El Pozo azul

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La isla de Buton en Indonesia es un lugar misterioso y místico. En apariencia, es una simple región de Sulawesi, pero lo mas característico de esta isla son sus pobladores. Los nativos son personas particulares y enigmáticas, su relación con el resto del mundo, es en apariencia normal, en cuanto a turismo se refiere, pero en cuanto a cultura, todo cambia.

Los butaneses suelen ser reservados con su cultura y costumbres, pero a pesar de quererse ocultar de los Penones (como ellos suelen llamar a los no nativos), es inevitable poder apreciar sus hermosos ojos azules eléctricos. Por esta razón son motivo de constantes interrupciones de su tranquila vida.

Los pocos Penones que han sido aceptados por los Butones, han sido por medio de riguroso y extensos rituales, pero lo mas importante es que luego de ser aceptados, no podrás volver al mundo exterior. Uno de esos afortunados se llamaba Philip Morgan, un banquero importante de Inglaterra, que por fallas mecánicas en su avión se había estrellado en la región. Él fue salvado por Makala, una joven de piel morena, ojos azul eléctrico y cabello negro azabache. Aquella joven, lo arrastro hacia su choza y por varias noches lo cuidó y sanó, hasta que unas semanas después aquel extraño Penone despertó.

Todo los butaneses del lugar lo veían con esos extraños ojos que él jamas había visto. Extraños, pero impactantes ojos azul eléctrico. No pasó mucho tiempo para que Philip se enamorara de aquella hermosa mujer que lo había salvado, y como gratitud y amor decidió aprender su extraño dialecto, y luego de mucho esfuerzo y dedicación, casarse con ella.

La boda fue hermosa, habían flores y frutas por doquier. Philip jamás pensó casarse de esa manera, pero a pesar de ello, estaba feliz y encantado. La boda se realizó y todos bailaron y celebraron por 3 dias. En esos días Philip se dedicó a su luna de miel y a construir la choza en la que vivirían. Pese a no tener tantas habilidades, con esfuerzo lo logró y allí empezó su vida con Makala.

Al cabo de unos meses Makala estaba embarazada y a punto de dar a luz, y a pesar de haber sido recibido en la comunidad Butanesa, el alumbramiento de un niño era un misterio para Philip. Cuándo nacía un niño, este tenía los ojos negros, pero al séptimo día los padres debían encerrarse con el niño en una cueva, y al salir 7 dias después, los niños salían con el peculiar color azul eléctrico en sus ojos. Era evidente que esto ponía nervioso a Philip.

El día había llegado, Makala estaba en labor departo, sus gritos se oían en todo el complejo de chozas, sin embargo nadie se inmutaba, todos seguían sus labores como cualquier otro día, como si no les molestara. Al nacer el pequeño, fue mostrado a Philip y este resplandecía de felicidad. Era un varón de tez tostada, era el equilibrio perfecto entre Makala y él. Pero algo andaba mal, las parteras corrían, buscaban agua, hierbas y telas. En cuestión de horas Philips se habia enterado que su amada Makala había muerto.

Las honras funebres se realizaron, todos asistieron y de forma tranquila y sin inmutarse le daban a su manera, el pésame a Philip, el cual permanecía constantemente aferrado a su hijo. Los dias pasaron y el séptimo día llegó, Philip debía entrar en aquella cueva con su pequeño hijo, pero a diferencia de lo que habia imaginado, sin Makala. Con paso decidido y más por honrar a su difunta esposa, Philip se adentró en aquella cueva sin saber qué sucedería, ni que debía hacer, nadie jamás le dirigió la palabra para decir nada.

Al borde de la cueva Philip lloraba al pensar en Makala, pero al cruzar el umbral notó como todo se iluminaba, y a su lado como un espíritu estaba Makala. Philip asustado trata de retroceder, pero ya no puede ver la salida.

Makala con calma y en un inglés británico le explico que este proceso era necesario, que su hijo, el pequeño Phima tenia que recibir el don. Philip estaba estupefacto y luego de un rato logró encontrar sosiego, le pregunto a su esposa como podía hablar su idioma, y esta con ternura y tomándolo del brazo le dijo que ella ya lo hablaba, pero era tierno verlo aprender su dialecto.

Philip y Makala caminaron por la cueva y mientras lo hacían Philip hacia muchas preguntas, pero Makala permanecia en silencio. Luego de un periodo de tiempo caminando se encontraron con un pozo, allí de pie en el pozo (el cual era azul como los ojos de los butaneses), se mantuvieron unos minutos. Philip permanecía inquieto y asustado, no sabría que le sucedería a su bebé, pero al ver la cara de Makala se calmó y meditó. Y pudo entender que Makala estaría alli para protegerlos a ambos.

De forma imprevista y sorpresiva del pozo sale una luz brillante y blanca, y esa luz, con voz calmada le pidió a Philip que sumergiera al niño allí y esperara. Philip asustado y molesto se negó, pero Makala le arrebató el niño de sus manos y lo arrojó al pozo, y de forma automática la luz ceso y el agua del pozo volvió a su tranquilidad normal.

Philip lloraba afligido en la oscuridad, mientras Makala lo observaba en silencio, cuando al fin Philip se calmó, le reclamaba con vehemencia a Makala su acto. Y esta aún con amor y tranquilidad comenzó a hablarle, pero sus labios no se movían, era como si cada palabra llegara por si sola a su mente.

Con esa tranquilidad que caracterizaba a Makala, esta le explicó que ellos jamás mueren, que solo su cuerpo perecía, pero que permanecían sus espíritus en la comunidad, que cada ancestro aún podia ser visto por todos y era por eso que la muerte era recibida con normalidad. Y que eso, solo se debía al hecho de tener esa singularidad, no solo tenían ojos hermosos, sino que podían oír y ver a sus seres queridos ya fallecidos. Que aquel pozo y lo que ese ente espiritual hacia era ayudarlos a abrir sus sentidos y apreciar la vida de la forma que debían, con humildad, amor y respeto, y de esa manera podían seguir hablando y viendo a  sus ancestros para recibir consejos de ellos.

Luego de recibir aquella explicación por parte de Makala, Philip obtuvo sosiego, pero en su cabeza rondaba algo, y Makala lo interrumpió diciéndole que por mucho que él quisiera, nadar en el pozo de la Luz era prácticamente imposible, y que solo los bebés tenían el alma tan limpia para poder hacerlo. En la cara de Philip se posó la tristeza, pero él era un hombre decidido, y con fortaleza y temor salto al pozo.

Dentro del pozo no veía nada, pero en su mente estaba el deseo y la certeza de ser mejor persona y de poder vivir en armonía con aquella extraña, pero hermosa comunidad, que le habían demostrado que el dinero y los lujos no eran nada cuando vives en amor y armonía con los demás. Y para su sorpresa aquella luz que vivía en el interior del pozo sintió su corazón y sus nobles intenciones, y lo tomo de la mano cuando estaba a segundos de perder el conocimiento y morir, y con sutileza lo saco del pozo.

Al abrir sus ojo Philip percibió la oscuridad de la cueva y en sus brazos yacía su pequeño Phima, sabía que lo que debía suceder, había sucedido. Se levantó y al caminar hacia una pequeña luz que visualizaba, esta, cada vez se hacia más grande, era la salida, sin embargo no había visto de nuevo a Makala, pensaba que no había podido despedirse de su amada.

De nuevo en el borde de la cueva decidido a regresar a su choza, pudo apreciar a lo lejos a una mujer, al acercarse, con asombro descubrió que era Makala sonriéndole. Philip no entendía que sucedía, pero al llegar a la tribu todos lo veían con admiración y sorpresa, pero este aún no comprendía, fue solo cuando su amada Makala, en la choza y con sus hermosos ojos azul eléctrico le dijo; que lo había logrado. Al verse en el reflejo del agua Philip pudo ver que sus ojos no eran azul eléctrico como los de los demás, incluso como los de su hijo. Los ojos de Philip eran de un color lila brillante.

Fue allí que comprendió, que ese espíritu de luz le había obsequiado el mismo don que los nativos, pero al ser adulto sus ojos eran de diferente color que los de su recién nacido. Y así con solemnidad, ímpetu, respeto y amor. Fue como un hombre enamorado e interesado en ser mejor se convirtió en el embajador de los Buton para los Penones ante el mundo.

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