¿Quién soy?

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Podía sentir el aroma de las flores haciendome cosquillas en la punta de la nariz, mi alrededor se sentía cálido, abrumado de sentimientos encontrados y los ojos negros...

Desperté de aquel sueño extraño, me miré las manos, aún podía sentir la calidez de unas manos que no eran mías, pero cerré nuevamente los ojos tratando de alejar el sentimiento que me empujaba al vacío creado en mi interior...

La alarma sonó, llevé mis ojos a la ventana que estaba a mi lado para ver el sol radiante que se asomaba por encima de las casas...nunca podría cansarme de ver ese espectáculo.

- Apaga eso, Rut.

Señaló mi madre pasando frente a la puerta de mi habitación, podía verla a medio cambiar para irse al trabajo y aunque no era mi madre biológica, le escuchaba como quien oye el resonar de su alma. En plena modernidad algunas cosas no cambiaban, los sentimientos de las personas, su percepción de si mismos y la inútil necesidad de la guerra.

Escuché la puerta cerrarse mientras me miraba en el espejo, el reflejo...¿Seré parte de una visión de este espejo? Está viejo, lleno de roturas, era lo más parecido al alma. Frágil.

— Ojos negros...

Mientras tomaba el café que tenía en la taza, pensaba, en que llegaría tarde a la primera clase y que de alguna manera no me molestaba en lo más mínimo...en parte porque si faltaba o no, nadie se daría cuenta, nadie preguntaría porque el asiento está vacío.

Los recuerdos de aquel sueño me acompañaron hasta la entrada de la Universidad e incluso llegando a la clase que empezaría en unos minutos no me abandonó, la sensación de que el miedo y la ira se colaba entre mis huesos.

Me toqué la nuca, esperanzada por saber que era esa molestia que sentía, era como si me quemara...sentada junto a la ventana me quedé viendo hacia afuera, aún con la mano en la nuca, incluso si el dolor se había disipado y esa sensación de horror me abandono parcialmente.

— Buenos días, Rut.

Miré desde donde provenía aquella voz, se veía gentil como siempre, pulcro, ordenado, nada fuera de lo común...

— Buenos días, profesor.

"Mikhail"...pero nunca podría concebir que de mi propia voz saliera su nombre tal y como lo había presentado, ese grado de confianza que no deseaba tener, no porque fuera malo sino porque debería socializar y hasta ahora estaba bien sin ser el centro de atracción.

Devolví la vista a la ventana, haciéndole notar que no quería interactuar si no era estrictamente necesario, que mis pensamientos y yo estábamos bastante bien...que Freud estaría orgullo como mi "Yo" estaba mediando entre esos dos.

Pronto se llenó ese salón que no era grande ni chico, que era efímero y relativo como la verdad o la belleza, que solo mantenía envuelta entre concreto y papeles colgados la sensación de conocimiento...

Los ojos y voces siempre se dirigían al mismo lugar, a mi lado, quizás porque ya era una costumbre y nosotros, los seres humanos, somos bichos de costumbres, estaba Brunella...no necesitaba verla para saber que lucía carismática y bien presentada como siempre; estéticamente hablando, parecía que brillaba ante tanta oscuridad que sentía me rodeaba a mi misma.

Brunella era como cualquier chica de veintitantos, alta, cuerpo normal y una abundante cabellera pelirroja, pero si había algo que destacar era ese miedo que daba verla. Porque en el interior estaba segura que ella se debatía entre la concreción de sus actos y sueños; pero también por ser políticamente correcta.

— Siempre tan callada... creí que eso había pasado para nosotras después de quince años...

Sus ojos azules me quemaban, eran tan fuertes que incluso podía sentir como si me estuviese apuñalando en el abdomen con una sonrisa gigante.

— Las cosas nunca cambian cuando solamente uno cree que no hacen.

Murmuré tratando de mantener una fingida atención a los conocimientos que transmitía aquel hombre.

— La reflexión profunda de tu interior me inquieta...aunque más me preocupa que sigas intentando alejarte.

Entrecerre mis ojos café centrándonos en la ahora falsa lectura de mis apuntes, notando las arrugas de la hoja fina por la presión que hacía al escribir.

— Lo sé.

Cerré el cuaderno y una mirada inquieta del hombre castaño a unos pasos mío me hizo fruncir el ceño.

"No me mires así..."

Pensé para mis adentros a las personas que era yo y no era a la vez ...una melodía en mi cabeza me hizo ver por la ventana, el movimiento de las hojas y la molestia en mi nuca.

— Brunella, ¿Podés seguir con la lectura?

Escuché y miré a mi compañera que sonreía con inocencia, ahí estaba de nuevo, esa sonrisa que podía calmar los vientos y hacerme correr lejos.

"Me ahogo...me ahogas, Brunella."

Las palabras salían y la voz parecía una canción de cuna, pero a mí, me revolvía el estómago escucharla, pensar que todo aquello que leía había pasado de verdad, la historia contada desde sus labios, leída por sus ojos azul cielo que deseaba olvidar.

En un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos solos nuevamente, ella se había ido y una nota a mi lado me decía que me esperaría en el trabajo...

No podía decirle que no estaba ayudando cuando el café era suyo, sino que estaba administrando.

— Estás dispersa. Incluso tomando una época que te gusta tanto no hubo forma de que me escuches.

— Perdón. No estoy teniendo una gran semana. Prometo prestar atención...

Los ojos miel de aquel hombre me miraron fijo y aunque deseaba escuchar más, guarde mis cosas para salir de ahí.

— Si te molesta que se siente con vos deberías decirle. Ya no están en la primaria...ya no tienen que jugar juntas si no querés.

Mikhail...era el hermano mayor de Brunella. Lo conocía desde que éramos unas criaturas. Él me conocía, podía leer en mis ojos la incomodidad y yo no celebraba que alguien me quisiera conocer más que yo misma.

— Me tengo que ir. Tu hermana me espera.

Salí de ahí, apretando la correa de la mochila, sintiendo como el poliéster me raspaba, estaba agitada, había empezado a caminar rápido, chocaba con gente en el pasillo y no me detenía ante nada.

"Salir. Salir. Salir."

El renacer del espadachín negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora