Capítulo 5

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Rubí Peyton asistió a la fiesta de lady Catherine junto a su familia y amigos

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Rubí Peyton asistió a la fiesta de lady Catherine junto a su familia y amigos. Los invitados bailaban en el salón más grande que ofrecían los anfitriones. Las mujeres iban engalanadas con anchos vestidos de escote pronunciado. Y los hombres con fracs entallados. Era un baile de máscaras. Por lo que cada uno llevaba un antifaz de diferente color o, incluso, un disfraz. En su caso, había optado para hacer lo mismo que hacía cada año: ponerse el vestido más atrevido de su armario (ese año era de color rosa pastel) y usar una máscara roja de satén brillante. En mitad de su escote, un precioso rubí en forma de corazón resplandecía con fuerza bajo las velas. Era el colgante que le había regalado su padre el año de su debut. 

De eso ya hacía dos años. Abrió su abanico y se cubrió los labios. Pasó su mirada gris a través del amplio y fastuoso salón de los Duques de Doncaster. Amaba el hogar de los anfitriones, amigos de sus padres. Eran los más ricos de Inglaterra, el duque era un magnate del oro. Y había cubierto prácticamente todo con dicho material: las molduras, los picaportes, las figuras... ¡Era hermoso! Aunque rozaba lo vulgar. Y muchos detestaban a lady Catherine por ello. Que no dudaba en traer a un elefante a su fiesta si era necesario. Ese año, había ampliado su jardín para que, aparte del enorme elefante, le cupiera también un globo aerostático. 

—Queda terminantemente prohibido que os separéis de mí —oyó a su padre decir desde la retaguardia—. Aquí perdí a una hija. No quiero perder a ninguna más —continuó su discurso.

—¡Por Dios! ¡Hablas como si se hubiera muerto! Y está teniendo una vida feliz en Bristol, junto a su esposo e hijos. Lo mismo que deberían hacer Perla y Rubí... en lugar de quedarse aquí, rezagadas como floreros —dijo la madre y condesa de Norfolk, Georgiana. 

—¡No somos floreros! —se quejó Perla. 

—Por supuesto que no —convino la madre—. Por eso es muy irritante que os quedéis en este rincón. Entre vuestro padre y vuestra poca colaboración...

—Esmeralda, ¿te gusta? ¡Es tu primera mascarada! —preguntó Rubí a su hermana menor, haciendo caso omiso a la regañina de la matriarca. 

Esmeralda se llevó su delicada mano enguantada sobre su colgante verde en forma de corazón y la miró algo apabullada. —Es emocionante. Y a la vez caótico —convino—.  Pero podría decir que me gusta, sí. ¡Oh! Esa debe ser Katty —Señaló a una joven de ojos lilas que estaba de pie al lado de la anfitriona, lady Catherine—. Y allí está Rose con su hermano Josh. ¡Oh! Mis amigas están juntas —se lamentó—. Y yo aquí... sin poder moverme —Señaló el rincón en el que el conde de Norfolk las había confinado. 

—Vamos, ve con Katty y Rose. Yo despistaré a papá —se ofreció a ayudarla, resuelta.

—¿Estás segura?¡Oh, eres genial! ¿Cómo te lo haces para tener siempre ideas tan maravillosas con las que ayudarnos?

—Ideas sí, pequeña. Maravillosas, no lo sé. Ve con tus amigas y disfruta... Las mascaradas se celebran una vez al año y no me gustaría que te la perdieras —Le guiñó el ojo y se giró hacia el diablo—. Papá, voy a salir a la terraza a tomar el aire —dijo con actitud dramática—. ¿No pretenderás que me quede toda la noche en este rincón? ¡Asfixiándome! —Se llevó la mano a la garganta con un puchero. 

Lady Rubí y el Conde de BristolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora