II

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—Julie, ¡despierta! —Tocaban la puerta.

Me desperté sobresaltada, con la mirada directa en el techo, el cuerpo tembloroso; creo que estoy teniendo una especie de taquicardia. Gran día.

—Recuerda que tienes un compromiso. Debes estar antes de 7:00.

Aún tengo 30 minutos, honestamente no tengo ganas de ir porque siento no haber dormido absolutamente nada. Escucho el rechinido de la puerta abriéndose.

Es la señora Micaela, me sonrió, dejó un morral en el suelo. Le devolví la sonrisa, de verdad apenada; no es necesario que haga tanto por mí. No lo merezco.

El agua fría que quitó toda esa pesadez y el uniforme no me ha quedado tan mal, solo que la falda está un poco corta y no quisiera llamar la atención de ningún cerdo asqueroso. Lo bueno es que no caminaré mucho.

La falda es de cuadros pequeños, azul turquí con un poco de blanco; mis medias beige combinaban con mi suéter beige y usé unos zapatos viejos que tenía guardado, pero no usé hace mucho así que digamos que son nuevos.

Unté un poco de crema mis brazos y piernas, han ido recuperando poco a poco su color natural. Cogí una manzana que me regaló Steven el día de ayer, creó que el chichón que tenía era más grande que mis granos unos años atrás. El hielo ayudó un poco —mucho— a desinflamarlo.

Evité verme por completo al espejo, y giré mi cabeza directo a mi nuevo morral. La habitación la deje organizada desde ayer, así que puedo irme con tranquilidad. Solo me quedan 5 minutos.

El cielo está muy despejado, en una esquina vi de reojo la cafetería, en la tarde me tocaría regresar a trabajar, en la noche limpiar el jardín y luego hacer lo que sea que tenga que hacer de la escuela.

Hace dos años no había vuelto a estudiar, siento que he olvidado todo, siento que no podré ser la castrosa que sacaba buenas notas. Ya no creo que me quede mucho tiempo para fingir que soy buena.

Tomé una bocana de aire y seguí caminando, pasos largos e intentando hacerlos seguros... la señora Micaela me dijo que me acercara a la oficina y la secretaria me entregaría mi horario.

No recuerdo nada así, solo sé que amaba estar en la escuela y huir de mi realidad.

—¡Hola! Debes ser Lilly. —Se me acercó una pelirroja, con labios acaramelados... el color rojo resaltaba junto a su cabello, ojos negros y una figura curvilínea. Movía su cabeza más de lo normal, creo que intenta hacer movimientos con su cabello un poco coquetos.

—Eh, no, mi nombre es Julie. —Respondí segura, sin más. Apreté mis labios e intenté sonreír.

—No sabía que llegarían dos nuevas a la escuela, en último año de preparatoria es muy raro que acepten nuevos estudiantes.

—¿Sabes cómo puedo llegar a la oficina de la secretaria?

No necesito seguir perdiendo el tiempo, ya mi maestra debe estar en el aula y no sé qué tan fácil sea caminar en frente de todos. Perturbador.

—Cruzas este pasillo a mano derecha encontrarás un letrero sin nombre, pero te lleva a la oficina.

El piso de este lugar refleja mi cara y de verdad no es un gusto verla. En los pasillos aún hay estudiantes vagando, el lugar tiene varias decoraciones, trofeos ganados y unos cuantos lockers. No me había dedicado a ver a mi alrededor, la escuela es muy linda, organizada y limpia; tiene muchas canecas de basura e indicaciones a su alrededor.

Llegue a la puerta con un letrero sin nombre, al entrar todo estaba oscuro... que raro.

Busqué el interruptor alrededor hasta que unos brazos me rodearon la cintura, quedé anonada, perpleja ante la situación que ni pude gritar. Con fuerza me giró y pude sentir su respiración, tan asquerosa y escalofriante, por favor no. No soy a quién buscas.

Manos de ángel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora