Capítulo 1

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Eran las 03:45 de la madrugada y Hande ya había dado tres paseos a la cocina. Hacía meses que no conseguía conciliar bien el sueño, no le pasaba constantemente pero tampoco se sorprendía si se despertaba en mitad de la noche y no podía volver a dormir. La psicóloga a la que había ido con su hermana tras la muerte de su madre le había dicho que el insomnio, la falta de respiración que le sucedía en ocasiones y el estar deprimida muchos días seguidos, eran indicios de pequeños problemas de ansiedad. El no poder respirar bien y el deprimirse se habían ido poco a poco con los meses -aunque a veces volvían-, pero el insomnio se había pegado a su espalda y no parecía querer soltarla. Dormir con Murat la ayudaba... cuando no habían peleado. No era el caso en este último mes. No sabía si su relación iba a durar mucho más y tampoco quería pensar en ello. No era muy sana que digamos, pero Hande lo quería de verdad y no soportaba tener que admitir que en algún momento se iba a terminar. Así que los dos habían decidido hacer oídos sordos al problema y rascar la última pizca de salud mental que sostenían entre ambos para sacar su relación adelante.

Su hermana, quien parecía llevar una vida tranquila y haber manejado la pérdida mejor que ella, en realidad lidiaba con los mismos problemas de ansiedad. La diferencia es que Gamze tenía una familia en la que apoyarse. Por supuesto, Hande contaba también con la familia de su hermana como si fuera la suya propia, pero en el fondo sabía que no era lo mismo. Envidiaba de una manera sana a su hermana, y estaba muy orgullosa de ella por la vida que había creado para sí misma. De hecho, su hija de casi dos años era la única persona en el mundo que podía hacer a Hande desconectar de la realidad. Siempre había querido ser madre, pero estaba bastante segura que un bebé ahora solo traería problemas. Necesitaba arreglar sus propios problemas y le estaba costando más de lo que pensaba. Aún había aspectos de su vida que sabía que solo la estaban retrasando y haciéndola retroceder, pero tampoco se atrevía a borrarlos. Por eso, cuando su hermana dio a luz pocos meses después de que se fuera su madre, fue como si hubieran visto a un ángel.

Hande también se apoyó mucho en sus perros. Era lo más parecido a tener hijos propios, una familia, y su presencia la había ayudado a afrontar más fácilmente por lo que había pasado ese último año. Así que, cuando Azul entró en la cocina y se la quedó mirando, se sintió culpable por haberla despertado otra noche más.

-No me mires así, he intentado no hacer ruído -le dijo de broma. La perra la miró sin comprender y Hande pensó preocupada que era posible que le hubiera pegado el estar deprimida, por eso la acompañaba en las noches en vela. Soltó el vaso de agua en el fregadero, acarició el lomo gris de la perra y se dirigió a su habitación con la intención de descansar un poco antes de levantarse para ir a trabajar.

Necesitaba estar fresca para el día siguiente. Tenía una reunión importante con su equipo y la productora de la serie que iba a protagonizar en un par de meses. La cosa pintaba bastante bien, le gustaba el argumento y desde el primer momento había adorado a su personaje. Llevaba mucho tiempo queriendo participar en un proyecto que no tuviese tanto drama, algo alegre y cómico. Estaba emocionada porque era justo lo que tenía entre manos. La reunión iba a ser solo para hablar de temas legales, sobre el contrato y la duración, aunque sabía perfectamente cómo se solían hacer las cosas en la industria: si no era un éxito, la cancelarían. Lo sabía porque lo habían hecho ya con otra serie que protagonizó y que le gustaba muchísimo. De hecho, aún seguía molesta por aquello pero esperaba que esta no acabara así, estaba casi convencida. Era una comedia romántica y eso suele ser lo que más le gusta ver a la gente. A este proyecto le habían puesto mucha fe.

Pensando en que posiblemente se le estaba avecinando una época mejor, se quedó dormida.

Se despertó tres horas después abriendo los ojos de golpe, y al instante pensó que aún era de madrugada por la oscuridad de la habitación. Miró el reloj del teléfono y en realidad solo faltaban seis minutos para que sonara la alarma. Su reloj interno nunca le fallaba, aunque se empeñaba en seguir poniendo la alarma por si las moscas. Abrió las persianas aún grogui por la falta de sueño, y dejó que entrara la luz. Era la primera vez que salía el sol en semanas. Se duchó, desayunó y arregló en menos de una hora y ya dentro del coche recibió una llamada de su mánager.

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