Capítulo 2

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Se despertó cerca de las 8 de la mañana, los molestos rayos del sol colándose por las cortinas le impedían continuar con su sueño. Después de asearse, fue directo a la cocina, donde un animado Aaron le contaba a su madre acerca de Thomas.

—Él es genial, mamá— relataba emocionado—, incluso me ayudo a buscar el moño de Dara, pero no pudimos encontrarlo— se llevó un pedazo de panque a la boca, sin darse cuenta de lo que había dicho.

—¿Moño? — eso captó la atención de sus padres, Sarah se giró a mirarlo y James levantó la mirada del periódico. Se adentro a la cocina, interviniendo.

—Buenos días— saludó, esperando que dejaran pasar el detalle.

—¿De qué moño habla Aaron, Adara? — pregunto directamente su padre. La mayor se encogió de hombros.

—Le pedí que me lo cuidara, no me decidí por usarlo— respondió indiferente, mientras tomaba asiento y se servía algunos panques.

Su voz sonó convincente, lo suficiente para que sus padres no hicieran más preguntas y continuaran con su desayuno.

—La reunión con los jóvenes es a las 10— le informó su madre, antes de darle un sorbo a su té, la pelinegra asintió—, Elizabeth se ofreció a venir por ti.

Volvió a asentir, centrándose en su desayuno. Cuando terminó fue directamente a lavar los platos y hacer sus deberes.

Alrededor de las nueve en punto, su padre estaba saliendo de casa, al parecer había encontrado un trabajo. Eso le sorprendió un poco, pero lo descartó al recordar que ayer lo había visto hablar con los varones de la iglesia, probablemente ellos le habían recomendado algo.

Comenzó a alistarse para la reunión, mientras su madre y Aaron salían camino a la pequeña tienda. Eligio un vestido de botones sencillo de color azul y se hizo una trenza.

Estaba por tomar su biblia cuando escucha leves golpes en la puerta, salió de su habitación en dirección a la sala, tomando su biblia en el proceso.

Abrió la puerta, siendo recibida por una cálida sonrisa de Elizabeth.

—Hola— saludó efusivamente la rubia.

—Hola— respondió, sonriendo levemente.

— ¿Estás lista?

Asintió cerrando la puerta tras de sí, justo en ese momento su madre y hermano estaban llegando, así que ambas jóvenes se despidieron para así emprender su camino en dirección a la iglesia.

—Es lindo ¿no? — pregunto Eliza, después de unos minutos de silencio.

Sin darse cuenta, la pelinegra se había perdido admirando el lugar. La iglesia no quedaba muy lejos, pero si lo suficiente como para admirar el paisaje durante el recorrido. Parpadeo, volviendo a la realidad, donde Elizabeth la miraba expectante, con un toque de diversión en su mirada, esperando su respuesta.

—Lo es— respondió después de unos segundos.

— ¿Cómo es su antiguo pueblo? — preguntó, genuinamente curiosa. Dara se encogió de hombros.

—Nada fuera de lo común— fue sincera—, solo era un poco más poblado, y no había tantas áreas verdes como aquí, pero es lindo.

—Era tu hogar— concluyó Elizabeth.

Asintió, con un nudo en el estómago al escuchar el “era”. Sin duda extrañaría su antiguo pueblo y la historia que guardaba en el, pero tal vez lo mejor que pudieron haber hecho era avanzar. Se obligo a si misma a ignorar la chispa de melancolía al recordar todos los buenos momentos que vivió ahí, y se concentró en el camino.

—Adara— Elizabeth la detuvo—, no te obligaremos a que llames a este lugar tu “hogar”, pero si nos das la oportunidad, nos gustaría que eso significara para ti. Un nuevo hogar.

Eso la hizo sentir un poco mejor. Asintió con una pequeña, pero verdadera sonrisa de felicidad y juntas retomaron su camino. Su madre tenía razón, Elizabeth parecía ser una gran chica, realmente esperaba estar a la altura para obtener su amistad.

No es que se considerara menos, pero tampoco se sentía digna de ser parte de algo. Tal vez no tenía sentido, tal vez era una jugarreta de su mente. Podía serlo, así como podía que no. Aun así, se aferraba a la idea de que ella ya era alguien mejor.

—Ya hemos llegado, Adara— anunció Elizabeth, sintió una oleada repentina de nervios y se aferró a la biblia en sus manos— Tranquila, sé que les agradaras— le sonrió.

Ambas se adentraron a la iglesia, siendo recibidas por cinco chicas que ya estaban ahí.

— ¡Eliza! — una de ellas la saludó al noto su presencia. La rubia se había enganchado de su brazo apenas entraron, impidiendo que Adara se rezagara, la joven se quedó con los brazos en el aire cuando la notó—, oh… hola, tú debes ser Adara— dijo bajando sus brazos y extendió su mano hacia ella—, soy Ruth— le sonrió.

—Hola— aceptó el saludo.

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