El teléfono fijo empieza a sonar con una estridente melodía, que llega a todos los rincones del antiguo dúplex. Una chica de 17 años, de pelo castaño a juego con sus ojos, baja las escaleras de dos en dos rápidamente y corre a coger el teléfono inalámbrico situado en la mesita de café del salón.
- ¿Diga?- pregunta con impaciencia deseando pasarle el testigo a su madre para poder volver a su habitación y seguir con sus cosas. Pero la información que le dan desde el otro lado de la línea no es lo que esperaba escuchar en tranquilo día como aquel. Se lleva la mano a la boca y su cara se contrae de pena y tristeza. Se derrumba sobre el suelo dejando caer el teléfono a su lado y sus lágrimas empiezan a caer desesperadamente por sus mejillas enrojecidas por el llanto.
- Hija, ¿quién es?- al llegar al último escalón de la escalera, ve a su hija tirada en el parqué llorando desconsoladamente y señalando el teléfono. Lo coge y repite la pregunta que solo unos segundos antes había formulado su hija.
-¿ Diga?
Al otro lado de la línea repiten la historia. La madre da las gracias y cuelga antes de agacharse a abrazar a su pequeña y compartir la tristeza y la pena que amargaron el día de estas dos mujeres.