Fairy tales

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Nda: ¡Hola, cucurucho! Sé que aterrizo tarde pero vengo con un capítulo el doble de largo de lo que me había propuesto en un principio y para evitar más mentiras (de timing y longitud) voy a cerrar la cremallera y echar candado. 

No sé si lo sabes pero han anunciado que habrá ALGO nuevo de SK8, ¿cuáles son las probabilidades de que sea una nueva temporada? ¿a ti que te gustaría?

¡Espero que te guste, un beso enorme! Ü

Una semana antes de la discusión, de que todo se vaya a la mierda y Reki se replantee seriamente si tiene lo que hay que tener para ser skater de verdad, la sensación de caída libre a sus espaldas lo despierta de un respingón como si algo o alguie...

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Una semana antes de la discusión, de que todo se vaya a la mierda y Reki se replantee seriamente si tiene lo que hay que tener para ser skater de verdad, la sensación de caída libre a sus espaldas lo despierta de un respingón como si algo o alguien lo hubiera agarrado de los faldones traseros de la camiseta o lo hubiese empujado de un golpe por el hombro, lanzándolo al vacío.

(Si el vacío se reduce a medio metro de altura que es lo que separa la superficie de su cama del suelo).

Se incorporar de golpe, aferrándose a los costados del colchón como si realmente fuera a estamparse contra el tatami de su habitación, focalizando la vista en la puerta ya que es lo único que no da vueltas a su alrededor.

Estable, rectangular, castaña, de bisagras oropel y con un poster de Tony Hawk estampado justo en el medio. Se le han doblado por el paso de los años las puntas y el fondo (que en algún momento fue blanco plástico) ha envejecido a su lado, tornándose de ese matiz vainilla que deja el sol y el tiempo tras de sí sobre la celulosa. A media luz, la habitación se parece al interior de una caja cerrada, casi hermética si no fuera porque siempre deja la ventana un par de centímetros abierta, los justos para que el cuarto respire. Por la ranura se cuela el motor de dos coches, uno detrás de otro, el ronroneo aparece por la derecha y se disuelve por la izquierda, unidireccional; también entra la esencia húmeda y fresca de la mañana que humedece el jardín todos los días y un recorte delgado de amanecer toronja.

Lentamente, la realidad se afianza a su alrededor y sus cinco sentidos cancelan la orden de alarma.

El corazón reduce su velocidad a la par que la vergüenza asciende por su cuello y le rodea las orejas. No es la primera vez que le ocurre. Eso de levantarse del susto pensando que se moriría cayéndose al vacío para descubrir que en realidad continúa prácticamente en la misma postura que en la que se durmió. Ni será la última.

Pero recuerda el sueño y se siente un poco tonto.

El pecho todavía se le mueve bajo la camiseta desleída de Vikings con el mismo estertor del que haría gala alguien que acaba de correr una maratón, sin poner un pie fuera de la cama. Inspira, acalorado. Se quita el edredón de encima de un manoteo. El aire desciende, inflándole los pulmones, para luego subir por el plexo solar hecho de brasas, se le atasca en la garganta y a él no le queda de otra que extender el brazo hacia la mesa en busca de la botella de agua que rellena cada noche antes de irse a dormir. Dormir, el nuevo deporte de riesgo. La esquina del escritorio se le clava en la palma, persigue el borde amaderado y, a tres centímetros de distancia, el plástico le enfría la mano. No tarda ni un segundo en quitarle la tapa.

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