Él

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Había llegado al café, era rústico y mágico, una combinación que pocos podían emular. Recuerdo que pertenecía a la madre de Brunella, una mujer que parecía salir de un libro de historia, su porte, la forma en que sus ojos hacia que todos se rindieran ante su voz.

Abrí la puerta tranquila, haciendo que la campanilla avisará que alguien había entrado en el lugar y fue cuando saludé con la mano a Vigo. Si tenía que describir a ese hombre solo podía decir..."misterioso".

Desde que entró a trabajar al café me generó cierto miedo, era alto, fornido, su rostro igual de rústico que el lugar, serio y parecía mayor a la edad que tenía.

— Buenos días.—

Hice un gesto con la cabeza y me quedé mirándolo.

— Buenos días, Vigo.—

Las palabras salieron de mi boca lentamente y cuando lo escuchó volvió a su tarea de organizar los pedidos.

Vigo había entrado a trabajar cuando empezamos la universidad, tenía diez años menos que mi madre y aún así me parecía mayor; no sé porque lo contrató pero de alguna forma sabía que cuidaría a dos chicas como nosotras.
Caminé al vestidor para ponerme el uniforme y salir a limpiar las mesas, parecía que Brunella aún no había llegado, me preocupaba pero aún más me aliviaba, porque sentía que ahora era como una soga apretada en mi cuello.

— Hoy Brunella no viene. Está ocupada con unos proveedores.—

Dijo la voz dura como si hubiera escuchado la pregunta que hacía en mi mente.

— Entonces somos nosotros dos...bueno, espero que esté tranquilo.—

Se ajustó el delantal y tomó un paño para repasar las mesas antes de abrir, tenían al menos dos horas hasta la apertura, eso le daba tranquilidad porque debía prepararse para interactuar con otros.

— Hoy quédate en la caja, yo sirvo.—

La orden disfrazada le hizo voltear y apoyarse sobre una mesa con los brazos cruzados para mirarlo.

— ¿Y eso por qué?—

— Vos sabés bien porque.—

Su voz sonó más dura que nunca, incluso autoritaria y eso le hizo afilar la mirada.

— Te dije que el tipo ya entendió.—

— Esa gente no entiende.—

Apretó el paño entre sus dedos, enojadisima.

— No sos mi viejo, no te pedí que me cuides.—

El comentario le pareció excesivo y dejó de acomodar las cosas para ponerse en la misma postura.

— ¿Necesitas que lo sea para hacerme caso? —

— ¿Cómo? Mirá, déjame trabajar y si alguien se desubica se lo que tengo que hacer.—

Lo vió negar con efusividad.

— Te quedas en la caja y no se discute más. —

Levantó los hombros en señal de que no le importaba seguir con la discusión, pero cuando entró en la cocina revoleo el paño contra el piso.
A veces no sabía si lo odiaba o simplemente prefería ignorarlo.

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⏰ Última actualización: Oct 10, 2022 ⏰

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El renacer del espadachín negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora