solo. Desde aquí no puedo diferenciar dónde termina uno y comienza el otro. «Aprender a quererte» de Morat suena a todo volumen llenando el espacio. Y yo solo puedo observar el daiquiri de fresa que tengo entero entre las manos. Hace unos años mi bebida se habría quedado aquí olvidada, igual que le ha pasado al mojito de Raquel y habría salido disparada detrás de mi amiga en busca de la captura de la noche. Me habría ido acompañada a casa, habría disfrutado de una buena sesión de sexo. Y después con mucha educación le habría acompañado a la puerta para disfrutar de mi cama en soledad. En cambio, estoy aquí, sola, dando vueltas a la bebida y recordando a una Sam que ya no existe. Mis padres dirían que he madurado, que ya no soy la chica alocada de antes. Yo soy más partidaria de pensar que me he cansado de esconderme detrás del alcohol y del sexo con extraños.
— Hola preciosa, ¿te apetece compañía?
— Pues no mucho.
— Venga mujer, un poco de conversación nunca viene mal.
— Si tu lo dices.
— Vamos a empezar por algo sencillo, ¿cómo te llamas?
— A ti que te importa.
— Que nombre más peculiar. Pero tranquila lo he pillado, ya te dejo sola.
Me giro y veo como el chico se aleja lentamente, la gente le impide continuar su camino. Igual he sido un poco borde ¿no?, tampoco me ha dicho nada fuera de lugar, solo quería un poco de conversación y yo no es que lo esté pasándolo pipa sola. A veces dudo que me quede don de gentes por algún rincón. Me estoy convirtiendo en una amargada. Salgo corriendo detrás del joven y lo detengo a mitad de camino hacia la barra.
— Perdona — sujeto su brazo para impedir que siga andando y se gire hacia mí — lo siento, he sido una imbécil.
— Igual necesitabas estar sola y yo he venido a molestar.
Sus ojos claros se interponen en mi campo de visión lo que provoca que me fije bien en él, recorro su cuerpo que no tiene desperdicio. Los músculos de sus brazos presionan la tela de la camisa azul que lleva las mangas remangadas. Apostaría que sí hace un movimiento brusco esa tela se desintegra en el acto. Igual que les ha pasado a mis bragas con su cara de pillo. Se encuentra demasiado cerca de mí, lo necesario para oírnos y que su perfume inunde mis fosas nasales, me muerdo el labio inferior por no morder el suyo. Porque su boca me llama.
— Es muy probable que prefieras cualquier otra cosa después de como me he comportado pero, ¿Te apetece sentarte un rato conmigo?
— Estoy seguro de que a mis amigos no les importa que te haga compañía — me responde señalando un punto de la barra donde un grupo de chicos miran en nuestra dirección. A la mayoría de ellos los conozco bien. Mismo barrio, mismo colegio... aunque hay otros que a simple vista no creo haber visto nunca.
— Cuéntame, ¿por dónde lo habíamos dejado?
— Técnicamente no estoy sola — digo señalando la copa de mi amiga que ya parece cualquier cosa menos un mojito — sería más correcto decir que estoy momentáneamente sin acompañante — termino guiñandole un ojo, algo en él me resulta familiar, aunque no sabría que es, ni donde lo he visto antes.
— Bueno, entonces ahora lo correcto sería preguntarte por qué has preferido quedarte aquí sola — miro hacia la pista donde mi querida amiga tiene su lengua en las cuerdas vocales del moreno, lo que me provoca una sonrisa.
— Mi amiga se encuentra muy bien acompañada en la pista de baile, aunque tus amigos te van a echar en falta.
— Ya lo dudo, te aseguro que saben entretenerse sin mí — dice mostrándome una preciosa sonrisa que achina sus ojos.
— No lo dudo — la verdad es que la oscuridad tampoco me permite verlos a todos con claridad, pero no parecen los típicos que necesiten ayuda para moverse por un local como este, ni por cualquier sitio. Al contrario, más bien son los típicos que hacen suyo el lugar donde se encuentren — ¿eres de por aquí?, no recuerdo haberte visto antes.
— En teoría tendría que decir que si, que soy de aquí, al menos nací y crecí aquí, aunque he pasado muchos años fuera.
— Y, ¿has vuelto para quedarte?, o ¿solo es una visita?
— Bueno de momento he venido para quedarme, aunque, te voy a desvelar un secreto, no soy de un sitio fijo, me cuesta asentarme, así que quién sabe, el tiempo dirá si es para siempre o acaba siendo solo una visita.
— Sam, nosotros nos vamos, ¿te vienes?, ups perdonar, no me había fijado en tu compañía — dice mi amiga observando a mi acompañante que no ha dejado de mirarme en ningún momento — ¿nos vemos mañana?
— Me voy con vosotros, él solo estaba ocupando el hueco que has dejado libre, encantada de conocerte.
— Nos veremos pronto, Sam — me responde en el momento justo en el que una canción acaba y comienza la siguiente. El instante adecuado para que sus seguras palabras lleguen a mis oídos, no puedo evitar girarme y observar esa seguridad también en sus ojos. No me detengo, sigo caminando hacia la salida y agradezco la brisa que corre y que templa mi cuerpo.
— ¿Quién coño era ese maromo?
Raquel me bloquea el paso impidiendo que continué andando, su amigo, por llamarlo de alguna manera llega hasta un coche rojo aparcado casi en la puerta del local del que acabamos de salir.
— Pues si te digo la verdad no tengo ni idea, algo en él me resulta familiar, pero no lo ubico, además estaba con Nicolas, Alex y Tomás, no sé Raquel, ha sido todo un poco raro.
— Tú sí que eres rara nena, dejar plantado a ese tío no es digno de ti, se te va a llenar el chichi de telarañas.
— Que bruta eres, anda tira que tu ligue te está esperando, no querrás que se te enfríe.
— Uy tranquila, si se enfría ya lo vuelvo a calentar, por eso no hay problema, ¿te acercamos?
— No, tranquila, daré un paseo.
— ¿Segura?
— Si, me vendrá bien, disfruta anda.
— Eso está hecho, amiga.
Veo como se alejan a toda velocidad antes de empezar a caminar por el paseo que une la zona nocturna con el centro. Dejo que la brisa me envuelva alejando de mí la sensación que el desconocido ha logrado dejar en mi interior. Hacía mucho tiempo que un hombre no me hacía sentir tantas cosas y tan distintas. Por una parte, algo en él me atraía como un imán. No era capaz de desentenderme de esos ojos claros que hipnotizaban. Su cuerpo también es digno de un museo, esos brazos son capaces de levantarte como una pluma y hacer contigo lo que quiera. Pero, por otra parte, que quieres que te diga, puede que ahora mismo la más importante, no hacía más que decirme que saliera corriendo y no mirara atrás. La razón, pues lo siento, pero ni yo misma lo sé, ojalá nuestro sexto sentido fuera más claro cuando nos alerta de peligros. La de problemas que nos evitaríamos. Pero de momento solo podemos hacer caso a ese sentimiento, al menos dentro de lo posible.
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La fuerza del destino
RomansaSamanta tiene todo lo que siempre ha soñado. Un trabajo que le entusiasma. Una familia elegida que la quiere. Un nivel de vida que muchos envidian. Pero el pasado nunca se queda oculto para siempre. Y Samanta está a punto de descubrir que el destino...