✿ Prólogo

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Esa noche lo único que se escuchaba era el sonido de una puerta chirreante, una que se encontraba caída en la vieja biblioteca de la ciudad, ese sonido era acompañado de los susurros del viento, lo cual llegaba a ser escalofriante.

El viejo establecimiento se encontraba en uno de los lugares menos tramitados de la ciudad, ya en la ruina y abandonada desde hace mucho tiempo. Su puerta guindaba de una de las esquinas, ya que la otra estaba destruida, las ventanas las tapaban varios tablones de madera clavadas de formas cruzadas sin ningún orden específico, la pared tenía pedazos caídos y la pintura azul solo se podía entre ver si forzabas la vista. Lo único que dejaba saber que ese lugar había sido una biblioteca era por el letrero de madera desgastada y con moho que se ubicaba en la parte superior que decía: «Biblioteca San Miguel».

Pocos eran los que se atrevían a entrar a ese sitio anticuado, no solo por la estructura tan débil que ya tenía y que podía caerse en cualquier momento, si no también por los cuentos de que cualquiera que se adentraba no parecía salir nunca más; usualmente eran los jóvenes con exceso de valentía o alcohol quienes iban y parecía que se los tragaba la tierra porque ya nadie volvía a saber de aquellas personas.

La policía local parecía hacer la vista gorda ante ese hecho tan desconcertante, nadie entendía el porqué, y no existía una sola persona que se atreviera a hacer esa pregunta, dejando todo como estaba.

El problema era que ese lugar traía consigo secretos tan grandes y terroríficos que era mejor mantenerlo así, porque si esas paredes hubieran podido hablar entonces hace mucho tiempo el terror se hubiese esparcido entre muchos de los habitantes.

Si en ese instante se te ocurría entrar a esa biblioteca te encontrarías primero con los escombros debajo de tus suelas, quizás te adentrarías más por curiosidad, creyendo que todos exageraban con los cuentos de terror de esa biblioteca, pero si alzabas la mirada en ese momento lo más probable es que el miedo o la impresión te paralizaran el cuerpo, porque la habitación completa parecía ser una escena de película de terror, una muy desconcertante y perturbadora; el lugar que estaba sumido en las sombras, era un desastre con los distintos libros rotos que estaban por la estancia y los pocos que se encontraban en las estanterías estaban llenos de mugre... Y sangre. Lo más alarmante era que la sangre se notaba fresca, con ese color carmín tan resaltante y el terrible olor metálico mezclado con sal que llenaba el lugar, estaba salpicada todos lados: el piso, los libros, las estanterías y las paredes; el líquido vital se concentraba en un gran charco justo en medio de todo ese desastre y la fuente de eso eran tres cuerpos irreconocibles que se encontraban justo allí.

Las únicas características resaltantes de los cuerpos eran tres: su género, su cabello y su aparente edad.

Chicas pelirrojas que no pasaban de los 16 años.

Todas con el cabello lleno de flores y envueltas en frazadas que antes habían sido blancas, pero ahora estaban tintadas de un fuerte carmesí.

Sobre esos cuerpos una figura alta se cernía, con un cuchillo largo y filoso entre sus manos cubiertas del mismo líquido que era el protagonista de toda esa escena.

Su cuerpo estaba oculto por las sombras del lugar, su vestimenta no dejaba claro quién podía ser, pero una cosa era segura:

No era amistoso.

No tenía buenas intenciones.

No era un ángel que guiaría al camino del bien.

Era alguien sin escrúpulos, alguien sin corazón y sin culpa que se encargaría de crear la peor de las discordias.

Y los hermano Da Feino eran su principal objetivo.

Ángeles de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora