II

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Estaba decidida a irse; no se detuvo a observar las reparaciones que le habían hecho a la casa, sin percatarse de que se perdía entre los pasillos al no reconocer el viejo corredor. En verdad, era grande aquel lugar. Sara parecía rendirse ante la fiebre que amenazaba con hacerla perder el sentido; se estaba quemando por dentro, pero aun así continuó caminando sola en la penumbra.

Descendió por unas escaleras que le parecieron familiares; posiblemente se encontraba cerca del ala oeste. Bajó más, buscando una salida trasera, y divisó una luz que provenía de la puerta que daba frente al estrecho pasillo. Si mal no recordaba, esta conducía a la cava de vinos. Le extrañaba que la luz del gas estuviera encendida. Se encaminó con cautela hacia la puerta, bajó por las escaleras y fue cuando lo vio.

Nunca esperó nada de la vida, y eso también incluía no esperar que se enamoraría de nuevo. Ella no podía olvidar aquel incidente con el caballo, y fue entonces cuando Mark Windsor apareció en su vida. Él la escuchó en los momentos en que el dolor de la pérdida de Alexander la consumía y necesitaba desesperadamente hablar con alguien. Estuvo a su lado, brindándole apoyo y consejo. Con el tiempo, su comprensión y su cuidado profundo hacia ella hicieron que se terminara enamorando de él.

Mark era uno de esos hombres que lo dicen todo con la mirada, y Sara parecía perderse en el mar azul de aquellos ojos seductores. Meses antes del accidente de Alexander, Mark había pedido trabajo como capataz de los Winterhood y se había enamorado de Sara desde que la vio por primera vez. Por desgracia, lo mismo le pasó también a Anabel con él.

Sara se dio cuenta que su hermana lo amaba. No podía quitarle esa ilusión, a pesar de que solo bastaría una palabra suya para que Mark se tumbara a sus pies. Sin embargo, ella no era así y se quitó del medio. Fue fácil para ellos casarse sin que Leopold estuviera para evitar que su hija contrajera nupcias con "el capataz". Para ese entonces, ya había muerto. Seguro que se revolcaba en su tumba.

—Por ti lo abandonaría todo... —Sara comenzó a recordar su última conversación con Mark; él la sujetaba con fuerza como si fuera la única cosa que evitaba que perdiera la razón.

—No puedo pedirte eso; Anabel está enamorada de ti, sus sentimientos son puros —intentó zafarse, pero él no se lo permitió.

—Es por eso que te amo. Siempre piensas en los demás antes que en ti. ¿Qué sentimientos quieres más puros que los tuyos? Dame una oportunidad de demostrarte que los míos también lo son.

—¿Y Anabel? —replicó ella nuevamente.

—Sí, a ella también la quiero, pero tú eres la única a quien amo.

—¡Oh!, cuánto deseaba ella poder tomar sus palabras y guardarlas en su regazo, porque así como él, ella sentía lo mismo, pero no podía ser.

—Eso no es posible y no pasará —tenía que ser fuerte por ella; sabía que se estaba clavando el cuchillo con sus propias manos.

—¿Me dejarás ir? ¿Tanto la quieres, por encima de lo que sientes por mí? —necesitaba hacerla entender que estaba desesperado.

—¡Es mi hermana!

—¡Ella no es nada tuyo! —Lo dijo y enseguida se arrepintió de haberlo sacado a relucir. Fue suficiente para ella con ese comentario; Sara había dado por terminada la conversación.

Ahora estaba frente a ella en aquella fría bodega, sentado en un banquito de madera con una copa de vino en la mano. A sus 32 años de edad se veía más maduro y atractivo, pero lucía miserable comparado con el Mark que conocía.

—Sara, no sabía que habías llegado —se levantó y le ofreció asiento.

—¿Por qué estás aquí? —le preguntó percatándose de su nivel de embriaguez. Se había prometido ser sensata, se había prometido no dejar que su corazón se desbocara.

La Última Sospecha (En Físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora