Sentía el húmedo viento de la costa revolver sus cabellos del color de los campos de trigo. Hacia buen tiempo en la bahía de Sacramento y le sentaba bastante bien, a pesar del intenso sol que quemaba con rabia su pálida piel de alabastro, dándole un aspecto singular de crustáceo. A su lado, tumbado sobre una toalla de baño, bronceando su espalda al sol, se encontraba el chico con el que había ido a bañarse en contra de su voluntad. Un tipo insoportable que había conocido en el puesto de granizados del paseo marítimo ese mismo día.
*
Todo comenzó en el momento en que el joven británico se disponía a recoger el refrigerio que se había comprado del puesto de helados, cuando aquel otro joven y alocado norteamericano montado sobre su monopatín y sin mirar por dónde iba, se dio de bruces con su cuerpo y tiró al inglés y su refresco al suelo. La caída culminó con el americano desplomándose sobre el dolorido inglés. Este sintió como la piel enrojecida se le irritaba más con el golpe contra el suelo de cemento y tuvo que hacer un esfuerzo inmenso por no gritar de dolor.
–¡Lo siento, perdona! ¿Estás bien? –dijo el rubio de ojos azules y rostro aniñado.
El inglés, con un gesto de desprecio, apartó al joven de un manotazo increpándole:
–¡Mira lo que has hecho! ¡Me lo has tirado todo encima! –Efectivamente; el granizado se había derramado sobre su camiseta roja de tirantes y sus floridas bermudas. El yanqui se apresuró a arreglar tamaño estropicio.
–Lo siento, de verdad. Escucha; hay un QuickSilver por aquí cerca. Si me acompañas, te puedo comprar ropa nueva.
–¿Por qué no le haces un favor al mundo y te pierdes? No me gustaría que me volvieses a tirar al suelo ni a manchar con un granizado que cuesta más que toda la ropa que llevas –replicó el británico, descortés–. En América cuesta hasta el aire que se respira. Malditos americanos, arruinaron su maldito país...
Sin embargo, su insistente némesis estaba empeñado en desplegar todos sus recursos de persuasión para convencer al inglés de que lo acompañara.
–Puedo comprarte un granizado nuevo, ¿de qué sabor era? –Se apresuró a descubrirlo tirando de la camiseta del inglés. Este se pensó que el americano quería quitarle la ropa y dejar al descubierto su pecho. Alarmado, le dio otro manotazo.
–Pero ¡qué haces? –exclamó, escandalizado.
–Fresa –concluyó el rubio de ojos azules, sin percatarse de la mala impresión que estaba causando a su nuevo enemigo. Se levantó y, plantándose frente al quiosco, pidió otro refresco con una estúpida sonrisa de oreja a oreja.
El inglés aprovechó aquello para levantarse y huir de la escena del crimen, ruborizado por el patético espectáculo que había protagonizado minutos atrás con aquel extraño personaje.
Sin embargo, de poco le sirvió, puesto que el intruso le alcanzó con su monopatín y le frenó tirando de su quemado brazo. Otra vez el inglés tuvo que reprimir un alarido.
–Toma, le dije al vendedor que te pusiera más cantidad, porque me pareció poco. –Bajó de su tabla y le entregó el refresco. El inglés, no obstante, lo rechazó rotundamente.
–No quiero tu estúpida compensación y, ahora, lárgate. –No se dio cuenta que caminaba hacia atrás en dirección a la arena de la playa. El pavimento del paseo marítimo estaba ligeramente elevado por encima del nivel de la orilla. Por eso, cuando llego al borde del camino, se tambaleó y cayó rodando cuesta abajo, llenándose de granos minúsculos de arena que se colaron por todos los recodos de su irritado cuerpo y se clavaron como astillas en su piel.
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That's Not My Cup Of Tea
ChickLitLa expresión That's not my cup of tea es, para un británico, la forma más adecuada de decir que algo es desagradable o que no genera las expectativas deseadas. Para que un británico muestre su descontento con esta frase es necesario que se den las s...