SUENA el despertador. Lo miro: las siete y media.
Alargo la mano y lo apago. Me desperezo en la cama y mi mente se despierta rápidamente. Miro a mi derecha y veo que Eric no está. Mi mente vuelve a ser consciente de lo ocurrido y me siento en la cama cuando oigo una voz:
—Buenos días.
Miro hacia la puerta y allí está él, vestido. Miro su ropa y me sorprendo al ver que el traje que lleva y la camisa no son los que traía el día anterior. Él se da cuenta y responde:
—Tomás me lo ha traído hace una hora.
—¿Qué tal tu cabeza? ¿Se fue el dolor? —pregunto. —Sí, Jud. Gracias por preguntar.
Le respondo con una triste sonrisa. Me levanto de la cama sin ser consciente del horrible espectáculo
que ofrezco, despeluchada, legañosa y con mi pijama del Demonio de Tasmania. Paso por su lado y, al
hacerlo, me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla mientras murmuro un aún soñoliento
«buenos días».
Voy a la cocina dispuesta a darle la medicación a Curro, cuando veo todas sus cosas sobre la
encimera. Me paro en seco y siento a Eric detrás de mí. No me deja pensar. Me coge por la cintura y me
da la vuelta.
—¡A la ducha! —me ordena.
Cuando salgo de ella y entro en la habitación para vestirme, Eric no está allí. Así que me apresuro a sacar un sujetador y unas bragas de mi cajón y me los pongo. Después abro el armario y me visto. En cuanto estoy vestida y presentable, salgo al salón y lo veo leyendo un periódico.
—Tienes café recién hecho —dice mientras me mira—. Desayuna.
Veo que dobla el periódico, se levanta, se acerca a mí y me besa en la cabeza.
—Hoy me acompañarás a Guadalajara. Tengo que visitar las oficinas de allí. No te preocupes por nada. En la oficina ya están avisados.
Le digo que sí con la cabeza, sin ganas de hablar ni de protestar. Me tomo el café y, cuando dejo la taza en el fregadero, siento que Eric se acerca de nuevo por detrás, aunque esta vez no me toca.
—¿Estás mejor? —me pregunta.
Muevo mi cabeza en señal afirmativa, sin mirarlo. Tengo ganas de llorar de nuevo pero respiro y lo evito. Estoy segura de que Curro se enfadará si sigo comportándome como una blandengue. Con la mejor de mis sonrisas me doy la vuelta y me retiro el pelo que me cae sobre los ojos.
—Cuando quieras, podemos marcharnos.
Él asiente. No me toca.
No se acerca a mí más de lo estrictamente necesario. Bajamos al portal y allí está Tomás
esperándonos con el coche. Nos montamos y comienza el viaje. Durante la hora que dura el trayecto, Eric
y yo miramos varios papeles. Yo soy la encargada de llevar al día las delegaciones de la empresa
Müller, de modo que conozco casi en primera persona a todos los jefes. Eric me explica que quiere saber
de primera mano absolutamente todo de cada delegación: productividad, cantidad de gente que trabaja en