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La pequeña niña de rubias hebras correteaba de un lado a otro mientras reía intentando que sus amigos no lograsen pillarla, pero acabó parando en seco cuando vio acercarse hacia la zona del parque en la que se encontraba a una chica a la que ya ll...

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La pequeña niña de rubias hebras correteaba de un lado a otro mientras reía intentando que sus amigos no lograsen pillarla, pero acabó parando en seco cuando vio acercarse hacia la zona del parque en la que se encontraba a una chica a la que ya llevaba un rato esperando ver.

—¡Meysie! —gritó, y sin hacerse esperar, emprendió su carrera de nuevo, aunque esta vez la meta no fuese otra que los brazos de la joven hacia la que se dirigía. 

—¿Cómo se encuentra la princesa más bonita de la tierra? —preguntó la mayor a la niña que yacía en sus brazos mientras le regala una bella y amplia sonrisa.

—Pues bastante bien, pero te eché de menos. Hacía mucho que no venías a verme —dijo mientras hacía un pequeño puchero.

—Mira que eres exagerada, Alena. ¡Si vine hace una semana!

—Pero antes venías todos los días.

Alena y Meysie se conocían desde hacía ya un par de años, cuando un día en ese mismo parque, la pequeña se cayó y la primera en acudir al rescate fue la joven mujer. Desde ese momento, se hicieron realmente cercanas, llegando al punto que la familia de Alena había llegado a apreciar mucho a Meysie por lo dulce y atenta que era siempre con la niña.

—Te prometo que vendré a visitarte más —contestó mostrándole una perlada sonrisa y depositándola en el suelo —. Por cierto, un pajarito me comentó que mañana es tu cumpleaños.

La rubia asintió eufórica con la cabeza y le enseñó nueve de sus pequeños dedos, indicándole los que iba a cumplir.

—Entonces creo que debería de darte esto —dijo y sacó de su bolso una caja mediana envuelta en papel de regalo de unicornios y corazones. A la pequeña se le salían los ojos de la ilusión.

—¿¡Para mí!? —preguntó contenta mientras recibía el paquete, y al ver como la que consideraba su hermana mayor asentía con la cabeza, no dudó en comenzar a destrozar el papel y averiguar de qué se trataba.

Pocos segundos después yacía en las pequeñas manos de Alena una adorable caja de música con una forma redondeada de color rojo con detalles plateados, la cual no tardó en abrir para poder escuchar la melodía que esta escondía.

Al abrirla, la figura de un ángel comenzó a danzar al ritmo de una dulce melodía que la rubia reconoció al instante y que hizo mirar a la mayor con demasiado entusiasmo.

—¡Es nuestra canción! —dijo eufórica, y la joven asintió, colocándose de cuclillas para quedar a la altura de la pequeña.

—Esta caja de música me la regaló mi madre hace muchos años diciendo que me la regalaba porque yo era su mayor tesoro, y hoy te la regalo yo a ti, porque, mi niña, tú eres mi mayor tesoro —admitió mientras acaricia su mejilla. La niña no pudo aguantarse y acabó tirándose a los brazos de la joven mientras aún sostenía abierta la caja de música y la melodía sonaba.

Una melodía que las unió por la eternidad y que dejó en claro que jamás se separarían.

Una melodía que las unió por la eternidad y que dejó en claro que jamás se separarían

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La chica de las cancionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora