Capítulo 1: Nacimiento y muerte.

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Xenia iba caminando por la calle llena de gente sin prestar atención a lo que le rodeaba, era una chica muy confiada y para nada paranoica. Llevaba unos cascos naranjas puestos con la música a todo volumen para no pensar, le aplastaban su cabello liso y castaño con alguna que otra mecha rubia. No quería pensar en la pelea que acababa de tener con su madre, que a pesar de estar embarazada seguía con ganas de guerra.

-Necesito ir al parque para despejar las ideas-dijo cabizbaja yendo hacia allí.

Siguió caminando por la misma calle, cogió el metro y llegó al parque, un lugar que albergaba muchos recuerdos para Xenia. El primero que le vino a la cabeza fue cuando ella tenía unos cinco años, ahí tenía el pelo largo y castaño, piel morena y ojos marrones. Nada más recordarlo no pudo evitar sonreír levemente ya que allí pasó mucho tiempo con su padre, su verdadero padre, el motivo por el cual ella se había peleado con su madre.

Xenia empezó a llorar por la discusión mientras se sentaba en el columpio que antaño lucía verde y que ahora tenía un color oxidado. Mientras las lágrimas corrían su exagerado rímel, ella recordaba la discusión. El motivo de aquella "pelea" había sido Toni, el novio de su madre, el cual la había dejado embarazada de una niña que pretendía que Xenia aceptara con los brazos abiertos. Se equivocaba.

No podía entender como su madre había sustituido a su maravilloso padre, tan atento y comprensivo, por una rata callejera que llegaba a medianoche y borracho como una cuba.

Entre sollozos y lágrimas le pareció ver a su padre un poco envejecido a su lado, se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta azul que llevaba puesta y lo vio. Era él, su padre, que la miraba fijamente. En ese momento Xenia se levantó y corrió a abrazarlo, pero justo cuando le iba a tocar, apareció su madre llamándola. Xenia giró su cabeza hacia atrás para comprobar que era ella. En su cara se observaba preocupación y tristeza reflejada en las lágrimas que brotaban de sus ojos.

-¿No te sientes traicionado por ella?-preguntó Xenia todavía mirando a su madre.

Giró la cabeza con el fin de observar la expresión de su padre, el cual no había dado respuesta alguna y, para su sorpresa, había desaparecido. Lo único que se apreciaba era un ligero olor a rosa.

Xenia, extrañada, se quedó contemplando el lugar donde hacía segundos estaba su padre, o eso creía ella. A los alrededores del parque no había rosales, lo que confundió aún más a Xenia. El olor a rosa le recordaba a un verano que pasaron en Segovia, donde fueron a visitar un enorme parque llamado La Granja de San Ildefonso. Aquel fue el último verano que pasó con su padre, cuando ella era tan feliz y no se peleaba con su madre.

De repente sintió una mano en su hombro, con uñas largas y rosas, muy familiares para ella.

-Oye, lo siento, ¿vale? Ya sé que es un poco malhablado y a veces llega un poco borracho a casa, pero yo lo quiero y no lo puedo evitar...-dijo la madre de Xenia mientras le acariciaba el hombro con la mano.

-Ya... Dejémoslo-Xenia miró a su madre y se fundieron en un abrazo fraternal.

Mientras ellas dos estaban ocupadas dándose ese cálido abrazo, Xenia tenía la sensación de que alguien las estaba mirando y deseó con todo su corazón, mientras que una lágrima recorría su mejilla, que fuera su padre aquel espectador.

Pasaron los días, las semanas y los meses mientras que la barriga de su madre aumentaba en tamaño y peso, cada vez Xenia aceptaba más a aquella niña que pronto nacería. Aquel día en el que discutió con su madre, Toni se disculpó y en aquel momento Xenia, asombrada, ni siquiera se lo agradeció. Sin embargo aquel hecho fue el que provocó una pequeña aceptación hacia él, que con el paso del tiempo fue creciendo. Poco a poco fue dejando las bebidas y volviendo más temprano a casa, incluso llegó el momento en el que ni siquiera salía por las noches de casa.

Como no era de extrañar, Xenia ayudó a elegir el nombre de su próxima hermana y tras mucho pensar y pensar halló un nombre que también gustaba a sus padres: Séfora.

Pasó el tiempo, y en una oscura y fría noche, Xenia esperaba poder ver a su pequeña hermana Séfora que acababa de nacer. Apoyada en la ventana del tren, Xenia respiraba emocionada dejando el cristal empañado por el vaho. Normalmente habría llevado sus preciados cascos naranjas puestos a todo volumen para escabullirse de aquel mundo que le rodeaba, pero aquel día más que nunca deseaba estar allí. Quedaban apenas quince minutos para llegar al hospital donde se encontraba su madre con su ya aceptado padrastro.

Entró por la puerta del hospital corriendo y tropezando con una señora mayor a la que casi tira al suelo. Ya estaba en la planta correspondiente, su corazón latía a mil por hora haciéndola jadear más y más. Siguió el camino que ya se había aprendido por tantas veces que había ido a visitar a su madre durante el final de su embarazo. Cuando llegó pudo observar a su madre y a su padrastro con un aura de felicidad a su alrededor. La madre tenía en sus manos lo que parecía a distancia una simple bola de seda que, sin embargo, compartía sangre con ella. Se acercó muy deprisa a su madre para poder admirar a su hermana recién nacida.

El ritmo de su corazón comenzó a disminuir mientras que la observaba como si estuviera viendo a un mismísimo ángel. Sus diminutos rasgos hacían que tuviera una imagen preciosa y fina. Ella se había prometido no llorar porque no le gustaba y consideraba que la gente que lloraba de felicidad era idiota pero, en esta ocasión, no se pudo contener. Lo extraño es que la gota que salió de su ojo derecho no era ni de tristeza ni de felicidad, sino de sangre.

Detrás de Xenia se observaba una silueta oscura que acababa de aparecer como por arte de magia, esta contrastaba con la blanca y clara pared de la habitación. Tenía un aura malvada e invisible, pero que se podía percibir desde la lejanía. Aquella silueta se fue haciendo más y más grande convirtiéndose en un hombre de unos dieciocho años, la misma edad que Xenia, con unos bultos a su espalda que sobresalían por sus hombros y, que desde la distancia, parecían un par de alas recogidas con plumas negras. Trasmitían soledad, tristeza y sobretodo odio. Tras arrancar de cuajo el ojo derecho de Xenia con una espada del mismo color que sus alas y dejarla malherida, mató a sus padres a sangre fría. Primero se acercó a su madre en un movimiento tan ágil y rápido prácticamente imposible de percibir, aunque su padrastro lo hizo ya que se interpuso entre su madre y la espada con la que aquel chico acababa de lanzar una estocada. El sanguinario chico, con un gesto hábil, sacó la espada del hombre y atravesó el corazón de la mujer.

Eso fue lo último que vio antes de desmayarse por el dolor, el último olor, el de la sangre fresca, el último tacto, el del suelo, el último sabor, el de la saliva mezclada con sangre y el último sonido, el de "Séfora", nombre pronunciado por aquel sanguinario hombre que pronto se desvaneció junto con su hermana dejando una estela negra. Mientras que Xenia estupefacta observaba aquella macabra imagen, se reprochaba el no haberse levantado e intentado proteger a su familia, se reprochaba el no haber muerto como su padrastro... Como una heroína. Todos estos pensamientos se truncaron cuando ya había brotado tanta sangre de la cuenca del ojo que ya no quedaba apenas sangre en el cuerpo. Ahí comenzaba un descanso que posiblemente fuera eterno.

La habitación había quedado prácticamente igual que cuando Xenia llegó, ignorante de que aquella noche iba a ser su última. La cama seguía hecha con el cuerpo inerte de la madre y el padrastro sobre este. Había pequeñas manchas de sangre por las paredes y el techo, pero eran casi imperceptibles, sólo había dos que realmente llamaban la atención, una era la que ahora teñía las sabanas y mantas de la cama y la otra era la que mecía en un último sueño a Xenia, que luchaba por resistir ya sin fuerzas.

En esa horrible noche Xenia estuvo a punto de morir, si no fuera porque una luz brillante y cegadora se la llevó de aquel terrible mundo, donde todo lo que había amado se desvanecía en vagos recuerdos que ya nunca podrían volver a ocurrir.

Hermanas AladasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora