Cuál es el peaje para dejar huella

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NdA: Cucuruchos, lo prometido es deuda, un capitulillos por semana. Me siento responsable y todo. Muchas gracias por la acogida tan bonita, me encanta leer vuestros comentarios y saber lo que opináis.

Un abrazo inmenso C:

Se pelean y al universo les tira una plomizo, obturado y gélido diluvio encima

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Se pelean y al universo les tira una plomizo, obturado y gélido diluvio encima.

(Muchas gracias, Murphy).

Reki llevaba la camisa empapada en sudor de practicar el condenado giro pero no es hasta que la tela termina de pegarse a las costillas y el frío le atraviesa la dermis que se da cuenta de la magnitud de asunto. Discuten. No han discutido en todo el año y tampoco creía que fuera algo posible con ellos, pero lo hacen. Tenerle a su lado siempre fue una bocanada de aire en medio del desastre (puro, refrescante, necesario), una explosión de laxitud en su pecho que no sabía que quería en su vida y, de pronto, esas bombonas de oxígeno a las que se había acostumbrado están hechas de un gas mucho más pesado e intoxicante que sus pulmones no terminaban de procesar. Reki entiende que es un poco absurdo, está en la calle y el aire continúa reuniéndose entre las hojas de los árboles, moviéndolas a su favor, y sin embargo se asfixia.

—Bienvenido.

Delante de su casa. La tormenta se desmorona sobre Okinawa como un jarro vitrificado que estalla contra el suelo e inunda cada hueco al que tiene acceso, y Langa lo espera delante de su casa. Es prácticamente instantáneo, reconocerle en medio de las gotas, quieto, muy quieto, esperándole. Una figura hecha de sombras y la luz que cae desde el portal. El corazón se le contrae y se esconde, le pide que huya, porque no está preparado para enfrentarse ahora a algo que todavía ni siquiera termina de tener forma dentro de su cabeza.

Grita su nombre y sonríe. A punto de coger un constipado por buscarle, porque sin duda alguna Reki sabe —por todas las llamadas perdidas que no ha contestado— que le ha estado buscando.

—Adam está organizando un evento —simplemente le está informando de un hecho pero para él suena a sentencia.

Nunca ha querido con tanta fuerza que la tierra se abriera y se lo tragara de un bocado con la esperanza de que lo expulsara en un universo alternativo en el que ese capullo no existiera.

No se le cae la tabla de la rabia e impotencia porque tiene los dedos rígidos contra la orilla.

Joder.

Lo que sigue a continuación es un desastre.

Eleva el tono y dice cosas que el Reki del futuro se arrepentirá y de las que no está orgulloso en cuanto deja salir la primera palabra. Se escucha y hay una disputa interna que Langa no alcanza a presenciar, donde la rabia lacerante intenta superponerse a cómo la expresión de su mejor amigo se contorsiona de una incredulidad genuina a una abismal tristeza. No me hagas esto. Pasan las estaciones en menos de un pestañeo delante de él. Se parece a los últimos retazos del ciclo de una flor, en los que los pétalos poseen esa fulgor redondo y, un buen día, languidecen desde el tallo, secos y descoloridos, y sabes que ya no hay marcha atrás.

Joder, es que no es justo.

—Qué pasa con lo que me prometiste.

Quiere enfadarse sin preocuparse por él pero no puede.

—Patinar con alguien increíble hace que te emociones.

¿Y yo? Qué pasa conmigo.

No tiene ni idea de qué pintas tiene cuando entra en casa, si su madre se enfada por manchar los pasillos de barro o capta el estado en el que se encuentra y se retiene. Tampoco recuerda desandar el camino desde la escuela hasta su habitación, los días siguientes. Y si fuerza la memoria ni siquiera tiene del todo claro lo que ha estado comiendo, a qué saben las tostadas con mantequilla y mermelada o las gyozas rellenas de ternera. Cómo se sienten los abrazos de sus hermanas debajo del futon tras hacer la siesta. O reírse por un meme que aparece de repente cuando Instagram se refresca.

Se ha olvidado de todo.

De un plumazo no existe nada a su alrededor.

Una tarde se sube al skate y se pregunta a dónde se ha ido la felicidad que sentía cada vez que estaba encima.

Cómo lo encontró, la primera vez.

Cuando la gripe nubla el olfato y el gusto temes que la comida siga sabiendo a cartón el resto de la vida, pues esto es mucho peor. Similar a una dosis de morfina capaz de dejar los tendones y la musculatura ateridos en derredor a la arquitectura ósea, sin mucha utilidad. Inmóvil. Arruga los sentidos y los convierte en ecos, retazos borrosos que su mente guarda en alguna parte a los que apenas puede acceder. Se han eliminado las ganas y la ilusión de sus venas y lo que más le apetece es tirarse en la cama las veinticuatro horas. Reki ha leído en internet que se llama apatía. La calma peligrosa. Como la que antecede a las tormentas, lo cual es irónico, todo sea dicho.

No se gusta. Se mira al espejo y nota a la envidia y a los celos habitar dentro de su cuerpo como si fueran seres independientes a él, que de tanto en cuanto logran hacerse con la maquinaria y lo utilizan, en su contra. Debajo de sus ojos han aparecido medias lunas violáceas e intuye que ha bajado algo de peso porque antes los pómulos no se le notaban tanto. Si intenta dormir, el rostro de Langa se materializa detrás de sus párpados y cuando los abre se encuentra a sí mismo revisando viejos vídeos que grabó sobre él. Así que aparte de no gustarse también empieza a darse un poco de asco porque se ha metido en todo esto solito y ahora no tiene ni idea de cómo salir de ahí.

Además es que no tiene sentido.

Nunca ha tenido miedo por rodearse de personas mejores que él. Es lo normal.

Simplemente... simplemente no quiere que lo deje atrás, supone. Que vea en otros lo que tenía con él. Que avance a tanta velocidad que su espalda se convierta en un punto indivisible del horizonte. Quiere pillarle el ritmo. Crecer a su ritmo en vez de perseguirle sin aliento. Sabe que está hecho para esto, solo necesita encontrar la forma de alargar el brazo y alcanzarlo.

Tirado en su cama, reproduce por tercera vez una secuencia que le encanta, el sol naranja funde el contorno de Langa mientras se ríe sobre su primer ollie, y se arrepiente de no tener ni idea de cómo regresar en el tiempo para desenredar el hilo que los une.

Reki quiere que triunfe.

Puede que su comportamiento diga todo lo contrario porque, joder, es humano y se ha comportado un poco gilipollas. Bueno. Vale, sí, quizás se ha comportado como un gilipollas en mayúsculas pero quiere que logre todo lo que se proponga aunque eso suponga un cataclismo para sus cimientos.

Quiere que sonría, sobrevolando la pista desde un ángulo imposible, donde los focos se enciendan para perseguirle solo él. Que tenga el mundo a los pies y cuando todo sea un mar de júbilo se fije en dos pares de ojos que jamás lo han dejado de ver crecer. Quiere que pruebe todas las tablas que empezó a diseñar la primera vez que lo vio subido a aquel maltrecho trozo de madera. Que se suba y se caiga y vuelva a levantarse con esa energía temeraria y maravillosa que convierte el hielo de sus ojos en agua. Que le hipnoticen las vistas borrosas de una bajada rápida y le abrace en la línea de meta.

Quiere estar junto a Langa.

Quiere hacer todas esas cosas junto a él.

Quiere hacer todas esas cosas junto a él

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