IS #2

59 8 3
                                    

Mi pequeña muerte:
07-03-2020

Contemplé la botella de malta unos segundos y luego ingerí el contenido; recuerdo que pese a la mezcla su sabor seguía siendo dulce y pastoso, recuerdo también haberme preguntado si en algún sentido lo abstracto de la vida adquiría una sensación palpable al llegar la muerte. Me encontraba sentada detrás de una roca gigante, a unos cincuenta metros de la carretera donde vi pasar entre los árboles el camión de los bomberos y sólo pude pensar en que no sería complicado encontrar un cuerpo sin vida.
Lamí mis labios lentamente, sentía el pecho oprimido y ganas de llorar, sin embargo, sonreía honestamente y me dije en voz alta "estás desquiciada, Daniela" "ya veremos qué pasa... O tal vez no"
Todo parecía una obra teatral estúpida y me reía con mis pésimos chistes. La piedrita en mis manos tenía dos o tres centímetros y me parecía hermosa con su textura rústica y la variedad de tonos grises; la sostuve con el índice y el pulgar para fotografiarla porque sentí que tenía un contraste melancólico con el esmalte negro de mis uñas y el fondo opaco de aquel atardecer.

Quería que Choo Choo Ch'Boogie fuese lo último en mi mente y puse un par de canciones que le precedían a esa; había dejado el miedo en la última mirada que esquivé, sentía tristeza porque probablemente Bruna dejaría de subir a mi cama en mitad de la noche y quizá nadie tendría paciencia de mirarla pasmosa hasta decidirse a acariciarla con extrema ternura. Mis pensamientos divagaban en una nebulosa de emociones que no podía clasificar como negativas porque me agradaban, me gustaba mucho sonreír al recordar todo lo que había pasado hasta ese momento... cuantas canciones, cuantas noches sin luna, cuantos aguaceros, libros, películas, besos, olores, carcajadas, lágrimas, hilos de sangre, sabores repulsivos, ¡cuantas ganas de matarse y al mismo tiempo cuanta dicha!

Después de media hora sentía una terrible cefalea, taquicardia, mareos y dolor de estómago. Crecía ferozmente un vértigo insufrible que hacía de cada segundo una eternidad mucho más cruda y repugnante, entonces no lograba tener certeza para inclinarme a pensar si era real o mi imaginación estaba creando síntomas para disuadirme del blanco: no seguir viviendo.

...

"¡HIJUEPUTA!" gritaba mirando el riachuelo con su agua estancada, al mismo tiempo que se intensificaba mi ira. Miles de "por qué" se ensañaban de una forma letal en mi alma; el cielo oscureció y lamentaba el hecho de poder verlo aún, tan real, tan vivo e imponente. La ansiedad en su punto clímax me quería reventar porque la única opción era regresar y contactar a alguien.

Si pudiese resumir el recorrido de vuelta diría que irónicamente esa fue la derrota más despiadada de la muerte en mi contra, y que cargar con eso pesaba... pesaba demasiado. 

Con la pantalla resbalosa y el frenesí de mis manos logré teclear: "estás ocupada? necesito que subas, estoy en plaza". Llegó en menos de quince minutos y agradecí por eso.

...

Ella me decía que fuésemos al hospital, y yo le decía "no, es que no siento nada -mentía-, solo me duele el alma y no hay pastillas para eso. De todas formas aún no pierdo fe en que esta mierda funcione".

-Ya ha pasado bastante tiempo, ¿no?

-Es que quizá no soy una rata, después de todo.

Luego le mencioné una historia a modo de confesión.
-¿Recuerdas lo que dije de 'J' ?

-Eh, sí ¿qué pasó?

-Me acosté con él.

-¡No! ¡¿En serio?! ¿Cómo?

Dejé que el silencio cocinara su cerebro con pensamientos sobre nuestro amante en común y después de un larga pausa añadí:

-No pasó nada.

-¿Tan malo fue?

-Es por mí, supongo.

No creí que tuviese importancia, J era un arrecho de mierda... Con excelentes gustos musicales.

