Simple, yo llevaba una vida simple, o bueno, a lo que pueda llamarse simple. Notas perfectas, era responsable, etc. Era la típica amiga con la que tu madre te compararía, o la hija que cualquier madre desearía, exepto la mía.
Mi madre estaba con un...
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Luego de varias horas sentada en aquel triste asiento, frente a aquel vidrio, pensando qué haré ahora. La enfermera me ofreció café varias veces. No tenía apetito.
—¿Tienes algún familiar? ¿Algún amigo? ¿Alguien que pueda ayudarte?
—No, no tenemos a nadie. No tengo amigos, mi familia se alejó porque les avergüenza mi madre y nosotras debemos pagar por eso. Estamos solas, somos Lía y yo contra el mundo.
La chica pelirroja trató de hablar pero no encontró respuesta. Ella se sentó junto a mí y luego de unos minutos en un triste silencio, habló.
—Soy Cristina... —se presentó dudosa— ¿Quieres ir a un café? Es hora de mi descanso.
—No puedo, debo cuidarla —negué mirando hacia el gran vidrio frente a mí.
—Por favor. Ahí podré contarte mejor lo que sucede con ella. Aquí la cuidarán bien, daré ordenes de que nadie pueda pasar.
Lo pensé unos segundos y acepté. De todas formas, nadie vendrá.
(...)
Fuimos a un café a dos calles de ahí y un amable chico de cabello rubio nos atendió.
—Buenas tardes, señoritas. Bienvenidas a coffeeofyourdreams. ¿Qué gustan ordenar?
—Hola, un café doble negro, con un croissant y... —fijó su mirada en mi esperando una respuesta.
—Un café macchiato, por favor.
—Perfecto, en unos minutos llegará su orden.
El chico comenzó a alejarse y Cristina aún tenía su mirada en él.
—Es lindo, ¿No crees? —mencionó sin apartar sus ojos de él.
—Se ve algo joven, no creo que llegue a los veinte. Posiblemente esté en preparatoria ahorrando para una universidad, o no tenga planeado ir a una, ya haya terminado y sólo trabaja para vivir.
—Vaya, que observadora —sacó sus ojos de aquel chico y me sonrió— ¿Puedo preguntar algo sin sonar descortés?
—Bueno, eso depende de qué vayas a preguntar.
—Eres una chica amable, educada, te encargas de tu hermana por tu propia cuenta...
—Ve al punto —interrumpí.
—Si, lo siento. ¿Por qué no tienes... Amigos? —la duda en su voz era notable. No estaba segura si preguntarlo o no, así que traté de sonar lo más amable posible.
