El Tablero De Ajedrez

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Recuerdo la primera vez que jugamos al ajedrez juntos. Estábamos en la casa de mi abuela, y me dijiste que sabías jugar muy bien, así que tomamos un viejo tablero lleno de polvo que estaba en un gabinete a lado de la heladera y nos sentamos en la mesa del comedor a jugar.

Recuerdo que moví mal un caballo a propósito y me diste un largo sermón de cómo tenía que seguir las reglas y pensar mis jugadas, ya que si no lo hacía, no podría ganarte nunca. Recuerdo que me decías que podrías ganarme en cinco jugadas si querías, y yo te respondía que jamás lograría hacerlo. Recuerdo los chistes, las muecas extrañas que yo hacía para que perdieras la concentración. Recuerdo que te decía que yo era el rey, la pieza más importante, y tú eras simplemente un peón, que no valía nada y listo para ser sacrificado en cualquier momento. Tú me respondías que tenía razón, ya que los movimientos del rey eran inútiles, al igual que yo.

Todo el mundo dice que el ajedrez es un juego que se juega en silencio, pero al jugarlo contigo, en la habitación lo que más se escuchaba eran risas. Desde ese día en la casa de mi abuela el ajedrez se convirtió en nuestro juego y ese viejo tablero ya no tenía polvo. Lo jugábamos siempre que podíamos, intentábamos jugadas qué veíamos en internet y contábamos el tiempo que tardábamos en ganar. Era algo nuestro, como si fuera parte de nuestras vidas. Y esos días en los que nos sentábamos frente a la chimenea, con el tablero entre nosotros, eran los momentos más felices de mi vida. Solo que en ese momento no lo sabía.

Y el tiempo pasa, las estaciones cambian y los caminos se separan. Cada uno comenzó a tener otras cosas más importantes y ya no teníamos tanto tiempo para jugar tardes enteras.

Pero, mientras que tú seguías con tu vida, yo simplemente esperaba, esperaba que volvieras, esperaba seguir jugando al ajedrez contigo, como siempre lo hacíamos antes.

Yo solo esperaba, claro que trataba de seguir, lo intentaba. Pero nada se comparaba a esas tardes, en las que me sentía completamente feliz. Y ahora, años después, me doy cuenta que tenía razón, yo si era el rey, avanzando cada una casilla, esperando a que alguien haga jaque-mate al otro rey para poder salvarme, siendo importante en el juego pero sintiéndome muy inútil. Y tú, tú si eras un peón, avanzando sin volver atrás, comiendo a la pieza que quisieras, listo para sacrificarte para ganar el juego. Tú eras un peón que al llegar al final del tablero se convertiría en algo mejor, quizás un caballo, o una torre.  Pero nunca sabré en qué te convertirás, ya que ni siquiera sé en dónde estás ahora.

Pero si sé que en la casa que era de mi abuela, en el comedor, en un gabinete al lado de la heladera, se encuentra un viejo tablero de ajedrez lleno de polvo. Esperando, al igual que yo, que regreses para jugar como la primera vez.

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