Soneto I.

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Por aquel día en que estuve sentado,
desperté de repente bien ansioso;
conociendo el dulce tacto sedoso
de quien en la habitación hubo entrado.

Contemplé admirando y embobado
aquel rostro bello, blanco y hermoso,
del que un hombre desea codicioso
dado del puro oro claro encontrado.

Si es que estando yo en la misma cordura
entraste tú en mi mente cual termita,
sabiendo que me ciega tu hermosura.

Entraste allí, donde mi alma habita.
Robando feroz hasta la más pura
hazaña y vivencia en mí bendita.

M.O.A

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