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Bueno, llegados a este punto, supongo que es momento de que te lo cuente. Lo malo es que no sé por dónde empezar a contarte toda la historia, porque el propio concepto de comienzo se vuelve confuso al pensar en ella. No sé. En fin, mira, para que te hagas una idea, cuando yo nací ya sabía hablar. No sólo eso; nada más nacer, con nueve minutos de vida, sabía hacer la declaración de la renta. No me mires así, te lo digo totalmente en serio: sabía hacer un montón de cosas (otra cosa es que pudiera, claro, pues mi cuerpo de recién nacido me impedía la gruesa mayoría de actividades), pero no sabía quién era, ni tampoco por qué sabía hacer todo eso. 

Allí, en mi alumbramiento, reflexioné sobre esa contradicción tan curiosa. Mi padre, con cara de estúpido (yo no podía verlo, no lograba abrir los ojos, pero lo sé porque más adelante me enseñaron una foto que había sacado una celadora), estaba todo el rato poniéndome su dedo en la diminuta palma de mi mano, para que yo la cerrara a su alrededor y poder contar a los demás lo emocionante que había sido, y mientras tanto yo, que por otra parte no podía evitar seguirle el juego (los reflejos jugaban contra mi voluntad), le daba vueltas a la cabeza. Concluí que, al igual que ocurre en algunas demencias, mi memoria episódica (es decir, mis recuerdos) había sufrido algún tipo de lesión, mientras que mi memoria procedimental permanecía intacta.

¿Que cómo sabía que había perdido los recuerdos, si acababa de nacer? Es una buena pregunta, porque a priori no tiene sentido. Pero me invadía la misma sensación que tienes al despertar, en la que recuerdas haber soñado pero no recuerdas ningún detalle del sueño. Fue como recordar el marco de un espejo, pero no la imagen que proyectaba. Pero algo había. Una niebla, de la que, poco a poco, iban asomando imágenes, conceptos, nombres. Cuando abrí los ojos días después por vez primera, reconocí la cara de mi padre y supe que su nombre era José Luis y González su apellido. Y mi madre, María su nombre, nunca lo llamaba por su apellido en casa. No fue una escucha accidental, sino que fue un recuerdo que me evocó la expresión familiar, nunca mejor dicho, de su rostro.

¿Qué había pasado? No lograba recordarlo. A las dos semanas de nacer, escuché que alguien, tal vez en el telediario, mencionaba la fecha. 28 de mayo. Otro recuerdo apareció entre la densa niebla del olvido: el 14 de mayo era mi cumpleaños. La fecha me asaltó con violencia, pero me rodeó con cariño, como un abrazo entusiasmado. Mi madre se acercó a cambiarme el pañal y yo le pregunté en qué año estábamos. Comenzó a chillar como no he vuelto a ver a nadie chillar jamás. 

¡José Luis!

Mi padre respondió, alarmado, desde algún rincón de la casa. Aún cuando estuvo al lado de mi madre, ella siguió vociferando:

¡Ha hablado! ¡Ha hablado! ¡Te juro que acaba de hablar!

María, ¿qué dices? Eso es imposible. 

No. Me ha preguntado nosequé. Me he puesto tan nerviosa que no me he enterado bien. 

Cómo que te ha preguntado. Pensaba que decías que había dicho "ajo", o algo así. 

No, me hizo una pregunta. Una pregunta bien estructurada. 

María... debes de haberlo escuchado en la tele. Estás muy cansada. 

José Luis, te juro que el niño ha hablado. 

María...

¿No me crees? José Luis, no estoy loca. 

No digo que lo estés. 

Entonces qué se supone que significa esa mirada. 

En fin, siguieron así un largo rato y la conversación no llegó a nada. Yo podría haber vuelto a hablar claro, pero a mis dos semanas de vida ya tenía algo de sentido común y no lo hice. Consideré sensato dejar que creyeran que mi madre lo había imaginado, o que lo había visto en la tele, y menos mal. 

¿Te resulta demasiado raro? Ya, bueno, no esperaba otra cosa. Eso fue lo más suave que me dijo mi pediatra. Incluso le resulté demasiado raro al exorcista que vino a mi casa cuando cumplí los tres años. Pero bueno, ya llegaremos a eso. 

No, te prometo que no te estoy tomando el pelo. Ah, esa mirada. Ahora entiendo cómo se debió sentir mi madre en ese momento. En fin. Mira, pensaba sacarla más adelante, pero bueno, voy a sacarla ya para ir un poco más al grano. La he traído aquí, en la maleta. Mira, está muy vieja, pero todavía se lee lo que escribí. Nunca me gustó, tiene un diseño súper infantil, pero, claro, al fin y al cabo yo tenía un año y medio cuando me la regalaron; no puedo culparles. Total, que en una de las primeras páginas de la libreta apunté algo que quizá te ayude a entenderlo, mira. 

El error que cometeréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora