Muichiro quiere comprender el mundo humano sin la necesidad de una biblioteca con libros que se distraería al leer y explicaciones que no tardaría en olvidar; para ello, decide viajar a una pequeña ciudad- que se podría considerar un gran pueblo-, y...
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La habitación se hallaba repleta de cerdas esparcidas por el suelo, había algunos rollos de vendas rodando por la inclinada superficie, ya que la casa se encontraba en una cuesta natural, bordeada por pequeños afluentes que dirigían el agua sin fuerza y regaba la espesa vegetación del húmedo bosque.
Se podía oír el sonido de la madera crujiendo bajo unas manos cubiertas de astillas, que se hincaron en sus huellas por sus acciones sin habilidad y torpemente hechas. El cabello recogido en un desordenado moño empezaba a deshacerse, y los mechones más largos se resbalaban por sus hombros sin peso. El negro se matizaba con la lumbre de una pequeña lámpara que no debía estar encendida, untándose de un amarillo áspero, al verde mentolado de las puntas se fundía con los tonos de la llama encerrada en el vidrio. Los ojos del brujo, que concentrados buscaban una solución a su problema, eran oro fundido en la oscuridad que brillaba con más intensidad que la flama.
Su cuerpo encorvado era tapado por una capa oscura que no llega a al azabache, estaba adornada por algunos ornamentos tejidos con tanto detalle e hilo tan fino que eran prácticamente imperceptible. Las mangas taparían sus dedos si no estuviese enrollada por su antebrazo para no estorbar, todo en su atuendo conllevaba unas medidas demasiado grandes, llegando su ropa por las rodillas y con una amplitud generosa.
El chico acomodó su irregular flequillo lanceolado, pasando páginas de un conjunto de manuscritos unidos con cuerda sin prestarle atención a su interior aunque buscase en el.
—Tan difícil no tiene que ser arreglarte— se quejó, balanceándose del cansancio— cuando lo consiga no me estrellaré con más árboles...
La escoba se había partido en dos de manera que, en una parte solo quedase la parte con filamentos, y en la otra un trozo de madera inservible. El dueño del objeto, Muichiro Tokito, nunca fue muy hábil con el control aéreo, nunca entendió del todo como funcionaba la Magia en realidad. Las pociones se le habían imposibles de memorizar dada su poca capacidad de retención de información, y el arte de improvisación solía conllevar a unas cuantas explicaciones o días de reposo en cama por una inesperada enfermedad. El volar era aún peor, su poco sentido del equilibrio solo producía caídas sin un intervalo de descanso, y la "maravillosa experiencia de estar junto a las nubes", solo acabó en incidentes con aviones que pasaban por sus carreteras estelares.
Lo único que aceptaba eran los hechizos, simples palabras que dependía de una fuerza de voluntad incitante y una energía mágica considerable, ambas las tenía el joven.
Pero sin ser capaz de volar nunca iría al exterior, más allá de esos bosques apaciguados, y comunidades de seres acomplejados de místicos. El quería dejar todo eso atrás, no le interesaban las medidas morales de las demás brujas ni sus tradiciones crepusculares. Tampoco le era necesario conocer cada invocación y transformación para vivir con un sentimiento de orgullo. La curiosidad sobre su propio mundo se evaporizó cuando llegó la monotonía de los poderes, cuando todos los tienen, ya no es impresionante.