No consigo recuperarme del impacto. ¿De cuál? te preguntarás. Pues de los dos. Primero, del inesperado choque con susto y segundo… de lo buenorro que está este tipo. Él, ajeno a mis divagaciones, sonríe con diversión. Supongo que estoy muy graciosa intentando hablar. No consigo entender qué le pasa a mi cerebro.
-Soy Aramis- me tiende la mano con esperanzas de que yo se la coja y… mejor no acabo la frase por lo que puedan pensar vuestros pervertidos cerebros puedan interpretar. Pero vamos, que pretende que le salude con un apretón de manos, sellando así la presentación. Lo hago y en ese terrible momento me doy cuenta de que tengo la palma de la mano sudorosa. Odio mi vida y mi suerte. Él no parece notar mi nerviosismo y sigue sonriendo.- Tú debes de ser Maya, la hermana de Pedro.
Casi se me cae la baba cuando le escucho pronunciar mi nombre, marcando la última sílaba. Pero me centro y consigo responder:
-Sí. Acabo de llegar hace poco. Iba a explorar un poco la casa.
No le cuento mis verdaderas intenciones, que eran ir a la cocina y engullir lo primero que encontrase en la nevera.
-Ah bueno si quieres te la puedo enseñar yo. Así sabrás cuales son los sitios ''prohibidos´´.- hace unas comillas en la palabra prohibido. Lo que me hace pensar que solo quiere quitarle hierro al asunto, y en realidad tienen algo muy peligroso por ahí escondido. No sé muy bien hasta que límites puede llegar la locura de mi hermanito mayor.
Me hace una seña con la mano indicando que desea que le siga. Comienzo a caminar por el pasillo y llegamos al salón-comedor, con cocina americana. Todo está decorado como si fuera de revista. Un sofá de cuero blanco que, por lo limpio que está, parece que no se ha sentado nadie en ese sitio en mucho tiempo. Hay un cojín a cada lado de color verde. Un sillón del mismo color que el sofá, y un puf verde. También hay una alfombra verde debajo de una mesita de café tranparente. Contra la pared hay un mueble con cajones que sostiene la televisión plana. Está colocado de tal forma que te puedes sentar en el sofá y tienes el mueble con la caja boba en frente.
-Eh! ¿Vienes?
Su voz me despierta. Estoy en medio del salón viendo todo lo que me rodea y que es nuevo para mí. Voy en su dirección. Está en la cocina buscando algo en un armario.
-¿Quieres un café au lait?
Le voy a decir que no me gusta el café que prefiero un Cola Cao pero de mi boca sale esto:
-Claro. Me apetece mucho.-mi subconsciente se da una palmada en la frente decepcionada con mi respuesta. Parece que mi boca no está para nada conectada con mi cerebro, a pesar de que es ella la que va a tener que saborear el espantoso sabor del mejunje que está preparando el francés. ¡Aj! Voy a pasar un mal rato intentando disimular.
El olor empieza a inundar la estancia. Aramis mete una jarra de leche (seguramente entera ya que a los hombres no les importa engordar) en el microondas, y la pone a calentar. Agarra dos tazas con dibujo de vaca y las pone en la barra que separa el comedor de la cocina. Se sienta en un taburete de color rojo y da unas palmadas en uno a su lado indicándome que me siente. Lo hago e inmediatamente pone una taza delante de mí. Desprende vapor, demostrando que en su interior hay café. Lo miro y arrugo el morro.
-La leche estará en seguida.-dicho esto, se escucha el sonido de una campanita anunciando que la leche ya está caliente.
Se levanta y va a por ella. Yo mientras, me dedico a mirarle el trasero con descaro. Lleva unos pantalones de chándal grises, que dejan ver un poco de su ropa interior. Aparto la mirada en cuanto vuelve con la jarra. Se sienta y me sirve leche hasta que la mezcla alcanza el borde. La leche ha clareado un poco el café pero sigue sin apetecerme lo más mínimo.
-¿Quieres azúcar?
-Sí, por favor.-respondo rápidamente.
Me pasa un tarro y una cucharilla. Hecho un poco y doy un sorbo. ¡Deaj! Sabe fatal, muy amargo. Cojo más azúcar con la cuchara y empiezo a echar. El chico me mira con cara preocupada.
-Es que me gusta mucho.- le digo sonriendo como una loca.
-Pues no es bueno para la salud ni para los dientes.
