Ojos

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Siempre me gustaron sus ojos azules, siempre me gustó que estuvieran para mí, claros y brillosos como el mar, aquel que sólo vi un par de veces en mi vida, pero con él lo tenía todos días. Eran tan bonitos por el contraste que daban en su cara, en su piel bronceada y sus cabellos dorados como un campo de maíz. Resaltaban junto con sus labios carnosos y rojos. Él era muchos colores. Me gustaban también porque eran tan azules como un cielo de una mañana y a mí, a diferencia de él, me gustan las mañanas.

Y creo que justo eso era lo que más me gustaba al principio; que era muy diferente a mí. Yo era... Demasiado oscuro. Cabello oscuro, ojos oscuros, ¡hasta ropa normalmente oscura!

Yo era muy pálido, él demasiado bronceado y con un rojo intenso en los cachetes y sus labios. Mi cabello era muy liso y el de él tan lacio y rebelde que daba vueltas por toda su cabeza con remolinos y puntas onduladas. Él era como un rayo, según sus propias palabras, energético, vivaz, hiperactivo y con los ojos muy abiertos siempre mirando todo a su alrededor.

Recuerdo bien el día que conocí esos ojos. Teníamos cuatro años, estábamos tomados de la mano de nuestras respectivas madres, quienes tenían tanto sin verse ya que él había nacido y crecido sus primeros años lejos de la capital, en un pueblo pintoresco y rodeado de naturaleza. Pero yo no, yo había nacido en la ciudad, pero ese día nos vimos a los ojos y supe que había sido lo más bonito que había visto en mis cortos años.

Ambas mujeres nos presentaron, y yo apreté la mano de mamá cuando sentí un revoltijo en mi estómago al escuchar tu nombre.

—Él es Deidara. —Dijo su mamá.

—¡Hola!, ¿cómo te llamas?

Y a mí me dio miedo tanta energía en unas solas palabras, en unos ojos muy abiertos y una sonrisa enorme con un agujero que pronto taparía un diente. Sentí que se me había olvidado hablar, él me había cohibido, me había robado el alma. Como respuesta quise esconderme en las piernas de mi madre y que no viera nadie mi rostro colorado.

—Anda, hijo, Deidara quiere saber tu nombre.

No se lo dije porque no pude. Si sacaba mi cara de mis manos me encontraría de nuevo con esos ojos y entonces sí perdería contra mi juicio y lo sería ver una estrella resplandeciente y grande frente a mí. Quería verlo, sonreírle de vuelta y decir que mi nombre era Itachi, pero no pude.

—En otra ocasión se conocerán mejor, hoy mi hijo está algo tímido.

Y cuando mamá terminó de despedirse, tomamos rumbos diferentes, en nuestro caso a la salida, y alcancé a voltearle a ver, su entrecejo estaba fruncido viendo hacia mí y eso hizo sentirme como el peor cobarde de todos.

Para mí, esa carita fue la más hermosa hasta el momento. 

Ya en el auto me atreví a preguntarle a mamá si algún día volveríamos a ver a Deidara y a su mamá

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Ya en el auto me atreví a preguntarle a mamá si algún día volveríamos a ver a Deidara y a su mamá. Ella, curiosa, me contestó con otra pregunta:

—¿Por qué la pregunta, hijo?

—¡¿Viste sus ojos, mamá?!, son azules, nunca había visto algo así. ¿Es normal?

Mamá se rió fuerte y me miró con ternura.

—Es más normal de lo que crees, pequeño. Sólo que estamos acostumbrados a ver ojos oscuros porque nuestra familia es así, por ejemplo, tu hermanito nacerá con los ojos tan oscuros como la noche y eso también es normal.

Era aquel el verano en que nacería Sasuke, en que conocí a los ojos que daban luz a mis días, en que comencé a ir al preescolar, en que papá y mamá me regalarían mi primera bicicleta y en el cual adoptaría a Cuervo, mi perro que encontré pequeño en una caja de cartón en el parque una tarde.

Yo era feliz, ¿qué más podía pedirle a la vida?

Bueno... En aquel entonces había algo que pedía con muchas ganas, pero a la vez sabía que sería un capricho, y el cual era poder ver de nuevo esos ojos azules y esa cabellera dorada, aunque sea una vez más para tomar valor y decirle que mi nombre es Itachi Uchiha. 

Y que no habría en el mundo unos ojos más bonitos que los suyos.

Esos ojos tuyos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora