CAPÍTULO 2

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Gemma Jonhson

"Las heridas del alma son asfixiantes y menos llevaderas que las físicas"

El eco de esa palabra: "dolor", me persigue. Está incrustada en cada pensamiento, en cada respiro que intento controlar. No importa cuanto trate de ignorarlo, siempre esta ahí, latente, recordándome que no puedo escapar. He perdido la cuenta de cuantas veces mi cabeza ha repetido ese termino, como si fuera la única verdad que conociera. Las palabras de Mariam suenan lógicas en su boca. Me dijo que lo mejor que podía hacer era seguir adelante, reconstruir lo que alguna vez fui, pero ¿Cómo explicarle que siento que esos pedazos están demasiado dispersos? Que, por mas que intento, no puedo encajarlos de nuevo. Es como si hubiera algo que se resiste, algo dentro de mí que no quiere moverse.

Miro por la ventana, observando como el mundo parece continuar sin esfuerzo. Todo allá afuera sigue su curso, como si no existiera el caos en el que me ahogo cada día. Y es frustrante. La tranquilidad que veo me resulta irónica, casi ofensiva. Es como si la paz fuera una realidad solo para los demás. Aquí dentro, en mi mente, la calma se siente como una fantasía cruel, un espejismo que se burla de mí mientras el torbellino de pensamientos me consume. Mi mente vive evocando como solía ser... siendo alguien que sabia que quería, sabia hacía donde iba. Pero esa versión de mí es solo un recuerdo ahora, una figura que se desvanece mas con cada segundo. No se como regresar a ella, y me aterra la posibilidad de que tal vez nunca lo haga.

Respiro hondo, una, dos, tres veces, como si eso pudiera reunir los fragmentos de mi que han estado dispersos por tanto tiempo. Tal vez debería seguir repitiéndome que puedo volver a ser quien era, pero esas palabras se sienten vacías, como ecos de promesas que nunca he podido cumplir. El dolor se ha convertido en mi compañero constante, y con cada segundo que pasa, la pregunta se agita en mi interior: ¿habrá alguna forma de escapar de este abismo que me atrapa?

Estoy tan atrapada en mis pensamientos que olvido lo básico: alimentarme, ducharme, arreglarme. Cada día que pasa, siento que me alejo mas de la chica llena de vida que alguna fui, aquella que despertaba con la luz del sol y se desbordaba en colores. Esa versión de mí es solo un recuerdo ahora, como una figura que se desvanece con cada segundo. En lugar de audacia, ahora me he convertido en una sombra de mí misma, apagada, con el cabello desordenado que cae sobre mis hombros como una telaraña. Mis ojos, marcados por ojeras, son testigos silenciosos de las noches de insomnio en las que he estado atrapada en la cárcel de mis emociones.  

Me miro en el espejo y apenas reconozco a la persona que me observa. La chispa de vida en mis ojos se ha desvanecido, dejando un vacío helado de soledad y desesperanza que pesa en mi pecho como una carga. Estoy vestida con una pijama de shorts, sin sostén, y la suave tela se adhiere a mi piel, relevando la fragilidad de mi estado. Cada pliegue parece un eco de descuido, un  recordatorio constante de como me he dejado arrastrar por la tormenta de mis pensamientos. 

El sonido de pasos se aproxima, rompiendo el eco de silencio que me rodea. Un escalofrío recorre mi cuerpo, y la ansiedad me golpea mientras una sola pregunta se repite en mi cabeza: ¿Será que finalmente ha venido a verme, o acaso me he convertido en alguien demasiado rota como para que aún me quiera cerca? Mi corazón late con una intensidad desesperada, como si quisiera gritar su nombre, dejándome sin aliento ante la posibilidad de su presencia.

La luz de la luna, filtrándose a través de las gotas de lluvia que resbalan por la ventana, crea sombras que parecen danzar en las paredes de mi habitación. El sonido del agua golpeando el vidrio acompaña el silencio que inunda el aire, pero no es suficiente  para calmar el caos que habita en mi interior. En el instante en el que Black entra, siento como una corriente de ansiedad recorre mi cuerpo. Mi piel expuesta y vulnerable, se estremece bajo su mirada. 

Amor TóxicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora