Ha pasado un mes desde su encuentro con el Demonio Pelirrojo Sonriente. Su cuerpo todavía recuerda los movimientos empleados por aquel joven capitán en el combate. Sonríe de una forma estúpida, al igual que un niño cuando le regalan una espada o algo parecido. Lleva su mano al parche que tapa su ojo izquierdo, vuelve a sonreír. Sentado sobre la cama, decide ponerse de pie, la habitación es una de las mejores del pueblo. Sobre la pared deja su espada, guardada en la porta armas. Al mirarse al espejo, nota como su barba está completamente descuidada, pero a él le gustaba, su cabello ya era demasiado largo, ahora si se parecía al Dios Odín.
Usando sus toscas manos, logra hacerse seis trenzas en la barba, tres a cada lado y en el centro una sección de pelo bien peinada con un lazo en la punta. No le hace nada a su cabello solo lo acomoda por detrás de sus hombros. Camina unos pocos pasos y agarra unas prendas dobladas sobre una silla. Mete sus piernas por un pantalón café, tapa su pecho con una especie de piel de oso y recubre una buena parte de su cuerpo con una túnica de color rojo.
Abandona su habitación. Desciende por unos escalones de madera hasta llegar a la entrada del lugar. La puerta daba al pueblo donde decidió parar la travesía. Sus hombres estaban felices, acababan de llegar con una buena cantidad de esclavos para el pueblo. Odín camina por el poblado y se dirige a una construcción enorme en medio de un prado. Abre el portón del sitio, una gran cantidad de personas esposadas y heridas estaba en el suelo. Se acerca lentamente a ellos, hacen gesto como de miedo y huida, hasta que Odín detiene su caminar.
-Escúchenme bien –Se dirige a ellos con una voz grave –Están en Vinland, la tierra más hermosa que jamás verán sus ojos, ustedes fueron tratados como esclavos toda su vida, quiero que uno se ponga en pie y me siga para mostrarles cual será su futuro
El silencio de apodera del local, mientras los pobres desafortunados se miran los unos a los otros.
-Yo lo haré –Un pequeño niño rubio se levanta –Iré con usted
-Un niño valiente, a ver si los hombres aprenden –Le indica al chico que lo siga y ambos salen del caserón
-¿Qué deberemos hacer señor? –Pregunta el chico mientras observa el hermoso prado que lo rodea
-Van a vivir aquí, desarrollarán este prado a su gusto, utilizarán la madera de mi barco para construir sus casas –Le pone la mano en la cabeza al chico –Felicidades muchacho, desde hoy ya no serán esclavos, son ciudadanos de Vinland –Le acaricia el pelo y abandona al jovenzuelo
-¡Amigos! –Corre dentro del caserón muy emocionado y les cuenta la decisión del jefe
Vinland, es un lugar magnífico, la tierra es fértil, no hay guerras ni reyes ni gobernantes. Dentro de ese maravilloso sitio se levantó el pueblo de Dragonland, fundado por los primeros viajeros que descubrieron esa tierra. Odín fue uno de esos viajeros, junto a su fiel compañero Bjourn, quien murió en combate, o al menos así es como fue recordado.
Esa noche, el pueblo estaba de fiesta, sus fieros viajeros regresaron con más pobladores y trabajadores, el desarrollo cada vez estaba más cerca. El bar estaba lleno de personas, bebían, comían, reían, en fin, era pura celebración y alegría.
Odín por su parte decidió estar esa noche con el mayor tesoro que había obtenido en toda su vida, su esposa árabe Fátima y su pequeña hija Nadia. Vivian en una choza apartada del pueblo. Era un padre ejemplar, siempre se preocupaba y ocupaba de sus hijos. Sin embargo, esta devoción nació debido a la pérdida de un bebé hace más de quince años. Cada vez que veía el rostro de su esposa e hija, recordaba a aquella mujer que le robó el corazón en una ocasión y pensaba en ese hijo que no pudo cuidar, porque lo dejó atrás.
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El Reino De Korat
Historical FictionUna historia medieval. Llena de aventuras y mucha acción.