55. Tu recuerdo no se va.

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[Derek Shepherd]

El paso del tiempo en mi vida se había vuelto irrelevante. Vivía, porque respiraba y mi corazón aún latía en el pecho, pero bien podría decirse que lo que revelaba mi rostro estaba más cerca de aquello a lo que se consideraba la muerte. Lo más preocupante ya no era el dolor, sino la ausencia de este. Si alguna vez os han hablado del vacío visceral, de lo que significa sentir cómo un agujero negro se traga todas las emociones que antes acudían en tropel a tu estómago, dejadme deciros que escucharlo es terrible, pero sentirlo es aún peor. La nada: ni dolor, ni tristeza, ni rabia... Es como despertarse cada día reviviendo y revolcándote en una muerte que nunca llega.

Cada noche utilizaba el dulzor de algún licor como remedio para anestesiar toda la pena que ya no tenía fuerzas para cargar. Así conseguía quedarme dormido muchas noches, acomodado en el asiento trasero de mi coche, sin más recuerdos que el de la entrada del bar en el que me había metido a olvidar el día anterior. Al día siguiente mi única compañía se presentaba a modo de resaca e ibuprofeno. Si conocía a gente durante aquellas noches de alcohol, al día siguiente ya no recordaba sus nombres ni sus caras, si es que en algún momento me había atrevido a mirarlas.

Aún así, no estaba a salvo. Tantas otras noches, con el alcohol todavía haciendo palpitar mis sienes, la cara de Ashley se aparecía incesante en mi recuerdo. Veía sus ojos, su pelo, su boca... y sentía que si acercaba mi brazo sería capaz tocarla, de volver a sentir aquel escalofrío que recorría mi cuerpo cada vez que la tenía cerca. A veces podía oler su perfume impregnando mi coche en mitad de la noche solitaria en cualquier Estado en el que me encontrara en aquel momento. Al parecer, Estados Unidos no era tan grande como para escapar de un recuerdo. Y podía escuchar su voz susurrándome todas las cosas que deseaba que volviera a decirme: que me quería, que me echaba de menos casi tanto como yo a ella, que era incapaz de olvidarse de mí. Entonces, las lágrimas acudían a mis ojos y lloraba como un niño que en nada encuentra ya consuelo. Así era como terminaba venciéndome al sueño a la luz del alba, sollozando con los brazos cruzados en mi pecho, como si entre el aire que se colaba en ese abrazo solitario pudiese sentirla una última vez. Como si nunca jamás se hubiese marchado.

[Ashley Brooke]

—¡¿Qué coño me has puesto ahí abajo?! —chillé—. ¿Hielo?

Addison negaba con la cabeza lentamente mientras dejaba escapar el aire de una sonrisa reprimida.

—Es el gel para la ecografía, ya lo sabes. —Posó el ecógrafo encima del líquido viscoso y miró a la pantalla que tenía frente a ella—. Siempre lo diré, los doctores somos los peores pacientes.

Fruncí el ceño a la vez que noté como Addison me miraba de reojo. Le saqué la lengua a modo de contestación. Alzando la comisura de su labio a modo de burla, Addison volvió a mirar a la pantalla y su rostro se arrugó. Miré hacia la máquina, pero Addison quitó de pronto el ecógrafo de mi viente y todo se quedó en negro. La escudriñé, interrogante.

—Pelirroja, ¿qué has visto?

—¿Has sufrido algún sangrado estas semanas atrás? —preguntó sin responderme.

—Nada de lo que crea que deba preocuparme... El sangrado durante el embarazo puede ser normal.

Me miró en silencio, sus ojos celestes clavados en los míos a modo de reproche.

—¿Por qué no me lo has contado?

—Te lo acabo de decir, no tiene por qué ser alarmante —insistí.

—Eso depende de muchas cosas. Un doctor debe valorarlo no tú...

—¡Yo soy doctora! —refunfuñé.

HEART'S ANATOMY PARTE 2: ANATOMÍA DE GREY, FANFIC.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora