CUANDO llego a casa, mi Curro me recibe. Es un encanto. Leo la nota en que mi hermana me explica que le ha dado la medicación y sonrío. Qué mona es.
Tras quitarme la ropa me pongo algo más cómodo y me preparo algo de comer. Cocino unos ricos macarrones a la carbonara, me lleno el plato y me siento en el sofá a ver la tele mientras los devoro.
Cuando acabo con todo el plato, me recuesto en el sofá y, sin darme cuenta, me sumerjo en un sueño profundo hasta que un sonido estridente me despierta de repente. Adormilada, me levanto y el pitido vuelve a sonar. Es el telefonillo.
—¿Quién es? —pregunto, frotándome los ojos. —Jud. Soy Eric.
Entonces, me despierto rápidamente. Miro el reloj. Las seis en punto. ¡Por favor! Pero ¿cuánto he dormido? Me pongo nerviosa. Mi casa está hecha un desastre. El plato con los restos de la comida sobre la mesa, la cocina empantanada y yo tengo una pinta horrible.
—Jud, ¿me abres? —insiste.
Quiero decirle que no. Pero no me atrevo y, tras resoplar, aprieto el botón. Rápidamente cuelgo el telefonillo. Sé que tengo un minuto y medio más o menos hasta que suene el timbre de la puerta de mi casa. Como Speedy González salto por encima del sillón. No me dejo los dientes en la mesa de milagro. Cojo el plato. Salto de nuevo el sillón. Llego a la cocina y, antes de que pueda hacer un movimiento más, oigo el timbre de mi puerta. Dejo el plato. Le echo agua para que no se vean los restos.
¡Oh, Dios, está todo sin fregar!
El timbre vuelve a sonar. Me miro en el espejo. Tengo el pelo enmarañado. Lo arreglo como puedo y corro a abrir la puerta.
Cuando abro, jadeo por las carreras que me he metido y me sorprendo al ver a Eric vestido con un vaquero y una camisa oscura. Está guapísimo. Siento cómo su mirada me recorre y pregunta:
—¿Estabas corriendo?
Como si fuera tonta, me apoyo en la puerta. Menudas carreras me acabo de meter. Él me mira de arriba abajo. Estoy a punto de gritarle: «¡Ya lo sé! Estoy horrible». Pero me sorprende cuando me dice:
—Me encantan tus zapatillas.
Me pongo roja como un tomate al mirar mis zapatillas de Bob Esponja que mi sobrina me regaló. Eric entra sin que yo lo invite. Curro se acerca. Para ser un gato es muy sociable. Eric se agacha y lo acaricia. A partir de ese momento Curro se convierte en su aliado.
Cierro la puerta y me apoyo en ella. Curro es tan maravilloso que no puedo dejar de sonreír. Eric me mira, se levanta y me entrega una botella.
—Toma, preciosa. Ábrela, ponla en una cubitera con bastante hielo y coge dos copas. Asiento sin rechistar. Ya está dando órdenes.
Al llegar a la cocina, saco la cubitera que me regaló mi padre, echo hielo en ella, abro la botella y, al meterla en el hielo, me fijo con curiosidad en las pegatinas rosas y leo «Moët Chandon Rosado».
—Dijiste que te gustaba la fresa —escucho mientras siento cómo me pasa la mano por la cintura para acercarme a él—. En el aroma de ese champán domina el aroma de fresas silvestres. Te gustará.