2; 𝖊𝖑 𝖕𝖊𝖔𝖗 𝖊𝖗𝖗𝖔𝖗.

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(2; 𝖊𝖑 𝖕𝖊𝖔𝖗 𝖊𝖗𝖗𝖔𝖗.)

narrador: omnisciente

Al despertar la mañana siguiente, Rose le mostró una sonrisa sin dientes a Charly, ignorando el dolor que le producía el más mínimo movimiento brusco en su entrepierna, aunque él ni siquiera se preocupó por devolvérsela. El malestar iba a pasársele, siempre se pasaba.

—No tardes en el baño, debo desayunar rápido para irme al trabajo —Charly no se molestó en dirigirle mirada alguna, simplemente levantó el rostro lo suficiente para que su orden no fuera amortiguada por la almohada bajo su cabeza—. ¿Me escuchaste? —exigió saber luego de no recibir una respuesta de la chica.

—Claro, cariño —le respondió ella, tragándose un gimoteo que rugió por salir de sus labios cuando por accidente trastabilló con la ropa de Charly regada por el suelo—. Me ducharé rápido.

Entró al diminuto baño y no contuvo más las muecas de dolor, una vez que se hubo acercado al descuidado y quebrado espejo pudo por fin ver las nuevas marcas en su cuerpo, producto de la brusquedad de su novio. Las palpó, ya no le provocaban el más mínimo dolor pero aun así no le gustaba verlas en su tersa piel; al crecer escuchó como algunas de las encargadas en el orfanato alagaban la delicadeza de su cuerpo con algo de envidia en el tono de su voz. A Rose le gustaba fantasear con que en alguna otra vida ella pudo ser alguien con mejor suerte.

El fuerte ronquido de su novio la distrajo de sus pensamientos obligándola a volver a la realidad. Entró a la ducha y abrió el grifo de agua fría, la única que había en la casa, y comenzó a enjabonar su cuerpo tallando especialmente en las zonas manchadas por el semen de Charly.

No hubo más relajación, ese momento ya no era suyo, como el día anterior, porque Charly se lo arrebató.

Al llegar a la cocina repitió las mismas acciones que la mañana anterior; preparó el desayuno y acompañó a su novio mientras este comía, él volvió a palmear su culo en la primera oportunidad que tuvo y al fin terminó por irse cuando acabó el desayuno. Su día no fue mucho mejor, ya no le apetecía recostarse entre las sabanas que ya habían perdido aquel aroma tan placentero del suavizante. Tampoco tuvo ganas de lavar la ropa y asear la casa porque eso le traería un malestar mayor a sus caderas. Por eso solo permaneció recostada sobre el sofá con los ojos cerrados y con el viejo televisor amortiguando el sepulcral silencio de la estancia.

Sentía que, de abrirlos, terminaría llorando. No le gustaba llorar.

No se molestó en cocinar hasta que no hubo anochecido y fue consciente de que Charly llegaría con hambre y a él no le iba a gustar no encontrar comida lista. Comenzó a picar el tomate para la cena sin prestarle demasiada atención a sus actos; lo único bueno de esos días era que siempre terminaban pasando, la desolación que la embargaba siempre se iba. Estaba tan sumida en su propia agonía que el filo del cuchillo terminó rajando su dedo índice.

²𝐓𝐇𝐄 𝐖𝐎𝐋𝐅 𝐀𝐍𝐃 𝐓𝐇𝐄 𝐁𝐔𝐍𝐍𝐘│𝗷𝗮𝗺𝗲𝘀 𝗽. 𝗺𝗮𝗿𝗰𝗵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora