I: Normal.

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Sus madres eran muy amigas, no era de extrañarse la cercanía que sus hijos compartían, ellas querían que así fuera. Pasaron todas las etapas de la infancia juntos, fueron a la misma guardería e incluso iban de vacaciones como si fueran una sola familia.

Suguru Geto era tranquilo, igual a su madre, su cabello oscuro, sus ojos alargados, su tez clara. Él no tenía inconveniente en pasar todo el día con Satoru, eran amigos, era normal sentirse cómodo cerca de él, y el contrario pensaba igual.

Oh, el contrario.

Si alguien escuchara su nombre probablemente un sonrojo intenso haría presencia en su rostro, salidas secretas, una conversación, una simple mirada o roce equivalía un sonrojo si se trataba de Satoru Gojo, y cómo no, era un ángel.

Sus ojos eran tan celestes como el cielo, su cabello blanco platinado resplandecía con el sol de cada atardecer que vió junto a Geto camino a casa, su cuerpo alargado lo hacía ver delicado, sus delgadas piernas corriendo por toda la cancha en clase de deportes, sus brazos flexionados por cada lagartija que fingía dar, el sudor que limpiaba con su camiseta, todo lo que Satoru podría hacer, todo era perfecto.

Ellos habían vivido juntos durante los últimos tres años, no como compañeros de piso, claro está, apenas tenían diecisiete años, pero sí como familia. Sus madres lo habían decidido una navidad, y para inicio de año estaban estrenando casa nueva, lo suficientemente grande para dos adolescentes y dos amigas.

Habían, efectivamente, cuatro cuartos, cada cual con su baño, pero Satoru no podía conciliar el sueño si no era en la cama de su mejor amigo.

Geto tenía su mirada perdida en el chico, no se cansaba.

Jamás.

Sus largos dedos afirmando sus rodillas abiertas, su respiración agitada, su boca entreabierta con una leve sonrisa traviesa, sus mejillas coloradas y una diminuta capa de sudor sobre él era todo lo que le importaba en ese momento.

-Satoru, perdiste.

Dijo sin más el pelinegro, con su habitual calma y seriedad. Observó atentamente como el contrario hacía una expresión exagerada de incredulidad y caminaba hacia él.

-Imposible, iba a cien kilómetros por hora, ¿no me viste, Suguru?

Le dijo, tan escandaloso como siempre lo fue, sentándose en su regazo. Geto simplemente observó como meneaba sus pies que ahora colgaban desde sus piernas, sentados en esa única banca en medio de un descampado atrás de la escuela, en donde iban en grupo a perder el tiempo; hoy tocaba "carreras entre idiotas por un cupón de descuento para pizza".

Sus compañeros, además de aquellos que estaban ahí tonteando, no tenían drama con la forma de ser de estos dos, a veces eran objeto de odio para las admiradoras de Satoru, pero él se encargaba de demostrar que no era necesario con su heterosexualidad saliéndole por los poros.

Siempre fueron cercanos, así los conocieron. Era completamente normal para los estudiantes.

-Asume que te volé el trasero y ya está.

Rió el que corrió contra el ojiazul.

-Y sí hombre, con esas piernas diminutas seguro me vas a ganar, las vacas volarán antes de que eso pase.

Siguieron insultándose unos momentos antes de que inconscientemente caminaran hacia la salida del sitio, con los rayos anaranjados de la tarde.

Satoru y Geto habían quedado solos, como cada día.

Ellos fácilmente podrían coger sus bicicletas, o incluso el auto de alguna de sus madres, para ir y venir de la escuela, la cual quedaba un poco lejos de su casa, pero ambos disfrutaban la caminata, aunque para los días lluviosos sí tomaban algún bus.

Solo amigos. [sugusato] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora