CAPÍTULO 1

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Príncipe de Asturias

1

A lo lejos la ciudad de Valparaíso era una maraña de callejones pedregosos que bajaban como serpientes por la ladera de los cerros hasta desembocar en la bahía. Se erigían como pequeñas torres salpicadas en diagonal, con antiguas casuchas de colores que lograban formar curvas en las calles más empinadas. Sobresalían edificios altos de doscientos metros en formas de obeliscos, domos y lanzas apuntando al cielo. En lo alto los teleféricos surcaban el puerto de un extremo a otro. Brillaban como lucecitas viajando entre construcciones, volando como luciérnagas de arriba abajo, en línea recta o en círculo, como si se tratara del vagón de una montaña rusa. Las naves de cargo, tan grandes como buques, se apilaban por la bahía y descansaban a la onda de las aguas más calmadas, proyectando luces al fondo del mar donde se distinguían reinetas, truchas y peces de roca, fogatas danzando sobre la arena fría y sombras pintadas en los muros del muelle. El puerto vivía de noche.

Sidán apenas divisaba las manchas de las casas en contraposición con los reflectores del puerto que iluminaban la playa desde el muelle hacia el mar. La arena lucía como una enorme mancha blanca y el agua reflejaba un color verduzco y azulado. Los reflectores alumbraban tal que se podían ver los peces que bailaban cerca de la orilla bajo el agua. Los autos recorrían avenida España junto a la costa en sus carriles y avanzaban armoniosamente en fila, como una procesión blanca, amarilla y gris a través de la autopista costera.

Al interior del vehículo se repartían entre seis a ocho reclutas, sentados en columnas que se contraponían y desplegados en todas sus diversidades. Hombres y mujeres por igual, genéricos o no, adolescentes y jóvenes. En el exterior la fachada de los camiones era de un negro brillante, desde dentro se apreciaba la bahía con claridad a través de los vidrios polarizados.

―Ya estamos por llegar, ¿verdad? ―dijo un muchacho de nariz respingada y porcina con ojos negros.

―Sí. Falta bien poco. Unos diez minutos, a lo mucho ―respondió otro, con los botas más lustrosas que había visto jamás.

Sidán no conocía a ninguno de los dos. Los habían entremezclado en Santiago desde varias regiones para despacharlos a la base de Valparaíso. Reclutas recién graduados de las ADBM a lo largo de todo el país. Se habían montado uno por uno en camiones negros blindados y polarizados desde la academia metropolitana y el viaje no les dejó más de dos horas para descansar antes de que vieran las primeras luces del puerto desde la antigua ruta 68.

―Escuché que vienen varios primeros lugares al centro de Valparaíso. Y que en años anteriores ya albergaron varios de esos que se graduaron con honores. Lo que escuché es que este año Valparaíso les ganó muchos reclutas a la Metropolitana y a la del Norte Grande.

―Chile estaba compitiendo con Alemania por el segundo puesto, ¿verdad?

―Sí, varios se están quedando ―comentó el de ojos negros.

―Vi unos cuantos apellidos de la élite del ejército.

―¿Y a mí qué me importa con tal que paguen? ―al fondo de la hilera derecha, un tipo de unos veinte años, barba de bebé y ojos saltones escupió con enojo.

Parloteaban entre ellos y Sidán los escuchaba mientras observaba por la ventana con cierta dulzura. Más allá del desfile de automóviles; detrás de los muros de edificios enormes, casas, bancos, tiendas y bares; el flujo de gente bajaba como si siguieran el rastro de un riachuelo por las calles. Era principios de abril y el primer semestre académico del año ya se había puesto en marcha hace poco más de un mes. Jóvenes bajaban desde las colinas para estudiar y, al anochecer, se quedaban por las atracciones que el puerto ofrecía. Valparaíso había recuperado su actividad portuaria con los años y rebosaba de vitalidad.

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⏰ Última actualización: Jun 13, 2021 ⏰

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