Paro y meto la cuchara para remover. Pero noto como si en el fondo se hubiera quedado sólido. Miro la taza sin entender qué demonios ocurre. Escucho su risa ahogada. Giro la cabeza y le veo partiéndose de risa, pero intentando disimularlo tapando su boca.
-¿Tú de qué vas?-estoy bastante cabreada con él-¿Cómo te atreves a reírte de mí?
Me levanto y busco mi habitación desesperadamente, lo que hace que se ría con más fuerza. No me acuerdo bien donde estaba.
-La primera a la izquierda.-me ayuda el chico.
Encuentro la puerta y la cierro fuertemente, haciendo mucho ruido. Me dejo caer en la cama y lloro. No me gusta que se rían de mí, ni que me gasten bromas pesadas. Nunca lo he soportado, aunque a Pedro sí le permitía gastarme alguna que otra. Pero Aramis se ha pasado. Nos acabamos de conocer. ¡No puede permitirse el lujo de hacer eso! A medida que lo pienso, siento que me he pasado un poco y que quizá, no hacía falta montar tanto alboroto. Me incorporo para ir a dar la cara, cuando escucho pisadas por el pasillo y unos suaves golpes en la puerta. Es él. Seguro que viene a disculparse. Sonrío siniestramente y me tiro en la cama para darle pena, y que se sienta mal por haberse reído de mí. Asoma la cabeza por la puerta y me ve acurrucada. Hago como si estuviera llorando. No le veo, pero noto que entra en la habitación. La cama se hunde en un lado, bajo su peso. Aparto la mano, que me tapaba los ojos, y le miro. Parece realmente preocupado y triste.
-Lo siento, no pensé que te sentaran tan mal las bromas.-suspira- Tu hermano compró cacao en polvo para ti. Solo quería comprobar si lo que me contó era verdad, porque es bastante ridículo.
-Maldito…-me sonrojo y sonrío, sin poder evitarlo. Pedro le ha contado que me da vergüenza admitir que el café, me sabe a rayos encendidos. Es una manía infantil para hacerme la madura. Me incorporo y acepto sus disculpas. Se ha puesto una camisa blanca que le da un aire muy distinguido. Me levanto del todo y quedo sentada a su lado. Tengo el pelo aplastado en el lado derecho por culpa de la almohada. Miro como se pone en pie de forma lenta y elegante, para después, tenderme su mano de manera muy caballerosa. Agarro la mano y tira de mí, dándome el impulso necesario para quedar como él.
-Vamos, Maya. Ahora sin bromas.
Salimos de la habitación, dirigiéndonos hacia la cocina. Todavía están en la barra, las tazas con su café, y mi pócima digna de una de las brujas más cualificadas. Me siento en el mismo taburete de antes, mientras él empieza a rebuscar por los armarios. Estoy absorta, pensando cómo podrían ser nuestros hijos, cuando suena el timbre.
-¿Puedes abrir tú?-me dice, con la cabeza metida en la nevera.
-Claro.-vuelven a llamar, insistiendo.- ¡Ya voy!- digo, sin pensar que, posiblemente la persona que esté al otro lado no hable español.
Abro y me sorprende ver que en el rellano se encuentra una chica, que ronda los veinte, bastante nerviosa, caminando de un lado a otro. Me mira con cara de susto. Gracias a ese gesto, puedo ver que tiene los ojos verdes, muy bonitos, a juego con su cabello rubio. Se acerca a mí y me pregunta en francés:
-¿Está Aramis en casa?
No tengo tiempo de responderle en su idioma, porque a mi lado aparece el rey de Roma. Está muy sonriente. Da un paso acercando se a la chica y la besa apasionadamente. Mi cara es de asco total. Hace unos momentos, soñaba con nuestros hijos perfectos mientras que ahora sueño con olvidar lo que estoy presenciando. Mi mente trabaja rápido, y saca conclusiones. Esa debe ser su novia súper guapa, modelo, sin traumas, que le gusta el café, y con una familia prefecta. Me hice demasiadas ilusiones. ¿Cómo se iba a fijar en mí? Tengo 17 años, ni siquiera sería legal hasta dentro de unos pocos meses. Al cabo de unos segundos, mis pies responden y me llevan corriendo a mi cuarto. Salto a la cama y abrazo fuerte mente la almohada. Aunque solo sea un capricho adolescente, me duele y lloro sin parar, hasta que noto una mano cálida en mi hombro. No levanto la cabeza. No quiero ver su cara, ni sus labios hinchados por el beso. Pero la mano insiste, y finalmente dirijo la mirada a la cara de su dueño. Ese gesto, solo hace que quiera llorar más, al comprobar quién es.