En la casa

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Robert era muy amable y atento con Ana. Siempre que la veía se acercaba a entablar una conversación y le hacía preguntas como "¿Te sientes cómoda? "¿Qué tal te pareció la casa?" Robert parecía ser el más amable junto con Marta, porque a decir de los otros miembros de la familia siempre estaban serios y eran sumamente antisociables. El señor James también era respetuoso y amable aunque ella nunca lo veía debido a que siempre estaba encerrado en su habitación.

Así fueron pasando los días hasta que llegó la fiesta de noche buena. Todas las navidades hacían fiestas con mesas de comida, música y bailes. Los huéspedes se vestían para la ocasión y algunos compraban regalos y los dejaban en el gran pino.

Aquella noche Ana se puso un vestido colorado de tiras finitas y unos tacos negros.

Al bajar las escaleras todas las miradas se posaron en ella, especialmente la de Robert. La fiesta ya había comenzado, las mesas ya estaban con comida y la orquesta tocaba el ballet de Sherasade.

Rob se acercó a ella.

-¿Me concede el placer de bailar con usted?—Preguntó estendiéndole la mano.

Ana sonrió, tomó su mano y fueron a bailar junto a las demás parejas.

Robert llevaba unos pantalones negros de vestir con unos zapatos marrones de cuero y arriba una camisa con saco y corbata a rayas.

Mientras bailaban no dejaban de mirarse, parecía haber una fuerte conexión entre ellos.

Al terminar el baile estuvieron en la mesa con la familia aunque no se hablaban, se miraban mientras el señor James contaba anécdotas de su juventud.

A las doce de la noche celebraron con copas y cantaron villancicos. Ana se sintió muy a gusto con todos, Robert le había comprado un regalo de navidad, un atrapador de sueños para que nunca tuviera pesadillas había dicho el.

Terminaron a las dos de la mañana. Ana llegó fatigada y se durmió en cuanto apoyó su cabeza en el colchón.

Demasiado tarde para volverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora