You are the dream that heals me everyday

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NdA: en un principio no sabía si llegaría a la RengaWeek2021 porque estoy de exámenes pero ayer me permití descansar un día para que mi cabeza no colapsara y surgió esto, como hoy es el día 8 y es free me he tomado muchas licencias para comenzar una ligera historia compuesta por cápsulas de momentos vividos a través de Reki durante la temporada aunque no descarto meter cosas posteriores de Langa. 

En un principio serán siete capítulos y publicaré uno por semana (ya tengo el dos hecho y parte del tres escrito), pero si tienes algún headcanon puedes dejármelo por aquí y yo barajo posibilidades. 

Espero que te divierta, este en concreto está hecho exclusivamente para sacarte una sonrisilla uwu. Me encantará saber qué opinas. Un beso enorme <3

La primera vez que duerme en casa de Langa, Reki se despierta antes de lo que un domingo mañanero merece

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La primera vez que duerme en casa de Langa, Reki se despierta antes de lo que un domingo mañanero merece.

Madrugar un sábado es pasable, cuestionable, porque al fin y al cabo forma parte del cósmico descanso hecho por y para los estudiantes, pero comprensible. De tanto en cuanto el instituto los convoca para cursar clases extras (y sufrir de nuevo el past perfect simple —como si no lo dieran todos los años— y la diferencia entre células procariotas y eucariotas), por jornadas de puertas abiertas (en las cuales los delegados se hacen con la batuta, usándolos de esclavos) y competiciones deportivas (de las cuales no se queja, francamente, disfruta poniéndose aprueba siempre que tiene la oportunidad, ojalá se hiciera una vez al mes). Y si no (si no está soplando las polvorosas virutas que desprende la madera al lijarse, remendando por décima vez las faldas de satén negro que salta de generación en generación como si en vez de retales maltrechos fueran parte de una herencia nacional o haciendo malabarismo con los útiles del gimnasio), sus amigos y él acaban cuadrando las agendas.

Es gracioso, o no hacen absolutamente nada o se prometen exprimir el día como si fuese la última naranja de la temporada; juntan un par de yenes, asaltan la tienda de conveniencia que lleva en la misma esquina toda la vida y de cuyo rótulo apenas se adivina el nombre porque las décadas han soplado lejos el tinte de las letras del mismo modo que cubre de plata el cabello y difumina las memorias, y se tiran en la playa hasta que las farolas vuelvan a formar islas de luz bajo sus sombreros acampanados.

Pero los domingos son sagrados. Es de conocimiento y sentido común. Intocables. ¿Levantarse temprano un domingo? ¿Qué será lo siguiente? ¿Echarle kétchup a la pasta? En el imaginario universal compartido el séptimo día de la semana existe por y para la cama, incluso la persona más remota, al otro lado del mundo, debe de saberlo. Pertenecen a la cálida sensación aterciopelada que envuelve al esqueleto después de horas y horas en una posición cómoda y que impiden que el ser humano se acostumbre al proceso de Enfrentarse a la Realidad. Si lleva casi dieciocho años luchando férreamente contra el nudo de las sábanas, ¿cómo es posible que a los profesores se les llene la boca prometiéndole que a las tres semanas rutinarias de sentarse delante del escritorio para estudiar el asunto se volverá digerible? Así, por arte de magia.

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