Comadreja

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El año escolar comenzaba esa semana y por fin entraría al preescolar. En mi mente vagaban muchas cosas, tenía muchos miedos y una gran inseguridad en mí mismo que con los años sólo aprendí a ocultar.

La panza de mamá estaba a punto de estallar y mi primeros dientes ya se habían ido y un gran hueco había quedado como testigo de donde fueron antes dos dientes tiernitos.

Yo no paraba de ver mi uniforme, me emocionaba ver mis zapatos de señor grande y mis zapatillas deportivas blancas.

"Itachi Uchiha"

Así decían mis camisas, mis suéteres, playeras y hasta un chaleco. Mis lápices de colores, mis cuadernos, todo.

¡Tenía todo listo ya!

¿Haría amigos?, ¿qué clase de compañeros me irían a tocar?, ¿me invitarían a sus fiestas de cumpleaños?, ¿será que por fin yo tuviera mis fiestas de cumpleaños llenas de niños que yo sí conociera?, ¿mi maestra o maestro sería bueno conmigo?

¿Qué se hacía en el preescolar?

—¡Enfocarte en tus estudios!, eso de andar haciendo amistades es pura pérdida de tiempo. Yo quiero que pongas en alto el apellido Uchiha y si todo va como está planeado, adelantarás uno o dos años de estudios.

Diablos...

¿Por qué tenía que ser así conmigo?, yo tan sólo cumpliría 5 años en unos días y claro que contradecir al empoderamiento de mi padre era uno de mis mayores temores.

Así que no me quedó más que guardarme la emoción para cuando no estuviera él.

Pero había llegado el día y yo no había dormido para nada esa noche. Mamá fue temprano a mi habitación y me levantó de la cama con un tierno abrazo y muchos besos en las mejillas.

—Mamá, ya estoy grande. ¿No ves que ya iré al cole?

Dije riendo amplia y sinceramente, alzando el cuello e inflando el pecho. Mamá se rió conmigo y me dijo que yo siempre sería su bebé.

—Hablando de bebés... ¡Ni se te ocurra tener a este cuando yo esté en clases! —Dije besándole la barriga.

—Te esperaremos, lo prometo. Pero anda, ve y lávate la cara que se te hará tarde.

—¡Síp!

Itachi Uchiha llegó ese día a ese gran colegio de la mano de nadie, pero acompañado por su padre. Admito que me hubiera gustado haber ido acompañado de mi madre, quien me daría la confianza para entrar, quien me daría valor y al menos un apretón de manos y no una simple mirada desinteresada por parte de papá. Entré solo y vi que todo mundo entraba acompañado de sus padres. Entonces para que no me ganara el sentimiento de nostalgia, me quedé parado a un lado de la maestra que me recibió en la entrada. Desde mi posición yo podía ver quién entraba, los llantos de los niños, el de los padres, miraba que todos llevaban mochilas de muñecos de fantasía y yo llevaba un maletín pequeño que papá me compró. Me sentí muy ansioso cuando me percaté de la gran cantidad de niños que entraban.

¿Estaría con todos ellos?

Hasta que mi atención se fue directamente a unos cabellos rubios que tanto conocía y me gustaban. Pero así como llegaron se fueron y no pude evitar preguntarme si aquello había sido una broma de mi mente.

El tema de Deidara era delicado, después de su desprecio de aquel día, yo trataba de todas las maneras posibles evitarlo. Pero a la vez tenía el sentimiento encontrado de querer ver sus ojos y entonces lo buscaba sin tener un acercamiento directo con él.

Esos ojos tuyos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora