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NIKOVA

Berlín, Alemania

3 años atrás.

Mis músculos gritan por un descanso, pero se lo deniego cuando sigo corriendo escaleras arriba hacia la azotea detrás de Alek, que me lleva una ventaja abismal. Aunque si tienen que atrapar a uno de los dos, debe ser el que salga de aquí con vida si no queremos morir los dos a manos de los matones del ministro Schneider.

Robarle información al gobierno alemán no es tan sencillo como nos había hecho pensar Smirnov, —nuestro superior—, pero sabíamos a lo que nos ateníamos cuando nos asignaron la misión.

Nos están pisando los talones y pronto siento el segundo balazo impactar contra mi brazo derecho, provocando que suelte un gruñido de dolor. La sangre que se desparrama por mi frente a causa de la brecha me impide ver, haciendo que en el siguiente escalón pierda el equilibrio y caiga de bruces; la bala incrustada en el lateral de mi vientre se profundiza.

«Menuda patética manera en la que voy a morir...»

De repente, siento como alguien tira de mi mano, haciendo que mis ojos se encuentren con los azules de Alek. Trago duro cuando sin palabras me dice que mueva el culo, y por alguna extraña razón, mi cuerpo se incorpora y sigue adelante a pesar de que mi cerebro le grita que se retire de una puta vez.

Los dedos de Alek se aferran a los míos mientras su otra mano no suelta el maletín con los documentos robados: no es capaz de abandonarnos a ninguno de los dos...

Pego un chillido de dolor en el momento que Alek abre la puerta metálica con la fuerza de su cuerpo y salimos al invernal frío de Berlín. La cierra de golpe y atraviesa una barra de hierro que yo le lanzo con el mayor de mis esfuerzos, sosteniéndome el estómago.

Estoy destrozada y Alek no está en mejores condiciones que yo, pero ambos hemos sufrido heridas mucho peores durante nuestra iniciación. Esto no es nada comparado con lo que nos haría nuestro superior si regresamos a Moscú con las manos vacías.

Los golpes detrás de la puerta delatan que la barra no aguantará mucho en su lugar, lo sé en el momento en el que la expresión de mi compañero es el reflejo viviente del temor.

Estamos en una jodida ratonera.

—¿Puedes hacerlo? —me pregunta con un jadeo agotado.

Sé a lo que se refiere en el primer segundo en el que nos miramos a los ojos. Estoy mucho más malherida que él, pero no soy una perra débil que vaya a dejarse atrapar por unos jodidos nazis.

Trago saliva y asiento con la cabeza.

—Hagámoslo —suspiro.

Alek me dedica una de esas medias sonrisas que me vuelven loca en la cama y nos preparamos para saltar como el par de fugitivos que somos. Es el primero en acercarse al filo del edificio y mirar hacia el otro lado.

—Tres metros —me grita por encima del hombro.

Vale, tendremos que saltar tres metros para llegar a la azotea del edificio contiguo, y aunque no tengo ni puta idea de si mi cuerpo lo resistirá, asiento de nuevo mientras me limpio la sangre de la frente con el borde de la americana.

—Allá vamos —digo para mis adentros.

Rompo el borde mi falda para tener mayor flexibilidad y asiento, dando luz verde al plan improvisado. Alek asiente de vuelta y nos alejamos casi diez metros para coger carrerilla y saltar.

La adrenalina corre por mis venas cuando nuestros cuerpos quedan suspendidos en el absoluto vacío durante unas milésimas de segundo antes de impactar contra la gravilla de la azotea del siguiente edificio.

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⏰ Última actualización: Jun 02, 2021 ⏰

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