Prólogo

93 10 0
                                    

Ella generalmente desbordaba confianza,

(o eso parecía demostrar)

a veces reía tan fuerte que su tristeza se escuchaba de lejos.

Tenía esos ojos chispeantes que te dejaban

acalorado por un segundo.

En sus más mínimos gestos, callaba más

de lo que se la oía,

tenía pensamientos suicidas, pues nadie

los sabía.

Su cuerpo estaba quebrado, caminaba

por andar (como dijo Soto en su poesía).

Tenía los ojos rojos de tanto llorar,

y en sus muñecas bailaban cicatrices

que tapaba a cada paso que daba.

Era un ángel, tenía

pinta de mejorar tu vida (o complicarla, depende como se veía)

a veces querías curarla, pero ella decía

que no podías.

Sus pestañas estaban largas y sus lágrimas esfumaban

olor a cigarrillo.

Una vez me le acerque, le ofrecí una sonrisa

quiso tomarla pero sus demonios la acorralaron, y desde su llanto

me dijo.

—Vete, no quiero compañía. ¿Cómo alguien como tú querría ofrecerme alegría?

Fue ahí donde me dí cuenta, que estaba rota

y mis labios pronunciaron,

—Te ofrezco compañía y alegría, te ofrezco un oído y mis manos. ¿Cómo un ser tan maravilloso piensa así de si mismo?

Sus ojos celestes cual cielo miraron al suelo y desde su más profundos anhelos respondió:

—A veces te cansas de intentarlo y no queda más que andar por andar.

Y se fue.

Se esfumó en el aire, cual diente de león.

Me dejó con la cabeza dada vuelta y el corazón machucado,

me dejó con ganas de salvarla,

y decirle que todo no está tan perdido.

Pero al fin y al cabo es la misma guerra que tengo conmigo.

Y mil voces aparecieron en mi oído,

reclamándome y diciendo:

—No puedes salvar a nadie, si todavía no te has podido salvar a ti mismo.

-cuando comienzo a observar.

                          
                          

Elizabeth Torres tiene dieciocho años y en lo poco que ha vivido, la ha pasado bastante mal

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Elizabeth Torres tiene dieciocho años y en lo poco que ha vivido, la ha pasado bastante mal. Ante esto creó una actitud defensiva hacia el mundo, para ocultar lo rota que está por dentro.

El verano antes de su último año de colegio, estuvo internada en un hospital en las afueras de su pueblo, a raíz de sus adicciones y trastorno alimenticio.

Volver solo es signo de problemas y de tres palabras que repudia: enfrentar su pasado.

En ese enfrentamiento tiene que lidiar, no solo con sus adicciones que permanecen latentes, sino con la separación de sus padres, un secreto familiar (que está dispuesta a descubrir), traumas sin resolver, un viejo amor del pasado y uno nuevo que llega a romperle los esquemas.

Enfrentar sus miedos cara a cara e intentar sobrevivir, es el propósito de su nueva vida; mientras que en el camino no se sobrepasen los cinco cigarrillos por día.

Cuando pase el temblorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora