Elijah y Juliett tenían la vida perfecta: una familia, carreras exitosas y un amor que parecía inquebrantable.
Hasta que él la traicionó.
Con el alma hecha pedazos, Juliett se enfrenta a la decisión más difícil de su vida: perdonarlo o aprender a se...
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Los pasos de Eric Heller -el padre de Juliett- resonaban por todo el edificio, molesto, demasiado furioso.
La secretaria de Marissa le dijo que no podía permitir el paso hacia la oficina de la presidenta.
Pero él ignoro cualquier clase de comentario, no perdería más tiempo.
Y al llegar a la puerta, la abrió sin el más mínimo cuidado.
—Eric —sonrió Marissa—, me da gusto verte por aquí...
No pudo continuar hablando, porque Eric la interrumpió.
—Callate mujer —dijo molesto—, quiero que me expliques porque carajos hiciste todo esto.
Su mandíbula de inmediato se vio forzada.
—¿Qué hice? —le preguntó con hipocresía.
—Es momento de que confieses todo Marissa —le ordenó a ella, pero sólo soltó una carcajada.
—¿Confesar? —continuó fingiendo.
—Dile a todos que tu haz manipulado desde el primer momento esta jodida situación —grito furioso y esta vez Marissa se asustó—, diles que tu junto con tu desquiciada hija comenzaron a fingir todo esto y más aún. Manejaron a su antojo a Elijah y a Juliett. A tu hija, maldita sea.
Se acercó al escritorio donde ella estaba y lanzó todos los papeles al suelo, acercándose lo suficiente a ella.
—¿Qué haces? —preguntó Marissa, con temor.
—Se lo que tramaste y haré todo para desenmascararte —dicho esto último, dio media vuelta y salió decidido de la oficina.
***
Luego de la desafortunada situación de ambos, Juliett fue a casa. Asustada, desesperada.
Preparo a sus hijos para ir a la escuela y ella igualmente se vistió para ir a su consultorio.
Después de dejar a sus hijos recibió una llamada, de Diego.
Y comenzaron a platicar.
—¿Entonces lo sabe? —preguntó Diego.
—Sí, se lo dije mientras discutíamos, no le dije que tu me encontraste, pero se lo conté todo —respondió Juliett, mientras su vista continuaba al frente.
—Se debe sentir como una porquería —afirmó Diego.
—Lo sé, pero no me interesa —murmuró con rapidez.
—Lo siento —se disculpó—, ¿te parece si esta noche tu y yo salimos? Puedes traer a tus hijos, me dará gusto saludarlos.
Ella no respondió inmediatamente, dudo un par de segundos, pero daba igual: —Por supuesto —accedió—, y gracias.