4.

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Si a Daphne le hubieran dicho antes que enamorarse era tan doloroso, habría intentado por todos los medios no hacerlo. Si hubiera sabido que Rachelle no la amaría como ella lo hacía, habría tomado su distancia desde el comienzo de esos sentimientos.

Daphne estaba odiando con todas sus fuerzas aquellas ridículas películas de princesas que Elizabeth la había obligado a ver. En aquellas películas todas esas tontas recibían su final feliz, se casaban con su príncipe y eran felices hasta que las enterraban bajo tierra. Esas estúpidas y cursis películas le habían ilusionado, le habían permitido pensar que quizás Rachelle y ella podrían tener un final feliz, uno en el que se amaran y se casaran... o cualquier otra cosa, a Daphne no le importaba realmente cómo fuera, solo quería tener a Rachelle junto a ella.

Mayo se estaba acabando y aún seguía en aquello que tenía con Rachelle, aún después de un mes de mañanas frías de despertar sola y de llorar hasta quedarse sin lágrimas. Daphne no sabía por qué seguía haciéndolo, solo sabía que quizás ya era muy tarde para parar.

Quizás solo estaba obteniendo el cuerpo de Rachelle, quizás solo estaba obteniendo unos jadeos y suspiros robados, pero le bastaban y la complacían... por el momento.

Daphne se preguntó cómo reaccionaría Rachelle si le dijera que quería dejar lo que hacían, si le decía que ya no quería ser su aventura.

Sus pensamientos se interrumpieron cuando Rachelle entró a su habitación con una taza en la mano, Daphne no se molestó en tomar las sábanas y cubrirse con ellas, después de todo, ¿acaso existía algo que Rachelle no hubiera visto de ella?

—Te traje un café—caminó hasta la mesita de noche al lado de la cama y dejó la taza allí—. ¿Te sientes bien?—preguntó con preocupación cuando Daphne no le respondió y su mirada estaba perdida en algún lugar de las paredes azules de su habitación.

—Estoy bien—aseguró rápidamente, dirigiendo su mirada al rostro de Rachelle—. ¿Por qué sigues aquí?—la pregunta se escapó por sus labios, pero no se arrepintió. Rachelle siempre se iba antes de que despertara, ¿por qué iba a cambiar su hábito en ese momento?

—Yo...—ella pareció descolocada durante unos segundos, entonces sonrió—. Seguro te dejé un poco cansada, así que te dejé el desayuno hecho—se inclinó para besar su mejilla, Daphne cerró los ojos ante el contacto, deseando dentro de ella sentirlo todos los días, sentir el amor de Rachelle, pero sabía que no sería posible, no en esa vida al menos—. Ya me tengo que ir.

—Ten un buen día. —le deseó con sinceridad, Rachelle siguió sonriendo y asintió.

—Tú igual, Daph.

Y se fue, dejándola desconcertada.

Rachelle había dejado de llamarla así desde que lo que fuera que tenían había comenzado, había empezado a llamarla «bebé» en lugar de por su nombre. Daphne sonrió, sintiendo un poco de esperanza dentro de ella, Rachelle le había hecho el desayuno y la había llamado como solía hacerlo. Se ilusionó con la idea de estar volviéndose especial para Rachelle, aunque fuera poco a poco.

Empezó el día con esperanzas y con una taza de café caliente hecho por Rachelle, ¿acaso algo podía ir mal?

★★★

Daphne deseó nunca haberse preguntado si algo podía salir mal ese día.

Había terminado su día de trabajo como de costumbre, cerró la puerta de la boutique y se encargó de colocarle las protecciones al local.

En todo el día no había recibido ningún mensaje de Rachelle citándola en ningún sitio, pero supuso que luego lo haría, pero «luego» nunca llegó.

Caminó por la calle adoquinada, evitando chocar hombros con cualquier persona en su camino, deseando llegar al Caldero Chorreante, beber la mezcla especial de Tom (la cual Daphne no tenía ni idea que contenía, pero sabía muy bien), y luego iría a su solitaria casa a descansar.

Últimamente estaba considerando la idea de adoptar alguna mascota que la esperara al llegar a su casa, queriendo sentir que alguien se emocionaba por verla, aunque fuera un animal y que quizás se emocionara solo porque llegaba a darle de comer.

Suspiró mientras acomodaba la bufanda que llevaba puesta alrededor del cuello. El aire frío en Londres nunca faltaba, fuera verano o invierno, el aire frío era algo clásico de la ciudad. Metió las manos en los bolsillos de su abrigo y siguió caminando, hasta que ya casi llegaba a la pared de ladrillos que luego la dejaría entrar al Caldero Chorreante, pero antes de llegar vio a una pareja bastante acaramelada contra una pared de un establecimiento, Daphne usualmente no habría prestado atención, pero reconoció la cabellera castaña de Rachelle.

Sus pies se detuvieron y Daphne sabía que no podría seguir caminando aunque así lo quisiera, su mirada no podía despegarse de la escena, como si fuera algo que estuviera obligada a ver, como si estuviera bajo un imperius.

Rachelle tenía sus manos en el cabello rojizo de aquella mujer, acercándola más a su rostro y a su boca.

«Ni siquiera ver un dementor sería tan desagradable» Pensó para sí misma, pero sabía que la palabra que buscaba no era «desagradable» si no «doloroso». Claro que dolía, esa misma mañana había pensado que se estaba volviendo especial para Rachelle y luego la encontraba casi comiéndose a una pelirroja.

Desvió la mirada, incapaz de soportar la escena durante más tiempo, se obligó a seguir caminando hasta que llegó a la pared de ladrillo, sacó su varita y como si fuera una acción automatizada, golpeó los que sabía abrirían la pared, y así pasó, entró al Caldero Chorreante y rápidamente se encaminó a la barra.

—Un vaso de lo más fuerte que tengas. —pidió con la voz ronca y gastada, como si hubiera estado gritando toda la tarde.

— ¿Estás bien, Greengrass?—preguntó Tom mientras la miraba con curiosidad.

—No—respondió honestamente—. ¿Acaso es mucho pedir ser amada?

Tom no respondió, solo comenzó a preparar la bebida. Daphne lo miró, queriendo tener ese vaso con líquido glorioso entre sus manos, queriendo olvidar a Rachelle aunque fuera un segundo, aunque tuviera que olvidar todo lo demás también.

Cuando Tom dejó un vaso frente a ella, lo tomó entre sus manos sin dudarlo y lo vació en menos de diez segundos, el ardor en su garganta casi pudo compararse con cómo dolía su pecho, pero ahí estaba el problema casi.

—Otro. —pidió con la mirada perdida en las botellas que estaban en el estante tras Tom, él no preguntó ni dijo nada más, solo hizo lo que le pidió.

Daphne se quedó todo el tiempo que tardó en hacer la bebida y mucho más pensando.

Solo quería ser amada, ¿acaso eso era mucho pedir?

Evermore || Daphne GreengrassDonde viven las historias. Descúbrelo ahora