El viejo cura la guio hasta llegar a la capilla del centro. Ágata sintió una punzada en el pecho al atravesar el umbral, pero al dirigir la mirada hasta el anciano al que agarraba el brazo y sentir la calidez de su mano sobre la suya se tranquilizó. Una sonrisa se dibujó en su semblante y, lentamente, sintió cómo una fuerza interior la ayudaba a adentrarse de nuevo entre aquellas cuatro paredes. La pareja se sentó en el primer banco de la capilla.
—Gracias padre —susurró Ágata desviando la mirada hacia su regazo. Las manos del cura le dieron un par de palmaditas en el dorso de la suya.
—No tienes que agradecerme nada, hija. Todo lo has hecho tú sola —sentenció con dulzura. Los dedos de Artur se posaron sobre la barbilla de Ágata y la obligó a elevar el rostro y mirarlo a los ojos verdes—. ¿Qué te digo siempre, Ágata?
La chica sonrió antes de responder:
—La cabeza alta, una sonrisa en los labios y el corazón en alto. —Artur sonrió y asintió, pero en cuestión de segundos, la joven pudo ver que su semblante se oscureció—. ¿Sucede algo padre? —Se apresuró a preguntar.
—No, pequeña —respondió antes de hacer una pausa—. Dime, ¿cómo te encuentras? Los médicos dicen que estás casi recuperada.
Ágata asintió.
—Creen que en unos meses podré salir y volver a hacer mi vida como antes. —Una ráfaga de miedo se coló en el corazón de la mujer cuando aquellas palabras salieron de sus labios.
—No pareces contenta con la noticia. Ágata se encogió de hombros.
—No es eso, padre. Estoy contenta, pero no puedo volver a mi vida. Al menos, no a la que tenía antes.
—Si no quieres volver a la vida que tenías antes, sólo tienes que ser fuerte y seguir con tu tratamiento. Sólo tú puedes evitarlo —respondió con tono comprensivo Artur.
—No lo comprende, padre —Ágata volvió a agachar su rostro a la par que dejaba caer sus hombros. Suspiró—. No es que no quiera volver a mi vida, es que, simplemente, no puedo. Tengo miedo. Muchísimo miedo.
—Es normal que tengas miedo —la mano del cura volvió a obligarla a levantar la cabeza—. Pequeña, lo que estás haciendo es algo increíble que requiere de una fuerza de voluntad de hierro. Es normal que estés asustada y creas que puedes volver a recaer, pero lo conseguirás. Yo sé que puedes.
Ágata sonrió y con un movimiento rápido se abrazó al cura.
—Gracias por estar conmigo, padre. Por apoyarme y estar conmigo en todo momento.
Los brazos del anciano la rodearon, llenándola de un amor que hacía años que Ágata no recibía. Tras unos segundos, se separó del cura y le regaló la más bella de las sonrisas. Pero el rostro del hombre seguía ensombrecido.
—Tengo que decirte algo, hija mía. Quiero disculparme por no visitarte la semana pasada.
—No se preocupe padre —se apresuró a responder—. Entiendo que tenga cosas que hacer, y que no siempre pueda venir. Pero ya está aquí, y eso es lo que importa.
El padre le dio unas palmaditas en las manos y suspiró antes de mirarla a los ojos.
—No sé muy bien cómo decirte esto, pero, la semana pasada falleció el padre Bergman. —Ágata se apresuró a darle el pésame y abrazó al cura de nuevo—. Gracias, pequeña. Verás, el padre Bergman era pastor en una pequeña aldea que está a unos pocos kilómetros de Långträsk, al norte de Suecia. El obispo me ha pedido que me traslade a vivir allí para hacerme cargo de sus feligreses.
El mundo de Ágata se ensombreció. La cabeza comenzó a darle vueltas y su corazón se paró en aquel instante.
—Pero, eso significa que se marchará —gimoteó a la par que sentía como un frío helado la invadía. Poco a poco, un temblor leve que aumentaba a la vez que lo hacía el frío la invadía desde las manos hasta los pies. Un dolor agudo comenzó a acrecentarse en todas sus articulaciones—. ¿Cuándo se irá?

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Trincheras en mi voz
RomanceTras la muerte del amor de su vida por una sobredosis, Ágata, una exitosa cantante conocida popularmente como Valkiria, trata de anestesiar el dolor de la pérdida con heroína. Después de tocar fondo y superar su drogadicción, se muda a una pequeña a...