Volvió a repetir que deberíamos ir al hospital, miré la hora y eran casi las 8:30.

-Estoy bien -dije en un susurro que antecedió un suspiro eterno e intenté tomar fuerzas para enderezarme y ponerme de pie.

-¿Bajamos? -preguntó-.

Me encogí de hombros y me acerqué a un tanque de basura para dejar los sobres y el frasquito de veneno para roedores.

Caminamos evitando las calles concurridas, no he olvidado cuán molesto me parecía el compás de mis piernas cuando pasaba cerca de mecedoras sobre los andenes con la antigua generación comentando sobre la esposa del alcalde, el precio de la papa o el velorio del primo aquel.

En el parque nos encontramos a uno de sus ex novios, me senté en una banca y ella tomó mi gorra de Potter y la puso en su cabeza, me sequé el sudor de la sien mecánicamente y los oía a lo lejos en sus intercambios de trivialidades. Minutos antes me había dicho:

-¿Por qué lo hiciste?

No entendí del todo su forma de increpar y recalqué:
¿Hacer qué?

-Con el amigo J...

Reí sin ganas.

-No sé, estaba aburrida. Da igual... quería tener una base para juzgar el sexo ocasional o solo no quería morir virgen.

Una caricia impredecible me condujo al presente, mi compañera se posaba detrás de la banca, tomaba mi cabello y empezaba a trenzarlo, al mismo tiempo hablaba eufóricamente con el tipo de la barba. Sentir lo helado y delicado de sus dedos tomando las hilachas de cabello cerca a mis orejas era lo más cercano a cariño que había sentido un muy largo tiempo. Mordí mi labio, pero una lágrima rodó y luego otra.
No podía moverme, estaba rígida y aquella sensación crecía desde algún recoveco de mi ser: Yo no pertenecía a esa realidad, nunca había querido estar ahí, quería desaparecer simplemente, sentía que mi coraza se hacía visible, que ese monstruo estaba desecho, sangrando, lleno de moretones, de excremento, que estaba siendo ridiculizado en medio de una multitud de miradas perversas. Y en aquel momento lo único que anhelaba era escapar, salir corriendo a cualquier lugar y encerrarme con un cuchillo a rebanar mis senos, rapar mi cabello o reventar mi cabeza contra un muro. 

Busqué la dirección de los ojos de ella y con la voz quebrada le dije:
-¿Vas a quedarte?

-¿Te quieres ir? -preguntó ingenua.

Asentí con la cabeza y me adelanté mientras ella se despedía. Al alcanzarme retomó diciendo, "¿Estás bien? ... Perdón"

-No -respondí con sequedad-.

La avenida de siempre mis zapatos la conocían de memoria. Dos cuadras antes de llegar al Chamamé (el punto donde solíamos separarnos), aguardé una tonta y frágil esperanza de que me acompañase una cuadra más, al momento la disipé, sin embargo, esa misma ilusión se concentró en añorar un abrazo, en la melancolía de desear ese contacto que siendo físico es lo más humano que existe. Me temblaba el cuerpo y sentí frío.
Fuimos dos robots interrumpiendo la tediosa  marcha en el lugar de siempre.
-¿Qué vas a hacer ahora?

-Dormir hasta la hora que mi papá empiece a dar cantaleta mañana o ... No sé, mi sistema corporal de defensa decidirá.

La crudeza de aquella escena aumentó su densidad, no sé si es más idiota quien hace esperar, quién espera o la esperanza en sí.

Mi último deseo en esa noche, fue pisoteado al verla cruzar la calle sin mirar atrás.

Las seis cuadras restantes se envolvieron en olores nauseabundos de los lotes vacíos, silbidos y siseos de tipos en las esquinas y ladridos de algún perro encerrado en un garaje tras una reja.
El asfalto... el infinito asfalto que marcaba la decadencia y la esclavitud, me obligaba a seguir, me arrastraba a través de los años donde había implantado supuestas fantasías que se hacían lejanas e insignificantes. 

MILIGRAMOS DE NOSTALGIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora