Capítulo 1

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Lady Rubí Peyton había estado esquivando propuestas de matrimonio durante dos años

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Lady Rubí Peyton había estado esquivando propuestas de matrimonio durante dos años. Y era porque su corazón ya tenía dueño. Ella era una mujer de un solo hombre. Incapaz de entregar su amor a otro que no fuera él. Estaba convencida de ello, y no descansaría hasta ser la esposa del objeto de su querer. O eso, o se quedaría soltera para el resto de su vida. Idea que la horrorizaba y la martirizaba por partes iguales. Porque nadie más que ella anhelaba un beso a escondidas, una caricia traicionera, un «te quiero» sincero.

Lectora habitual de novelas románticas, coqueta y muy femenina. Así era ella y con eso creía que era suficiente para seducir a Joe. Gracias a las novelas que leía, sabía cómo debía comportarse frente a un hombre para atraerlo: inocentes parpadeos, sonrojos desmesurados y desmayos puntuales. Pese a sus esfuerzos, sin embargo, no había logrado de parte de Joe nada más que un cortejo casual. Y el cortejo casual era el más aburrido de todos ellos, el más frío. 

—Solo quedamos nosotras tres —comentó Scarlett. 

Lady Scarlett Newman, «lady excéntrica», amiga e hija de uno de los doctores más prestigiosos de Londres, se había postulado a solterona oficial al igual que lo habían hecho ella y su hermana, lady Perla. Solo les faltaba una temporada para ser condecoradas con el título oficial. En cambio, Allison, Anne y Ámbar ya se habían casado y las habían dejado solas. 

—Gracias por recordárnoslo —ironizó Perla. Y solo Dios sabría por qué Perla no se había casado todavía. ¡Con lo correcta y complaciente que se mostraba siempre! Desde luego, no era por falta de propuestas. ¿Qué escondía esa joya? Fuera lo que fuera, no lo diría. Ni siquiera a su propia hermana. 

—Silencio —pidió Rubí, cerrando su abanico de color rosa—. Las debutantes van a empezar a desfilar y estamos importunando con nuestros cuchicheos. 

Estaban en la sala del trono del Palacio de Buckingham. Los invitados estaban de pie alrededor de la reina Victoria y de su flamante esposo, que estaban sentados en sus tronos rojos. Y el mayordomo real empezó a nombrar a una lady detrás de la otra mientras Rubí las observaba con una opresión en el pecho. ¿Cuándo había pasado de ser una delicada debutante a una aspirante a solterona? ¿Cuándo había dejado pasar dos años en la más absoluta miseria romántica? ¡Ella! ¡Que se la conocía por ser la más novelera de las Joyas de Norfolk! ¡Ella! ¡Que había soñado con un beso desde que tenía uso de la razón! Quizás fuera eso, sí: un exceso de romanticismo. Pero no pensaba darse por vencida. Joe tenía que ser suyo. Él era el indicado. La tenacidad era una virtud, ¿cierto? Y la paciencia una gracia. 

—Esmeralda está preciosa —alabó Perla al ver a su hermana menor cruzando la alfombra roja. Detrás de ella, desfilaban sus padres: los maravillosos y permisivos condes de Norfolk. Aunque el conde solo era permisivo cuando se trataba de retener a sus hijas en casa. Cada vez que rechazaban una propuesta de matrimonio, él las felicitaba. No quería perderlas y le importaban un reverendo bledo las normas de la sociedad. No era así su madre, la bellísima Georgiana. Como hija de un duque, esperaba que sus hijas encontraran su lugar en el mundo más allá de los muros de Norfolk. Aunque no por eso, las obligaría jamás a aceptar un matrimonio indeseado. Al contrario, las comprendía y las aconsejaba con amor. 

Lady Rubí y el Conde de BristolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora